Las causas de la Primera Guerra Mundial; por Roberto Muñoz Bolaños


¿Cómo pudo ser? ¿Cómo Europa se vio involucrada en un conflicto que causó 15 millones de muertos entre soldados y civiles, y que, en palabras del historiador estadounidense de origen alemán Fritz Stern, fue “la primera calamidad del siglo XX, la calamidad de la que surgieron todas las demás calamidades”, y que para el historiador británico Paul Kennedy significó el comienzo del fin de la Era de Vasco de Gama, que había permitido al pequeño continente dominar el mundo durante más de 400 años?

La respuesta a esta pregunta ha dado origen a uno de los debates más ricos de la historiografía del siglo XX y que continúa en el XXI. Debate sobre las causas de la Gran Guerra (la Primera Guerra Mundial) en el que pueden distinguirse las cuatro etapas que voy a desplegar a continuación.

 

1ª etapa: del periodo de entreguerras a la Segunda Guerra Mundial (1920-1945)

Los avatares de las explicaciones de las causas del conflicto comenzaron ya con el Tratado de Versalles, firmado el 28 de junio de 1919, pues el artículo 231 afirmaba:

 

“Los gobiernos aliados y asociado afirman, y Alemania acepta, la responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todos los daños y pérdidas a los cuales los gobiernos aliados y asociados se han visto sometidos como consecuencia de la guerra impuesta a ellos por la agresión de Alemania y sus aliados”.

 

A partir de este momento, los diferentes gobiernos comenzaron a publicar los famosos “Libros de colores”, donde se recogían los principales documentos vinculados con el conflicto, aunque eso sí, previamente expurgados para darles un carácter exculpatorio. A la labor gubernamental, siguió la de los historiadores académicos, que rápidamente se dividieron en dos tendencias que llegan hasta nuestros días: los revisionistas y los antirrevisionistas.

Los revisionistas, cuya tesis fundamental era la no culpabilidad de Alemania en el conflicto, tuvieron sus principales representantes en dos estadounidenses.

El primero fue Harry Elmer Barnes (1889-1968), cuya obra La génesis de la Guerra Mundial (1925), culpaba a Serbia, Francia y Rusia del conflicto; a la primera, por ser la causante del atentado que acabó con la vida del archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofia Chotek, el 28 de junio de 1914, en Sarajevo; y a Francia y Rusia, por su política agresiva y su deseo de acabar con el poderío del Imperio Alemán. La obra de Barnes fue bien recibida en los ambientes académicos alemanes, como afirma Annika Mombauer, pero posteriormente quedó desprestigiada por la actitud de Barnes ante el ataque de Pearl Harbor –del que acusó al presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt– y por su negación del Holocausto.

Más interesante fue la obra del segundo historiador de esta nacionalidad, Sidney Bradshaw Fay (1876-1967), en cuya obra Los orígenes de la Guerra Mundial (1928), se planteaba por primera vez la teoría de las responsabilidades colectivas, para explicar el origen del conflicto.

Las obras de Barnes y Fay provocaron la reacción de un grupo de historiadores, a los que se denominó antirrevisionistas, porque su tesis principal era la defensa de la culpabilidad alemana en el conflicto tal como se había plasmado en el Tratado de Versalles. Dentro de este grupo destacaron cuatro autores.

El primero fue el extraordinario historiador del derecho alemán Hermann Kantorowicz (1877-1940), cuya obra Opinión sobre las responsabilidades de la guerra de 1914, posteriormente reescrita por Imanuel Geiss (1931-1912), y publicada en 1967, responsabilizaba del conflicto al Gobierno alemán por haber otorgado “un cheque en blanco” al austriaco tras el magnicidio de Sarajevo.

En la misma línea se situó el gran historiador francés de las relaciones internacionales Pierre Renouvin (1893-1974), en cuya obra Los orígenes inmediatos de la guerra, publicada en 1925, desarrollaba la idea, hoy aceptada de que Alemania, a través de su canciller, Theobald von Bethmann Hollweg, era partidaria de una guerra limitada entre Austria-Hungría y Serbia, de ahí su apoyo a Viena; aunque también se hubiera conformado con una victoria diplomática.

