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Cuando Mecano se adueñó de la palabra pop

Nos colamos en la fiesta y Madrid como si nada: me cuesta ahora tanto olvidarlo… El toro salió para acercar la emoción.


La fuerza del destino nos maquillaba para ser unos amantes modernos pero no demasiado. Amantes de fuego.

Viajábamos en un barco a Venus, con la perrita Laika enamorada de un Salvador Dalí del que solo sabíamos que no era el hijo de la luna.

Finalmente me pude levantar, aunque el paso del tiempo me sentó fatal porque estuve muchas horas perdido en mi habitación.

Hubo una cruz de navajas, me quedé en Madrid y hubo aire, aire, mucho aire. Y un disco que nos excitó hablando de una máquina de vapor y…

Al fin y al cabo, una rosa es una rosa, y una mujer es una mujer, mujer contra mujer.

No fue serio aquel cementerio, no lo fue. Ni Hawaii ni Bombay ni Japón nos sacaron del aburrimiento de haber estado en un Nueva York sin marcha.


Positivo fue el fallo aquel 7 de septiembre, ya lo es siempre un año más.

Eran muy pesados con que Mecano no daba la talla de lo cool, de lo molón, del charme y la dignidad del buen gusto de atalaya. ¿Por qué llegó Mecano para joderlo todo?, le leo a uno de esos talibanes del rock y las canciones para llorar.

Hasta el Dalai Lama, aidalai, se daba cuenta. Y Jesucristo. Y los héroes de la Antártida.

Yo solo supe que solo soy una persona, sin tildes y sin nada que perder. Una naturaleza muerta sobre una barca y el mar murmurando…

No nos fuimos de casa, no dijimos ni 50 palabras, ni 60 palabras ni cien. Seguimos buscando algo barato y a ti ya no, que ya te encontré: nada de casarnos en Londres, pero ¿dónde estará el País de las Hadas?


Lo que quisimos fue vivir en la ciudad. Sin lecciones. No aguantamos más, no pudimos más. Pero sí. Porque no pintábamos nada. Estábamos un poco locos.

Aquel chico era una joya, y su hermano y Ana. Los Cano (Nacho y José María) y Torroja, a quienes yo vi en una ocasión en las fiestas de La Melonera en mi barrio, en el parque de la Arganzuela: anda que no había allí gente.


Mecano cantaba hasta canciones cortitas para antes de que nos abandonara el mar. Pero el mar se marchó. Aunque no fue el fin del mundo.

 

A unos les toca en Gambia y a otros en Pekín, y a mí me tocó nacer en Madrid, en Madrid.

Y no es un trauma ni un orgullo para mí. ¿Por qué no me dejaron elegir?

¡Oh, Madrid! Una ciudad de alquitrán, hierro, cemento y cristal.

En Madrid caen sombras largas de edificios sobre mí. Bajo mis pies siento crecer Madrid

¡Oh, Madrid!

Se ha hecho tan grande y tan pequeño para mí, que sólo hay sitio para ir y venir por Madrid.

Y no sobrevivirás si no funcionas a gas. En Madrid...

Alguna gente no lo puede soportar, yo ya sin humo no sé respirar, respirar.

José María Cano

                  



España importa menos que los españoles, he de decirlo, gritarlo, cantarlo. Tierra seca, mundanal húmedo donde canta Paco Ibáñez, donde suena Mecano, donde un poeta es Hierro y la vida un tatuaje de copla para que la escriba Manuel Vázquez Montalbán.


Y, ahora, mi cuento titulado ‘Gonzalo Queipo de Llano nunca escuchó a Mecano’:


Hablar de cuando el primer disco de Mecano. O escribir algo sobre Queipo de Llano. Ese está siendo mi dilema. Voy…

“¡A las armas! La Patria está en peligro y para salvarla…”. No es una canción de Mecano. Es Gonzalo Queipo de Llano en Sevilla, estamos en julio de 1936. El horror, sí, el horror. Sigue la arenga radiofónica. Su primera arenga radiofónica. Viva la Guerra Civil.

“… unos cuantos generales hemos asumido la responsabilidad de ponernos en frente de un movimiento salvador que triunfa por todas partes. Tropas del Tercio y Regulares se encuentran ya camino de Sevilla, y en cuanto lleguen, esos alborotadores serán cazados como alimañas. ¡Viva España!”

Hay un cuento en el que los hermanos Cano le preguntan a Torroja por su padre, por el de ella, y en el relatillo de Ana sale, indemne, pero sale, Gonzalo. Gonzalo Queipo de Llano. El primer disco de Mecano, el primer álbum, era el del reloj. No sé si te acuerdas. ¿Y de Queipo? Ese te pilla más lejos. No es fácil que se sepan cosas sobre aquel militarote traidorcillo. Más traidor que los demás golpistas, si cabe. (No es fácil porque saber del pasado no suele interesar, salvo cuando vamos a por lo que queremos encontrar.) Te detallo algo de sus charlas. De sus charlas radiofónicas.


Hoy no me puedo levantar, dice el general Queipo de Llano desde la emisora de radio de Sevilla desde la que va a demostrarle a todo el mundo cuán hijodelagranputa es.

No me enseñen la lección, alecciona el militar vallisoletano (de Tordesillas era el tío), poco antes de escupir esas soflamas suyas tan de macho cabrío encabronado y encabronador.

“Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y de paso también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas practican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres y no milicianos maricones. No se van a librar, por mucho que berreen y pataleen”.

General de división, con mando en plaza, sublevado golpista perdido en la habitación de su altanera independencia pendenciera. Sin maquillaje o con maquillaje. Rojo sangre en su alfeizar del Aljarafe. Sí fue el fin del mundo, pero acabó yéndose a casa. Él, que no era solamente una persona. Faltaría más. Menuda bestia. Se murió mucho antes que el Caudillo, exactamente treinta y un años antes de que Mecano sacaran su primer elepé, treinta y un años antes de que los socialistas volvieran a gobernar ese país sobre el que él puso, como sus crueles colegas sus zarpas de poderosa herrumbre antigua y demoníaca. Tu nieta Genoveva lamenta que te saquen de tu tumba, Gonzalo el del Micrófono y las Balas. Yo ya casi nunca escucho a Mecano, pero me gustaría haber celebrado en Londres mi boda con Margarita. Claro”.

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