La documentación que manejamos para conocer la historia de los inicios de la República romana, además de exigua, fue sometida a continuas manipulaciones en la Antigüedad.
Siglo VI a.C.
La política de afirmación del poder real y el apoyo a
los estratos sociales excluidos de la organización gentilicia desencadenaron la
revuelta del patriciado que en el año 509 a.C. consiguió expulsar al último rey
de Roma, Tarquinio el Soberbio (534-509 a.C.), y
sustituir seguidamente el régimen monárquico por uno nuevo de carácter
colegiado, la res publica, o dicho en otras palabras, la
República romana. Por consiguiente, el año 509 a.C. marcó el fin de los
mandatos unipersonales del monarca dando lugar al gobierno de dos cónsules,
jefes anuales del Estado y del Ejército, como representantes del conjunto de
los ciudadanos. A partir de entonces, la aristocracia patricia dominaría la
política, la religión y el Derecho, debido a que solamente sus miembros reunían
los requisitos para poder acceder a las más altas magistraturas, al Senado y a
los cargos sacerdotales.
La historiografía antigua, es decir, la analística
romana, ofreció un conjunto de relatos heroicos con el único propósito de
aportar una imagen de una Roma que progresivamente se engrandecía, y que
concentró en el año 509 a.C. el lento proceso de creación de un nuevo orden
constitucional. En este sentido, la ausencia de fuentes contemporáneas no hace
sino que los dos primeros siglos de la República romana sean un periodo repleto
de lagunas y de controversias, si bien contamos con los datos aportados por la
arqueología y documentos dispersos para tratar de resolverlas.
Recién instaurado el régimen republicano, el
expansionismo que practicó Roma a lo largo del siglo V a.C. transformó
radicalmente sus bases políticas y económico-sociales.
En la centuria y media en que fue gobernada por reyes,
y sobre todo cuando los etruscos debieron consolidar su hegemonía sobre las
ciudades del Lacio para atender a su defensa contra las
invasiones de los galos en la llanura del Po, Roma consiguió reemplazar aquella
hegemonía por la suya propia.
La situación interna de Roma no pasó ni mucho menos
desapercibida entre sus vecinos. Según la tradición historiográfica, Tarquinio
el Soberbio recurrió al apoyo de las ciudades etruscas para lograr que le
repusieran por la fuerza en el poder, si bien es posible poner en duda el papel
que se le otorga al antiguo monarca en los sucesivos conflictos.
A finales del año 509 a.C., un ejército etrusco
formado por las tropas de las ciudades de Veyes y
de Tarquinia, y capitaneado, teóricamente, por Tarquinio
el Soberbio y Arrunte como segundo al mando de la
caballería, marchó decididamente contra Roma. El ejército romano le salió al
paso a las afueras de Roma con los cónsules Publio Valerio
Publícola al mando de la infantería y Lucio Junio
Bruto al mando de la caballería.
Como prólogo existió un duelo singular entre Arrunte y
Bruto que concluyó con ambos heridos de muerte. A continuación, chocaron sendos
ejércitos. El ala derecha del ejército romano comandada por Publícola derrotó
magistralmente a las tropas de Veyes, mientras que el ala izquierda adoleció
notablemente la falta de liderazgo a causa de la baja de Bruto y fue derrotada
por las tropas de Tarquinia al mando de dos hijos de Tarquinio el Soberbio,
Sexto y Tito.
La batalla acabó con cuantiosas bajas en ambos
ejércitos, retirándose los dos a sus respectivos campamentos. Publícola optó
entonces por arriesgarse al asalto nocturno logrando poner en fuga a los
etruscos. No obstante, el ejército romano logró la victoria por la mínima.
En el 508 a.C. Lars Porsenna,
rey etrusco de la ciudad de Clusium, decidió atacar
Roma tras ser incitado por Tarquinio el Soberbio. Además de su ejército contaba
con el apoyo de la ciudad de Gabii, de la ciudad latina de Tusculum,
cuyo dictador, Octavio Mamilio, era yerno de Tarquinio el
Soberbio, y de algunos mercenarios.
El primer obstáculo de Lars Porsenna fue la recién
creada colonia de Sigluria en cuyo apoyo acudieron los cónsules Publícola
y Espurio Lucrecio Tricipitino. Los romanos fueron
derrotados, ambos cónsules heridos y la pequeña colonia arrasada.
En esa época Roma se encontraba situada en la orilla
oriental del Tíber, y únicamente tenía en la otra orilla un puesto defensivo
avanzado en el monte Janículo. Lars Porsenna tomó este monte para derrotar a
continuación al ejército formado junto al Tíber. La lucha fue brutal pero
finalmente el ala izquierda romana cedió después de que sus comandantes fueran
heridos, lo que provocó el pánico en el resto del ejército provocando que
huyeran de vuelta a Roma a través del puente Sublicio.