Por su parte, el estadounidense Bernadotte Everly Schmitt (1886-1969), en su libro La llegada de la guerra del 1914, publicado en 1930, y que obtuvo el Premio Pulitzer de Historia, sostenía una idea similar, defendiendo que tanto Hollweg como el kaiser alemán Guillermo II (1859-1941) aceptaron desde el primer momento el riesgo de la guerra, y fueron, por tanto, los grandes responsables del conflicto. Schmitt sostuvo un largo debate con Fay que influyó en generaciones de estudiantes norteamericanos.

El último y más interesante de los antirrevisionistas fue el italiano Luigi Albertini (1871-1941). Su obra Los orígenes de la guerra de 1914, nunca acabada por la muerte de su autor, se construyó a partir de las entrevistas realizadas a los principales protagonistas de los hechos, lo que la convirtió en una de las obras de historia más importantes del siglo XX. Albertini, con gran capacidad de penetración en las fuentes que manejaba, llegó a la conclusión de que si bien tanto Alemania como Austria-Hungría actuaron de forma inconsciente y agresiva, precipitando los acontecimientos; las potencias de la Entente actuaron torpemente: Francia, por la actitud revanchista del presidente de la República, el lorenés Raymond Poincaré; Rusia, al precipitar los acontecimientos con la declaración de la movilización total de sus tropas –29 de julio–, y sobre todo Gran Bretaña, ya que la actitud ambivalente de su ministro de Asuntos Exteriores Edward Gray –que reflejaba la división dentro del Gobierno británico en relación a la participación o no en un conflicto continental– convenció a alemanes y austro-húngaros de que esta nación no iba a participar en ningún conflicto europeo, con lo que incremento su agresividad.

Con la magnifica obra de Albertini terminó la primera etapa de este debate historiográfico.

 


2ª etapa: la Guerra Fría (1945-1960)   

El debate historiográfico en esta etapa estuvo marcado por el conflicto entre el mundo capitalista y el comunista, lo que trajo como consecuencia que los historiadores académicos occidentales optaran por posiciones revisionistas –no culpabilizar a Alemania del conflicto–, buscando la concordia entre los países capitalistas, a semejanza de lo que hicieron el francés Jacques Godechot (1907-1989) y el estadounidense Robert (1909-2002), con su tesis sobre la revolución atlántica.

En esta línea debe situarse el encuentro que un grupo de historiadores franceses, encabezado por Renouvin sostuvo con un grupo de colegas alemanes, liderados por Gerhard Ritter (1888-1967) en 1951, en Paris (Francia) y Mainz (República Federal Alemana), donde llegaron a las siguientes conclusiones:

  1. Ningún Gobierno ni ningún pueblo europeo deseaba la guerra en 1914.
  2. El Ejército alemán estaba más dispuesto a aceptar la eventualidad de un conflicto, pero no hay evidencias de que su posición influyera en la actitud del Gobierno de este país.
  3. La guerra entre Austria-Hungría y Serbia que estalló en 1914 era la culminación de un largo conflicto iniciado en 1903 con el cambio de dinastía que tuvo lugar en el país balcánico.

En la misma línea de búsqueda de responsabilidades compartidas se situó el historiador británico Alan John Percivale Taylor (1906-1990) con sus obras El curso de la historia alemana (1945) y sobre todo La lucha por el dominio de Europa 1848-1918 (1957), quien afirmó que no puede culparse a ninguna nación de la responsabilidad del conflicto ya que en Europa existía un sistema de alianzas enfrentados, integrado por la Triple Entente –Francia, Gran Bretaña y Rusia– y la Triple Alianza –Alemania, Austria-Hungría e Italia–; pero tampoco podría afirmarse que la guerra estalló por los sistemas de alianzas existentes, sino por la crisis de los mismos, ya que ninguno de los países integrantes de los mismos actuó de acuerdo con la letra de los tratados.

