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Los conflictos entre los romanos y los etruscos; por Miguel Ángel Novillo López

La documentación que manejamos para conocer la historia de los inicios de la República romana, además de exigua, fue sometida a continuas manipulaciones en la Antigüedad.


Siglo VI a.C.

La política de afirmación del poder real y el apoyo a los estratos sociales excluidos de la organización gentilicia desencadenaron la revuelta del patriciado que en el año 509 a.C. consiguió expulsar al último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio (534-509 a.C.), y sustituir seguidamente el régimen monárquico por uno nuevo de carácter colegiado, la res publica, o dicho en otras palabras, la República romana. Por consiguiente, el año 509 a.C. marcó el fin de los mandatos unipersonales del monarca dando lugar al gobierno de dos cónsules, jefes anuales del Estado y del Ejército, como representantes del conjunto de los ciudadanos. A partir de entonces, la aristocracia patricia dominaría la política, la religión y el Derecho, debido a que solamente sus miembros reunían los requisitos para poder acceder a las más altas magistraturas, al Senado y a los cargos sacerdotales.

La historiografía antigua, es decir, la analística romana, ofreció un conjunto de relatos heroicos con el único propósito de aportar una imagen de una Roma que progresivamente se engrandecía, y que concentró en el año 509 a.C. el lento proceso de creación de un nuevo orden constitucional. En este sentido, la ausencia de fuentes contemporáneas no hace sino que los dos primeros siglos de la República romana sean un periodo repleto de lagunas y de controversias, si bien contamos con los datos aportados por la arqueología y documentos dispersos para tratar de resolverlas.

Recién instaurado el régimen republicano, el expansionismo que practicó Roma a lo largo del siglo V a.C. transformó radicalmente sus bases políticas y económico-sociales.

En la centuria y media en que fue gobernada por reyes, y sobre todo cuando los etruscos debieron consolidar su hegemonía sobre las ciudades del Lacio para atender a su defensa contra las invasiones de los galos en la llanura del Po, Roma consiguió reemplazar aquella hegemonía por la suya propia.

La situación interna de Roma no pasó ni mucho menos desapercibida entre sus vecinos. Según la tradición historiográfica, Tarquinio el Soberbio recurrió al apoyo de las ciudades etruscas para lograr que le repusieran por la fuerza en el poder, si bien es posible poner en duda el papel que se le otorga al antiguo monarca en los sucesivos conflictos.

A finales del año 509 a.C., un ejército etrusco formado por las tropas de las ciudades de Veyes y de Tarquinia, y capitaneado, teóricamente, por Tarquinio el Soberbio y Arrunte como segundo al mando de la caballería, marchó decididamente contra Roma. El ejército romano le salió al paso a las afueras de Roma con los cónsules Publio Valerio Publícola al mando de la infantería y Lucio Junio Bruto al mando de la caballería.

Como prólogo existió un duelo singular entre Arrunte y Bruto que concluyó con ambos heridos de muerte. A continuación, chocaron sendos ejércitos. El ala derecha del ejército romano comandada por Publícola derrotó magistralmente a las tropas de Veyes, mientras que el ala izquierda adoleció notablemente la falta de liderazgo a causa de la baja de Bruto y fue derrotada por las tropas de Tarquinia al mando de dos hijos de Tarquinio el Soberbio, Sexto y Tito.

La batalla acabó con cuantiosas bajas en ambos ejércitos, retirándose los dos a sus respectivos campamentos. Publícola optó entonces por arriesgarse al asalto nocturno logrando poner en fuga a los etruscos. No obstante, el ejército romano logró la victoria por la mínima.

En el 508 a.C. Lars Porsenna, rey etrusco de la ciudad de Clusium, decidió atacar Roma tras ser incitado por Tarquinio el Soberbio. Además de su ejército contaba con el apoyo de la ciudad de Gabii, de la ciudad latina de Tusculum, cuyo dictador, Octavio Mamilio, era yerno de Tarquinio el Soberbio, y de algunos mercenarios.

El primer obstáculo de Lars Porsenna fue la recién creada colonia de Sigluria en cuyo apoyo acudieron los cónsules Publícola y Espurio Lucrecio Tricipitino. Los romanos fueron derrotados, ambos cónsules heridos y la pequeña colonia arrasada.

En esa época Roma se encontraba situada en la orilla oriental del Tíber, y únicamente tenía en la otra orilla un puesto defensivo avanzado en el monte Janículo. Lars Porsenna tomó este monte para derrotar a continuación al ejército formado junto al Tíber. La lucha fue brutal pero finalmente el ala izquierda romana cedió después de que sus comandantes fueran heridos, lo que provocó el pánico en el resto del ejército provocando que huyeran de vuelta a Roma a través del puente Sublicio.

