Silencios sobre los silencios

 


¿Qué es lo que nos hace abandonar las novelas, dejar de leerlas? La primera novela que recuerdo haber dejado a medias es una escrita en el año 1907, La madre, del escritor ruso Maksim Gorki. Desde entonces, sólo unas cuantas más han sufrido esa afrenta mía que no es tal. No recuerdo por qué no pude con el reputadísimo texto de Gorki. Tampoco cuándo ocurrió todo aquello. ¿1980? Más o menos.

La poeta argentina Laura Giordani nos acerca al silencio en su poemario de 2014 Antes de desaparecer: “en ese silencio que resucita lo arrasado y resta crimen al mundo”. ¿A qué viene esto ahora? Sigue leyéndome, por favor.

En este año 2022 me vi en la necesidad de leer dos novelas de las que había recibido excelentes noticias, escritas por personas a las que conozco personalmente (a una de ellas, sí, en persona): las dos novelas tienen la palabra silencio en su título. No he tenido la paciencia necesaria para acabarlas, pero adelanto que toda la culpa es sólo mía y en ningún modo mi actitud es achacable a la escritura de sus dos autores, tenidos por excelentes escritores, como acreditan los premios y las críticas que reciben. La literatura no es fácil (leerla, digo, más que escribirla, si cabe): nada lo es. Dicho esto…

De Sergi Bellver yo ya había leído su primer libro, uno de relatos titulado Agua dura que supe disfrutar cuando se publicó, allá por el año 2013, en el que me quedé absolutamente prendado del excelente ‘Islandia’, tanto que años después escribí en mi cuento ‘Londres tendrá que esperar’ esto:

 

"Que la tierra aquí rasga su corteza entre montañas para forjar un paisaje lunar, y que un día brotó del océano una isla de lava que ni siquiera estaba en los mapas. Eso leí en un cuento de Sergi Bellver titulado ‘Islandia’. Claro que estamos hablando de un escritor-escritor que escribe con afán de serlo. Alguien que me hizo una vez escribir sobre su libro de cuentos Agua dura que uno lee un libro de relatos y descubre cuando llega a su final que la desolación y la memoria se pueden encerrar entre las palabras de un escritor a quien ya no podré dejar de atender. Pero lo hice. Dejar de atenderle. Pero eso me pasa a menudo. No nos desviemos del tema. Vamos, voy a lo que vamos, a lo que voy”.

 

De 2021 es Del silencio, la primera novela de Bellver, en la que nos lleva a la Europa de mediados del siglo pasado. Un viaje que no me he atrevido a hacer del todo. Como no me vi en condiciones de leer otro libro que tanta gente ha leído y yo interrumpí casi a las primeras de cambio (mucho antes que el de Bellver, todo hay que decirlo): estoy hablando de El mundo de ayer, la reconocidísima y admirada obra autobiográfica que Stefan Zweig escribiera hacia 1939 y 1941, antes de poner fin a su vida, y que apareciera póstumamente en 1943. Ese libro debí de desatenderle yo más o menos en 2014. Año arriba, año abajo. Pero es que Stefan Zweig, he de añadir, está en mi elenco de desquiciantes del siglo XX, junto a artistas no siempre literarios de contrastadísima categoría como King Crimson, Virginia Wolf, Knut Hamsun, la película Casablanca, Miles Davis, Thomas Pynchon, Carl Theodor Dreyer, Grateful Dead, Vladimir Nabokov, Chavela Vargas, Genesis, Carson McCullers, Frank Zappa, Clarice Lispector, John Cassavetes o Roberto Bolaño. Esa es mi lista Columbine.

¿Qué había en aquel mundo de ayer de interés para tantos que leyeron al escritor austriaco? Lo ignoro, yo sólo vi escritura, nada más. ¿Le basta a la literatura, a lo que uno quiere leer, con la escritura de otros? Creo que no.

Del silencio (que se inaugura con una cita de Milan Kundera de su libro El arte de la novela que dice: “el novelista no es un historiador ni un profeta, es un explorador de la existencia”), se abre así:

 

“Nunca me ha gustado hablar. Prefiero el silencio porque en él todo está más limpio y si nadie habla nadie miente”.

 

Poco más adelante podemos leer también: “me gusta el silencio de los museos porque en ellos sólo hablan las cosas que tienen algo que decir”.

Explorador de la existencia, el novelista. Y el silencio.

 

“Pienso en el griterío solemne de las naciones al contar la historia de sus generales, reyes, faraones, emperadores y dioses, como si no viniéramos todos del mismo silencio, de la misma cuchara en la sopa de la vida diaria, de la misma madre sedienta y del mismo espejo ante la muerte”.

 

Sí, “este disparatado juego de la historia” en el que los novelistas en realidad lo que hacen es explorar la existencia humana, como hacen los historiadores con el pasado, pero sin la angustia de la palabra verdad percutiendo una y otra vez sobre su esfuerzo. Su esfuerzo silencioso.

Jitka Hanzlová: Human dark

También fue publicada en 2021 la novela de Miguel A. Zapata titulada Nos tragará el silencio, la tercera suya, la tercera también de una trilogía que se envuelve en el marbete Ciclo de la Degeneración. Lo primero que anoté de ella cuando traté de leerla, cuando comencé a leerla, fue la expresión “evitar lo imaginado”. En eso también coinciden los novelistas que no quieren insultar a la realidad a base de la mera ficción y los historiadores que buscan (buscamos) la realidad tal y como ha venido siendo procurando que la imaginación no emborrone el complejísimo proceso que nos ha traído a todos hasta aquí. Aquí entramos en “el ámbito de la impunidad de lo que no puede morir”.

 

       “¿A quién le gusta temer?”

 

Nos tragará el silencio es un peliagudo descenso a un infierno distópico en el que me he sentido mal, incómodo, fuera de sitio, solo. Muy solo. Algo que no me gusta que me ocurra cuando leo una novela. Ni cuando vivo fuera de ellas. Fui engullido por el silencio demasiado pronto. Y bien que lo siento. Porque, como me pasó con la novela de Bellver, quería tener a mis nervios a raya para disfrutar de una lectura para la que no estoy capacitado. Todo esto es bastante inexplicable, y haber malgastado tantas palabras no tiene justificación alguna. Os pido disculpas a todos.

Zapata y Bellver están a la altura de Gorki y Zweig. No todos los escritores pueden decir lo mismo.

 

[Escribo ahora como escritor: bastante tenemos ya los que escribimos como para saber para quién lo hacemos.]

Los libros que abandonamos

en realidad

nos abandonan ellos a nosotros.

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