Así, por ejemplo, Alemania estaba obligada a ir a la guerra contra Rusia si esta atacaba Austria-Hungría, y sin embargo, la declaración de guerra alemana fue anterior a este hecho; por su parte, Gran Bretaña debía salvaguardar la neutralidad belga si esta nación era atacada por Alemania, y, por el contrario, los británicos ocuparon Amberes antes que los soldados alemanes pongan un píe en Bélgica. Taylor terminaba concluyendo que la Primera Guerra Mundial fue en su origen una Tercera Guerra Balcánica, que tras una reacción en cadena, producida por los compromisos existentes, derivo en un gran conflicto mundial. Esta tesis fue ampliamente criticada por su planteamiento simplista y monocausal.

 

3ª etapa: la tesis de Fischer y sus consecuencias (1961-2011)

En 1961, en plena coexistencia pacífica entre el bloque comunista y el bloque capitalista, el historiador marxista germano occidental Fritz Fischer (1908-1999) publicaba una obra que habría de marcar de forma indeleble el estudio de las causas y responsabilidades de la I Guerra Mundial: Hacia el poder Mundial. Los objetivos de guerra de la Alemania Imperial (1914-1918). En esta obra, Fischer, antiguo militante nazi, volvía a las tesis antirrevisionistas, afirmando de forma explicita que Alemania era la culpable del conflicto, tal como había establecido el Tratado de Versalles. Fischer se apoyaba en el programa de paz elaborado en septiembre de 1914 por el Gobierno alemán, articulado sobre cinco aspectos:

  1. La constitución de una Mitteleurope (Europa Central), que haría de Alemania la potencia hegemónica del continente.
  2. La colocación de Francia bajo dependencia alemana; lo que implicaba la cesión de hierro de Lorena, el pago de indemnizaciones económicas, y el desmantelamiento de las fortificaciones de Dunkerque.
  3. La transformación de Bélgica en Estado vasallo de Alemania.
  4. La constitución de un vasto dominio africano con centro en el Congo belga, y que abarcaría buena parte del centro-sur del continente.
  5. La creación de Estados tapones entre Alemania y Rusia, bajo príncipes alemanes.

Este programa imperialista, según el historiador alemán, era compartido por los militares políticos, industriales, científicos, banqueros y economistas; es decir, por toda la élite del país, y habría de llevarse a cabo mediante el desencadenamiento de un conflicto mundial, que comenzó a planificarse en una reunión del kaiser Guillermo II con sus mandos militares el 8 de diciembre de 1912.

En 1969, Fischer publicó una nueva obra: La guerra de las ilusiones, donde volvía a insistir en las mismas tesis, pero ahora apoyándose en la política interna alemana, y más concretamente en tres puntos clave:

  1. La guerra fue para el gobierno alemán una coartada frente a la democracia y el socialismo, esto es, contra el peligro social y político interno, cada vez mayor, dado el crecimiento económico alemán.
  2. La guerra permitió estimular una economía en crisis.
  3. Muchos testimonios vienen a confirmar la decisión alemana en pro de una guerra “preventiva”, capaz de destruir el agobiante cerco de la Triple Alianza. De hecho en los círculos militares alemanes se arrepentían de no haber ido a la guerra en el año 1905.

La obra de Fischer provocó un enorme impacto en dos frentes: el político y el académico. En el primero, porque podía romper la solidaridad occidental, articulada en torno a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Comunidad Económica Europea (CEE), y necesaria para hacer frente a la amenaza comunista. Además, se apoyaba en un documento escrito con posterioridad al estallido del conflicto, y por tanto inválido para explicar los antecedentes del mismo, ya que en la historia no existen los efectos retroactivos.