Según relata la Crónica cumana,
una tradición literaria de origen griego, en torno al año 505 o 504 a.C. la
dinastía gobernante en Roma fue expulsada por Lars Porsenna que desde la ciudad
etrusca de Clusium procuró extender su poder sobre todo el Lacio, frente a la
Liga Latina, formada por 29 ciudades, y sobre la Campania, frente a las
ciudades griegas entre las que prevalecía Cumas. La alianza de la Liga
Latina y el tirano de Cumas, Aristodemo,
rompió con los planes de conquista tras la derrota del hijo de Porsenna,
Arrunte, en la ciudad latina de Aricia –en la
actualidad el barrio de Ariccia, en Roma–. Porsenna se refugió entonces en
Roma, donde, bajo su protectorado, la aristocracia patricia romana puso en
funcionamiento el nuevo régimen republicano. La posterior muerte de Porsenna
iba a dejar a Roma enfrentada a la Liga Latina.
La Liga Latina se alzó contra Roma a instancias de
Tarquinio el Soberbio. Esta ruptura envalentonó a los exiliados fidenates que
en el año 500 a.C. consiguieron reconquistar Fidenae y
posicionarla contra Roma. Un año más tarde hubo un intento de recobrar Fidenae,
pero el sitio fracasó.
Se sucedieron los intentos de uno y otro bando sin que
ninguno lograra una ventaja significativa. Pero la preocupación romana iba en
aumento, por lo que se optó por nombrar a un dictador extraordinario en la
persona de Aulo Postumio Albo, quien, secundado por Tito
Ebucio Helva, fue capaz de reunir un ejército de 23.700 infantes y
1.000 jinetes.
Octavio Mamilio, líder de Tusculum, era el principal impulsor de la Liga Latina
antirromana. El ejército latino contaba con 40.000 infantes y 3.000 jinetes, y
entre sus filas figuraban un buen número de romanos exiliados.
La batalla decisiva tuvo lugar en las proximidades del
hoy desaparecido lago Regilo, donde ambos bandos se lanzaron animosos a un
combate que resultó extremadamente duro. Carecemos de fuentes que permitan
datar con exactitud la contienda, si bien es posible situar el conflicto en el
año 496 a.C. siguiendo la información que nos aporta Tito Livio –en
realidad, la batalla del lago Regilo podría ser un
conflicto legendario pues son muy exiguas las fuentes que den testimonio de
este acontecimiento.
Tarquinio resultó prontamente herido cuando atacó a
Postumio. Mientras tanto, Ebutio atacó a Mamilio, pero fue herido en el brazo,
mientras que Mamilio sufrió una herida menor. Las tropas de Tarquinio el
Soberbio, integradas por exiliados romanos, comenzaron a hacer retroceder a los
romanos, y Marco Valerio, un destacado aristócrata romano, cayó atravesado por
una lanza cuando intentaba dar muerte a Sexto. En ese momento, Postumio llevó
tropas de refresco de su propia guardia personal al frente de la batalla.
Mamilio fue derrotado seguidamente por Tito Herminio,
quien falleció inmediatamente después.
Postumio ordenó a los caballeros que desmontasen y
atacaran a pie, y pronto los latinos acabaron por verse forzados a retirarse.
El campamento latino fue asimismo capturado por los romanos. Postumio y Ebutio
pudieron regresar a Roma con los honores del triunfo. A partir de ese momento,
el primero fue conocido con el sobrenombre de ‘Regillensis’.
Hay que traer a colación que una leyenda afirmaba que
los Dioscuros, Cástor y Pólux, habrían ayudado al
ejército romano en su victoria, transfigurados como dos jóvenes caballeros, y
que Postumio habría ordenado levantar un templo en su honor en el Foro –esta
batalla sería considerada por Roma como un acontecimiento decisivo para lograr
el afianzamiento de la República, por lo que no es de extrañar la inclusión de
elementos divinos en el relato posterior.
Al año siguiente, se tomó Fidenae y se emprendió una
limpieza de bandas de latinos insumisos.
Fue en el año 493 a.C. cuando los conflictos
concluyeron con la firma del foedus Cassianum.
Siglo V a.C.
Poco después, y a lo largo de casi todo el siglo V
a.C., Roma mantendría una guerra federal contra los ecuos,
los volscos y los sabinos,
todas ellas poblaciones apenínicas que subsistían gracias a la caza y al
pastoreo y que emprendieron varias incursiones en las ricas y fértiles tierras
del Lacio.
La guerra de los ecuos nos muestra en la persona del
dictador Cincinato lo que era entonces un jefe
romano. En el año 458 a.C., después de haber cercado al enemigo y terminado la
guerra en dieciséis días, volvió a su campo, en las proximidades del Tíber, y
continuó modestamente las faenas agrícolas.