Según relata la Crónica cumana, una tradición literaria de origen griego, en torno al año 505 o 504 a.C. la dinastía gobernante en Roma fue expulsada por Lars Porsenna que desde la ciudad etrusca de Clusium procuró extender su poder sobre todo el Lacio, frente a la Liga Latina, formada por 29 ciudades, y sobre la Campania, frente a las ciudades griegas entre las que prevalecía Cumas. La alianza de la Liga Latina y el tirano de Cumas, Aristodemo, rompió con los planes de conquista tras la derrota del hijo de Porsenna, Arrunte, en la ciudad latina de Aricia –en la actualidad el barrio de Ariccia, en Roma–. Porsenna se refugió entonces en Roma, donde, bajo su protectorado, la aristocracia patricia romana puso en funcionamiento el nuevo régimen republicano. La posterior muerte de Porsenna iba a dejar a Roma enfrentada a la Liga Latina.

La Liga Latina se alzó contra Roma a instancias de Tarquinio el Soberbio. Esta ruptura envalentonó a los exiliados fidenates que en el año 500 a.C. consiguieron reconquistar Fidenae y posicionarla contra Roma. Un año más tarde hubo un intento de recobrar Fidenae, pero el sitio fracasó.

Se sucedieron los intentos de uno y otro bando sin que ninguno lograra una ventaja significativa. Pero la preocupación romana iba en aumento, por lo que se optó por nombrar a un dictador extraordinario en la persona de Aulo Postumio Albo, quien, secundado por Tito Ebucio Helva, fue capaz de reunir un ejército de 23.700 infantes y 1.000 jinetes.

Octavio Mamilio, líder de Tusculum, era el principal impulsor de la Liga Latina antirromana. El ejército latino contaba con 40.000 infantes y 3.000 jinetes, y entre sus filas figuraban un buen número de romanos exiliados.

La batalla decisiva tuvo lugar en las proximidades del hoy desaparecido lago Regilo, donde ambos bandos se lanzaron animosos a un combate que resultó extremadamente duro. Carecemos de fuentes que permitan datar con exactitud la contienda, si bien es posible situar el conflicto en el año 496 a.C. siguiendo la información que nos aporta Tito Livio –en realidad, la batalla del lago Regilo podría ser un conflicto legendario pues son muy exiguas las fuentes que den testimonio de este acontecimiento.

Tarquinio resultó prontamente herido cuando atacó a Postumio. Mientras tanto, Ebutio atacó a Mamilio, pero fue herido en el brazo, mientras que Mamilio sufrió una herida menor. Las tropas de Tarquinio el Soberbio, integradas por exiliados romanos, comenzaron a hacer retroceder a los romanos, y Marco Valerio, un destacado aristócrata romano, cayó atravesado por una lanza cuando intentaba dar muerte a Sexto. En ese momento, Postumio llevó tropas de refresco de su propia guardia personal al frente de la batalla. Mamilio fue derrotado seguidamente por Tito Herminio, quien falleció inmediatamente después.

Postumio ordenó a los caballeros que desmontasen y atacaran a pie, y pronto los latinos acabaron por verse forzados a retirarse. El campamento latino fue asimismo capturado por los romanos. Postumio y Ebutio pudieron regresar a Roma con los honores del triunfo. A partir de ese momento, el primero fue conocido con el sobrenombre de ‘Regillensis’.

Hay que traer a colación que una leyenda afirmaba que los Dioscuros, Cástor y Pólux, habrían ayudado al ejército romano en su victoria, transfigurados como dos jóvenes caballeros, y que Postumio habría ordenado levantar un templo en su honor en el Foro –esta batalla sería considerada por Roma como un acontecimiento decisivo para lograr el afianzamiento de la República, por lo que no es de extrañar la inclusión de elementos divinos en el relato posterior.

Al año siguiente, se tomó Fidenae y se emprendió una limpieza de bandas de latinos insumisos.

Fue en el año 493 a.C. cuando los conflictos concluyeron con la firma del foedus Cassianum.

 

Siglo V a.C.

Poco después, y a lo largo de casi todo el siglo V a.C., Roma mantendría una guerra federal contra los ecuos, los volscos y los sabinos, todas ellas poblaciones apenínicas que subsistían gracias a la caza y al pastoreo y que emprendieron varias incursiones en las ricas y fértiles tierras del Lacio.

La guerra de los ecuos nos muestra en la persona del dictador Cincinato lo que era entonces un jefe romano. En el año 458 a.C., después de haber cercado al enemigo y terminado la guerra en dieciséis días, volvió a su campo, en las proximidades del Tíber, y continuó modestamente las faenas agrícolas.

En lo que se refiere a las relaciones con los sabinos, a mediados del siglo V a.C. el expansionismo romano por territorio sabino y la forma de acuerdos comerciales pusieron fin al problema.