En el académico, porque su interpretación rompía con la interpretación dominante hasta entonces, al primar los factores internos, lo que se conoció como Primat der Innenpolitik (“Primacía de la Política Interior”) frente a la Primat der Aussenpolitik (“Primacía de la Política Exterior”) que había sido hegemónica hasta ese momento. Este planteamiento revolucionario produjo una división de los historiadores en dos campos.

El primero fue el formado por los opositores a las tesis de Fischer, de posición revisionista, y que estuvieron encabezado inicialmente por Ritter, quien no sólo se limitó a rebatir los argumentos en el segundo volumen de su obra La espada y el cetro (1967), argumentando que no estaba demostrado el carácter agresivo de la política alemana, ni tampoco sus fines expansionistas, ya que el canciller Bethmann Hollweg se había opuesto a los planes del Ejército; sino que presionó para que se le quitara la ayuda económica que había recibido del Gobierno federal para impartir una serie de conferencias en Estados Unidos, argumentando que “era un mal alemán”.

La oposición a la obra de Fischer fue continuada por grandes historiadores alemanes y anglosajones. El primero fue el alemán Wolfgang Mommsen (1930-2004), cuya crítica a Fischer, plasmada en sus artículos “El debate sobre los objetivos de guerra alemanes” (1966) y sobre todo “La crisis latente del Imperio Alemán (1909-1914)” fue muy matizada, ya que si bien consideró la tesis de la Primat der Innenpolitik como fundamental para entender el primer conflicto mundial, negó que el mismo fuera buscado por Alemania, aunque sí vio en él una oportunidad para romper el cerco al que estaba sometido por la Triple Entente.

Más contundente fue el francés Jacques Droz, cuya obra Las causas de la Primera Guerra Mundial (1972) matizaba las afirmaciones de Fischer, inclinándose por una responsabilidad compartida con el gobierno austriaco, y algunos estadistas aliados como el presidente de la República francesa Poincaré y el primer ministro italiano Antonio Salandra, cuyas ambiciones nacionalistas no desmerecían de las alemanas.

En los últimos años, la crítica a Fischer ha procedido de tres excelentes historiadores: los alemanes Holger H. Herwig (nacido en 1941) y Annika Mombauer (nacida en 1967) y el británico Niall Ferguson (nacido en 1964). Herwig, uno de los historiadores que mejor conocen la I Guerra Mundial, tema sobre el que ha centrado toda su carrera académica, demostró en obras como “La Flota de lujo”. La Marina Imperial Alemana (1888-1918)(1980), que la mayor parte de la élite económica alemana era contraria a un conflicto armado, salvo los empresarios armamentísticos como Krupp o Mauser; destacando en este sentido fabricas como la química Bayer, el Deutsche Bank y sobre todo la Hamburg-AmerikanischePaketfahrt-Aktien-Gesellschaft (HAPAG), la mayor empresa naviera del mundo, cuyo presidente y dueño, Albert Ballin actuó hasta el último momento como mediador para evitar el conflicto entre Gran Bretaña y Alemania.

Mombauer, en su obra Helmuth von Moltke y los orígenes de la Primera Guerra Mundial (2001), ha negado que la guerra fuera planificada por Alemania, aunque reconoce que el militarismo alemán y la visión hegemónica del Imperio fueron claves en el desencadenamiento del conflicto. Por su parte, Ferguson, en su libro La compasión de la guerra (1998), ha rechazado la tesis de Fischer haciendo recaer la causa fundamental del conflicto en la actitud dubitativa del Gobierno británico frente al alemán, que intentó utilizar la crisis para buscar un acuerdo general en Europa.

Si Fischer tuvo numerosos detractores, también es cierto que contó con importantes seguidores en la comunidad académica, que defendieron tesis antirrevisionistas, responsabilizando a Alemania del conflicto. Dentro de este grupo, destacaron dos escuelas.