En lo que se refiere a las relaciones con los sabinos,
a mediados del siglo V a.C. el expansionismo romano por territorio sabino y la
forma de acuerdos comerciales pusieron fin al problema.
Las guerras con los volscos requirieron que el
patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe,
sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los
plebeyos amenazaron con sublevarse. El caso más significativo fue la
sublevación del monte Sacro a fines del 493 a.C., durante la cual los soldados
rehusaron retornar a sus hogares y amenazaron con fundar una nueva ciudad en
ese lugar, lo que culminó con la concesión del derecho de designar dos tribunos
de la plebe que, aunque no conformaron una magistratura integrada al sistema
del Estado, se convirtieron en adelante en propulsores de los intereses de los
plebeyos.
Al mismo tiempo que los griegos de Oriente se
preparaban para afrontar una gran lucha contra los persas, los griegos de
Occidente, dirigidos por Geón de Siracusa, derrotaban a
la flota cartaginesa dirigida por Amílcar, hijo de Magón,
y obligaban a Cartago a romper la coalición etrusca, siendo la consecuencia
inmediata de esta ruptura el fin del poder marítimo de Etruria. La victoria de
Cumas, lograda por Hierón, aliado de los romanos, sobre
los etruscos, les arrebató el dominio del Tirreno en el 474 a.C.
Pero la ruptura de la liga etrusco-fenicia no es
suficiente para explicar el rápido decaimiento del poderío marítimo etrusco. Es
decir, habría que añadir además los elementos que galos y romanos ofrecieron al
dominio etrusco en el continente.
Fuera de los compromisos comunes con la Liga Latina,
Roma puso en funcionamiento una política expansionista de forma independiente.
La poderosa y cercana ciudad etrusca de Veyes extendía
sus dominios hasta el Tíber. Esa proximidad entre las dos localidades acrecentó
sobre manera la enemistad entre ambas por el control en la explotación de las
salinas del Tíber y el dominio de las rutas comerciales. Según la tradición
historiográfica, el conflicto armado entre Roma y Veyes comenzó en el 483 a.C.
con motivo de la posesión de Fidenae, plaza vecina de Roma en manos de Veyes, y
el control del valle de Cremera.
Tras varios años de contiendas, Roma logró sus
primeros éxitos con el dominio de la orilla derecha del Tíber, el control de
las salinas y la anexión de Fidenae en el 426 a.C. Estos éxitos empujaron al
entonces dictador extraordinario Marco Furio Camilo a emprender la ofensiva
final con el asedio de Veyes, lo que ocurriría en el 396 a.C. tras una
legendaria resistencia de diez años por parte de la ciudad etrusca –en
realidad, el conflicto contra Veyes fue el primero de larga duración–. Veyes
sólo obtiene el apoyo de las ciudades etruscas de Capua, Falerii y
Tarquinia, mientras que la también etrusca Caere, apoya a
los romanos. El dictador de Roma derrotó en Nepi a
los dos aliados y prosiguió el asedio con tal vigor que antes de llegar al
término de su dictadura, la ciudad fue conquistada. La construcción de una
galería subterránea que, desde el campo de los sitiadores conducía al gran
templo de Juno, decidió la definitiva caída de Veyes. Las fuentes añaden a la
construcción de la galería, la de la obra que dio por resultado el repentino
desbordamiento del lago Albano. No obstante, esta conexión de ambos recursos de
guerra es imaginaria, debido a que no era posible que un trabajo tan colosal
pudiera llevarse a cabo en pocos meses, sobre todo cuando las necesidades del
sitio tenían ocupada a la mayor parte de la juventud romana.
A partir de este momento, el Estado tomaría a su cargo
el pago del estipendio militar, cuyos fondos debían suministrar las décimas del
agro público que ya se exigieron con cierto rigor. Y merced a esta importante
novedad, Roma podría prolongar cuanto quisiese sus contiendas.
Los habitantes de Veyes fueron vendidos como esclavos
y el territorio de la ciudad fue confiscado y repartido entre los colonos
romanos. No obstante, el fructífero triunfo resultó contraproducente porque
surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su aprovechamiento. Patricios
y plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado para ser
cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos. Pero el descontento que
ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente se concedieran
pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no resultó suficiente
para zanjar las disputas entre los plebeyos.
Con la conquista de Veyes, Roma consiguió duplicar su
territorio hasta alcanzar una extensión de 2.500 kilómetros convirtiéndose de
esta manera en la ciudad más importante de todo el Lacio.
Este artículo de Miguel Ángel Novillo López apareció
el 27 de octubre de 2014 en la revista digital Anatomía de la Historia, que
yo dirigí.
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