Las guerras con los volscos requirieron que el patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe, sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los plebeyos amenazaron con sublevarse. El caso más significativo fue la sublevación del monte Sacro a fines del 493 a.C., durante la cual los soldados rehusaron retornar a sus hogares y amenazaron con fundar una nueva ciudad en ese lugar, lo que culminó con la concesión del derecho de designar dos tribunos de la plebe que, aunque no conformaron una magistratura integrada al sistema del Estado, se convirtieron en adelante en propulsores de los intereses de los plebeyos.

 

Entre los episodios de los permanentes conflictos entre romanos y volscos destaca la traición de Cayo Marco Coriolano, un gran militar de condición patricia que, malquistado con la plebe, había sido desterrado a instancias de los tribunos. Coriolano se pasó entonces al bando de los volscos, a los que había sometido desde el 493 a.C. con la conquista de Corioli, bajo cuyo mando llegaron a poner sitio a Roma. Pero cuando su madre le reprochó la traición a la patria romana, ordenó a sus soldados levantar el sitio, si bien esta fue la causa de que los volscos lo condenaran a muerte.

Al mismo tiempo que los griegos de Oriente se preparaban para afrontar una gran lucha contra los persas, los griegos de Occidente, dirigidos por Geón de Siracusa, derrotaban a la flota cartaginesa dirigida por Amílcar, hijo de Magón, y obligaban a Cartago a romper la coalición etrusca, siendo la consecuencia inmediata de esta ruptura el fin del poder marítimo de Etruria. La victoria de Cumas, lograda por Hierón, aliado de los romanos, sobre los etruscos, les arrebató el dominio del Tirreno en el 474 a.C.

Pero la ruptura de la liga etrusco-fenicia no es suficiente para explicar el rápido decaimiento del poderío marítimo etrusco. Es decir, habría que añadir además los elementos que galos y romanos ofrecieron al dominio etrusco en el continente.

Fuera de los compromisos comunes con la Liga Latina, Roma puso en funcionamiento una política expansionista de forma independiente. La poderosa y cercana ciudad etrusca de Veyes extendía sus dominios hasta el Tíber. Esa proximidad entre las dos localidades acrecentó sobre manera la enemistad entre ambas por el control en la explotación de las salinas del Tíber y el dominio de las rutas comerciales. Según la tradición historiográfica, el conflicto armado entre Roma y Veyes comenzó en el 483 a.C. con motivo de la posesión de Fidenae, plaza vecina de Roma en manos de Veyes, y el control del valle de Cremera.

Tras varios años de contiendas, Roma logró sus primeros éxitos con el dominio de la orilla derecha del Tíber, el control de las salinas y la anexión de Fidenae en el 426 a.C. Estos éxitos empujaron al entonces dictador extraordinario Marco Furio Camilo a emprender la ofensiva final con el asedio de Veyes, lo que ocurriría en el 396 a.C. tras una legendaria resistencia de diez años por parte de la ciudad etrusca –en realidad, el conflicto contra Veyes fue el primero de larga duración–. Veyes sólo obtiene el apoyo de las ciudades etruscas de CapuaFalerii y Tarquinia, mientras que la también etrusca Caere, apoya a los romanos. El dictador de Roma derrotó en Nepi a los dos aliados y prosiguió el asedio con tal vigor que antes de llegar al término de su dictadura, la ciudad fue conquistada. La construcción de una galería subterránea que, desde el campo de los sitiadores conducía al gran templo de Juno, decidió la definitiva caída de Veyes. Las fuentes añaden a la construcción de la galería, la de la obra que dio por resultado el repentino desbordamiento del lago Albano. No obstante, esta conexión de ambos recursos de guerra es imaginaria, debido a que no era posible que un trabajo tan colosal pudiera llevarse a cabo en pocos meses, sobre todo cuando las necesidades del sitio tenían ocupada a la mayor parte de la juventud romana.

A partir de este momento, el Estado tomaría a su cargo el pago del estipendio militar, cuyos fondos debían suministrar las décimas del agro público que ya se exigieron con cierto rigor. Y merced a esta importante novedad, Roma podría prolongar cuanto quisiese sus contiendas.

Los habitantes de Veyes fueron vendidos como esclavos y el territorio de la ciudad fue confiscado y repartido entre los colonos romanos. No obstante, el fructífero triunfo resultó contraproducente porque surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su aprovechamiento. Patricios y plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado para ser cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos. Pero el descontento que ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente se concedieran pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no resultó suficiente para zanjar las disputas entre los plebeyos.

Con la conquista de Veyes, Roma consiguió duplicar su territorio hasta alcanzar una extensión de 2.500 kilómetros convirtiéndose de esta manera en la ciudad más importante de todo el Lacio.

 

Este artículo de Miguel Ángel Novillo López apareció el 27 de octubre de 2014 en la revista digital Anatomía de la Historia, que yo dirigí.

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