La primera estaba formada por los historiadores marxistas seguidores de la Primat der Innenpolitik, como el estadounidense de origen luxemburgués Arno J. Mayer (nacido en 1926), quien en su obra La primacía de las políticas domesticas (1967), afirmaba que la I Guerra Mundial fue provocada por la situación casi revolucionaria que vivía Europa en 1914 como consecuencia de las tensiones sociales existentes, y el alemán Hans-Ulrich Wehler (nacido en 1931), autor de una obra de gran importancia, El Imperio Alemán 1871-1918 (1985), donde sintetiza su teoría del sonderweg (“camino especial”), que caracteriza el proceso de modernización de Alemania como parcial, ya que las transformaciones económicas no fueron acompañadas de cambios sociales, lo que trajo como consecuencia que una élite aristocrática antidemocrática provocara dos guerras mundiales con el único objetivo de mantener su posición dominante.

La segunda escuela estuvo integrada por historiadores no marxistas anglosajones, destacando tres:

El primero fue el germano-estadounidense Henry Kissinger (nacido en 1923), figura clave de la política exterior de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX y catedrático de Relaciones Internacionales en la Universidad de Harvard, quien en su obra Diplomacia (2001) insiste en el papel capital del kaiser Guillermo II, factotum de la política exterior alemana, centrándose en dos aspectos. De un lado, que Guillermo II creó en los años anteriores a la I Guerra Mundial la sensación de que Alemania aspiraba al dominio del mundo (Weltmacht), provocando que las grandes potencias –Rusia, Francia y Gran Bretaña– se uniesen contra ella, ante el temor de que pudiese desencadenar un conflicto para conseguir ese objetivo. Y de otro, que en 1914, el kaiser consideraba que el cerco de las tres potencias anteriormente citadas se estrechaba cada vez más, y lo que era más importante, no podía romperse, como habían demostrado las consecuencias de las crisis balcánicas y marroquíes. Ante esta situación, Guillermo II consideró que cuando antes estallase el conflicto, más fácil sería conseguir la victoria. Por eso, apoyó a Austria-Hungría en 1914 contra Serbia, y declaró la guerra a Rusia.

El segundo, el germano-británico John C. G. Röhl (nacido en 1938), el mayor especialista mundial sobre Guillermo II, autor de una docena de libros sobre este personaje y la historia reciente de Alemania, el último publicado en abril de 2014, quien ha desarrollado la teoría –muy similar a la de Kissinger– de que fue la actitud y las decisiones políticas del soberano alemán, las que empujaron al primer conflicto mundial.

Finalmente, el también británico Paul Kennedy (nacido en 1945), profesor de Historia Moderna en la Universidad de Yale, en su obra El ascenso del antagonismo anglo-germano (1860-1914) también ha insistido en la responsabilidad de Guillermo II en el conflicto, aunque considera que el resto de potencias consideraban la guerra como una posibilidad si no deseada, sí al menos, no rechazable.

La talla de todos los historiadores que hemos citado demuestra la enorme influencia de la obra de Fischer y su papel en el debate sobre las causas de la I Guerra Mundial, lo que explica que 65 de los mayores especialistas sobre el tema se reunieran en Londres, en 2011, en un coloquio titulado La Controversia Fischer 50 años después –organizado por Mombauer– para analizar la trascendencia de su obra.

 

4ª etapa: de 2011 a nuestros días

La celebración del centenario de la I Guerra Mundial en 2014 ha activado de nuevo el debate sobre las causas que provocaron este conflicto, aunque en el mundo anglosajón y germano siempre había estado presente. De todas las obras publicadas con ocasión de esta fecha, destaca sin duda la del revisionista australiano Christopher Clark con su obra Sonámbulos (2014). En este libro, Clark, que utiliza unos planteamientos propios de la historia cultural, dando una primacía completa al ámbito político y a las élites gubernamentales, y no tanto a los soberanos, insiste en los siguientes aspectos:

  1. El carácter agresivo de la política serbia a partir de 1903, cuyo objetivo era la destrucción del Imperio Austro-Húngaro, para unir a todos los eslavos del sur bajo su dominio. Fue este carácter agresivo lo que explica las conexiones del Gobierno de Belgrado con los grupos terroristas que cometieron el magnicidio de Sarajevo, siguiendo órdenes de los servicios secretos del Ejército, aunque no directamente del ejecutivo, que, sin embargo, si tenía un conocimiento previo de lo que iba a ocurrir.
  2. La decadencia relativa del Imperio Británico, lo que llevó a Londres a buscar la alianza con Francia y Rusia, ya que sus recursos no le permitían defender eficazmente sus posiciones, especialmente en la India, amenazadas por el avance ruso en Asia Central. Fue esta debilidad lo que hizo que Londres se viera implicado en la maraña de los Balcanes, ya que el Gobierno británico consideraba la amistad con Rusia –salvaguarda de sus posesiones asiáticas– como su prioridad fundamental; a pesar de la división existente dentro del mismo entre intervencionistas y no intervencionistas, y que Rusia no respetaba los acuerdos suscritos, como demostraba con su política agresiva en Persia, lo que estaba llevando a que determinados miembros del ejecutivo, incluido el propio Gray, estuvieran pensando en sustituir la alianza con San Petersburgo por un acuerdo con Alemania
  3. El carácter expansionista del Imperio Ruso, que tras haber visto frenadas sus ansias conquistadoras en Asia tras el acuerdo con Gran Bretaña en 1907, había puesto sus ojos en el estrecho de los Dardanelos, lo que le permitiría tener un acceso libre al mar Mediterráneo. El Gobierno de San Petersburgo consideraba que ese objetivo sólo podría lograrse en el escenario de una guerra general europea.
  4. La política de seguidista de Francia en relación con Rusia, ya que consideraba que sólo la amistad con esta gran potencia euroasiática le permitiría enfrentarse con garantías a Alemania. Esa amistad había llevado a Paris a considerar que si Rusia se viera implicada en un conflicto balcánico los ejércitos franceses deberían apoyarla.
  5. La política exterior ineficaz de las dos potencias centrales. En el caso del Imperio Austro-Húngaro por la compleja estructura constitucional, que obligaba a que cualquier acuerdo debería ser aprobado tanto por el Gobierno austriaco como por el húngaro, y también a la existencia de posiciones contrapuestas, ya que las tendencias belicistas en contra de Serbia eran anuladas por el archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio, pacifista y partidario de una reforma que convirtiera a Austro-Hungría en una estructura federal.

En el caso del Imperio Alemán, esa ineficacia era consecuencia de la existencia de diferentes tendencias en la élite dirigente, y de la carencia de un sistema unitario en la toma de decisiones. Esta situación hubiera podido subsanarse si el kaiser Guillermo II hubiera actuado como elemento unificador. Sin embargo, su personalidad pueril, indiscreta y sus constantes salidas de tono había provocado que sus posiciones estuvieran fuertemente supervisadas por el canciller Bethmann Hollweg cuando no eran totalmente ignoradas.

En función de esta situación planteada por Clark, novedosa en muchos aspectos, es imposible culpar a Alemania del desarrollo del conflicto. Es más. El historiador australiano considera que durante la crisis de julio de 1914, que fue el preludio de la guerra, Berlín fue un mar de tranquilidad frente al histerismo que caracterizó otras capitales europeas, y que a lo máximo que aspiraba el Gobierno alemán era a un conflicto localizado entre Serbia y Austro-Hungría, conformándose con un acuerdo diplomático que hubiera supuesto un desprestigio para Belgrado.

 


Conclusión

El debate sobre las causas de la I Guerra Mundial, que todavía continúa abierto, ha sido clave para comprender este complejo acontecimiento y rechazar las explicaciones simplistas y monistas sobre el mismo. De hecho, gracias a la labor de los grandes historiadores que han participado en el mismo, existe un conjunto de hechos de gran importancia sobre los que existe un notable consenso, y entre los que destacamos los siguientes:

  1. A diferencia de lo que pueda pensarse, cada una de las grandes potencias europeas en 1914 carecían de un sistema establecido y coherente en el proceso de toma de decisiones, existiendo numerosos escalones que actuaban, en numerosas ocasiones, de forma autónoma. Esta situación era común a todos los grandes países del continente, incluyendo los más autoritarios como los Imperios Ruso, Austro-Húngaro y Alemán.
  2. En la Europa de 1914, existían notables problemas interiores en todas las grandes potencias, no sólo en Austria-Hungría y Alemania, destacando el descontento social en Rusia, que terminaría derivando en las revoluciones de 1917 y el gravísimo problema irlandés en el Imperio Británico, que había colocado al país casi al borde de la guerra civil por el descontento en el seno del Ejército por la concesión de la autonomía a este territorio.
  3. El eje de las relaciones internacionales en 1914 no se limitaba única y exclusivamente al continente europeo, sino que también abarcaba los imperios coloniales. Si no se tienen en cuenta estos territorios, especialmente los británicos, así como sus zonas de influencia –Persia o Afganistán–, sometidos a una fuerte presión por parte del Imperio Ruso, no se puede tener una visión global de las alianzas y enfrentamientos entre las grandes potencias europeas.
  4. La política agresiva no era patrimonio del Imperio Alemán. Por el contrario, era mayor en Rusia, tanto en Asia como en los Balcanes, y en Serbia, cuyo Gobierno había iniciado una política de claro enfrentamiento con el Imperio Austro-Húngaro con el objetivo final de provocar su derrumbamiento para apropiarse de sus despojos.
  5. En el Imperio Alemán si existía, especialmente en sus élites militares, una sensación de que el tiempo corría en su contra, ya que su único aliado, el Imperio Austro-Húngaro, se estaba desangrando por las tensiones nacionalistas que existían en su interior, y Rusia se estaba rearmando, lo que podía traer como consecuencia que en pocos años, la situación militar le fuera claramente desfavorable. De ahí que en esa élite militar se hubiera instalado la idea de desencadenar una guerra preventiva; opinión que era rechazada por la élite política civil.
  6. Situación similar existía en Austro-Hungría donde la élite militar era partidaria de desencadenar un conflicto inmediato contra Serbia, mientras que los gobiernos tanto austriaco como húngaro, así como el archiduque Francisco Fernando, eran partidarios de mantener una política pacifista.
  7. Francia y Gran Bretaña se encontraban en una situación paradójica y difícil como consecuencia de su amistad con Rusia. La primera no había olvidado Alsacia y Lorena, perdidas tras la derrota frente a Prusia en 1870, y se mostraba deseosa de recuperarlas, a la vez que tenía la potencia militar alemana. De ahí su apoyo incondicional a Rusia en los Balcanes. Por el contrario, Gran Bretaña se encontraba en una posición absolutamente ambivalente y dubitativa. Su economía no le permitía sostener su imperio sin aliados, especialmente la joya de la Corona, la India, pero a la vez el Gobierno estaba dividido entre intervencionistas y no intervencionistas en un conflicto europeo, y tanto la mayor parte de la clase política como del pueblo británico sentía una profunda animadversión al Gobierno ruso.
  8. La élite económica –salvo excepciones–, especialmente los financieros y grandes comerciantes, se mostraba contraria a un conflicto, ya que podría poner en peligro sus negocios.

Este conjunto de hechos es significativo de la complejidad que supone determinar qué causas provocaron la I Guerra Mundial. En todo caso, el debate continúa…

 

[Este texto de Roberto Muñoz Bolaños apareció el 28 de julio de 2014 en la revista Anatomía de la Historia]

Comentarios

  1. Excelente artículo. Las fuentes bibliográficas mencionadas no las conocía. Esperaré otro artículo. Gracias

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    1. Muñas gracias, como dice al final del mismo, este artículo escrito por el historiador Roberto Muñoz Bolaños fue publicado en una revista digital dedicada a la Historia que yo dirigí pero que desgraciadamente ya no existe. Gracias por leernos.

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