Simon Critchley, en su libro En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, consigue lo que solo logran los grandes escritores, los grandes pensadores: explicarnos las cosas que ya sabíamos para que podamos dudar a gusto.
La estupidez y la inteligencia (en el fútbol)
Critchley no duda, admite cuanto de imbécil tiene el fútbol, ese seguirlo y
admirarlo:
“Si existe una
dimensión sacra en el fútbol, la verdad es que preferiría verla en el mismo
carácter ordinario del juego y su incuestionable estupidez”.
Para él, “la estulticia del fútbol no tiene fondo y un ejemplo de
ello es la obsesión por las estadísticas como el número de faltas cometidas,
los saques de esquina que se han lanzado, los disparos a puerta, etcétera, etcétera,
etcétera”. El filósofo británico considera, y yo con él, que “ver fútbol
implica adentrarse en una experiencia de dichosa estulticia, la de perder
el contacto con el mundo normal y cotidiano, el mundo de los fines: al mirar el
fútbol entramos en un mundo diferente, maravillosamente idiota”. Maravillosamente
idiota.
“Pese al
cinismo, la corrupción y el capitalismo crónico propios de este deporte, ser
hincha te obliga a creer en las hadas, a comportarte como un estúpido y a tener
un cierto grado de utopismo”.
Hasta aquí lo que de idiotez tiene el fútbol. Ahora, la inteligencia…
“El
espectador establece una distancia reflexiva respecto al juego, una
distancia teórica o estética que a la vez es la manera en la que participa del
mismo. Eso no significa que los espectadores se mantengan al margen de la acción,
sino que participan de ella mediante su presencia y su atención constante. Y
podemos ir un poco más allá diciendo concretamente que el espectador no está
al servicio de los jugadores ni desempeña un rol secundario en función de
aquellos. Por el contrario, creo que el espectador es una parte superior
frente a la igualdad entre los jugadores que corren sobre el césped”.
El jugador no existe para sí, si no que necesita el reconocimiento de los espectadores
“para ver confirmada su existencia”.
Como hincha, “lo que te mata del fútbol no es la decepción, sino la
esperanza constantemente renovada. Lo peor de ser hincha de fútbol es ese cóctel
horrible y venenoso de presencia y esperanza”.
Los hinchas “son una masa inteligente, crítica y, a menudo,
extremadamente bien informada, aunque con frecuencia sus miembros caigan en
situaciones extremas de mal gusto”.
“Para mí, el fútbol es un
ejemplo profundo de racionalidad discursiva”.
Es poco discutible que las conversaciones sobre fútbol tienen simultáneamente
dos propiedades habitualmente excluyentes: la razón y la fe.
Perder y ganar, perder y ganar y volver a perder y ganar…
Quienes disfrutamos con el fútbol, y lo sufrimos, debemos tener en cuenta
que “jamás deberíamos menospreciar la necesidad que tenemos de dejarnos
seducir por la fuerza de los relatos protagonizados por héroes imperfectos”.
Lo que no se debe olvidar nunca es que “el fútbol no sólo consiste en
ganar. Por lo general, consiste en perder. Tiene que ser así”. Pero ya lo
sabemos: “lo que te mata es la esperanza renovada. La esperanza al inicio de
cada nueva temporada”. No importa, cada campaña “el cosquilleo de la esperanza
sigue vibrando y quemándote la planta de los pies”.
El entrenador gestiona un estado de ánimo alimentado por los hinchas
En lo que se basa el fútbol es “en jugar desde y por la emoción, desde y por la pasión: en él todo se articula de cara a conseguir un estado de ánimo fundamental”. Ahí aparece la tarea del entrenador, a quien dedica no pocas páginas Critchley en su libro: una tarea que “consiste en gestionar ese estado de ánimo y permitir que florezca en el juego individual y, aún más importante, en el colectivo; que la acción colectiva del equipo permita que florezca la acción individual y que esta se alimenta de la energía y la música de los hinchas”.
Concluyendo: volvamos a la contradicción del fútbol (deleite y repulsión)
Finalmente, Critchley quiere subrayar que ese fútbol que ama es sobre todo
la contradicción que ya conocemos.
“Como decía al
principio de este libro, existe una contradicción entre la forma del fútbol
en cuanto asociación, socialismo y praxis colectiva y su contenido material,
que no es otro que el dinero en sus manifestaciones más excesivas y grotescas”.
Esa contradicción entre forma y contenido es “una herida abierta y
supurante lleva a que el juego nos haga sentir tanto deleite como repulsión,
a veces en un mismo instante, y parte de esa repulsión se dirige especialmente
hacia nosotros mismos por la manera en que el espectáculo nos atrapa y nos cautiva”.
Es indudable que el fútbol es “una forma de psicología de masas que da
licencia a las más atroces formas de tribalismo a nivel de clubes y al más
desagradable nacionalismo a nivel de selecciones”.
Además, estas cuatro últimas décadas de globalización liberal y capitalismo
galopante han permitido que sumas cada vez mayores de dinero contaminen el fútbol.
“Capitalismo,
mercantilización, colonialismo, nacionalismo, psicología de masas, patriarcado
y codificación legal de la violencia… Estos son los motivos por los que continuamente
relaciono deleite y repulsión en lo referente al fútbol. Sentarse a
disfrutar de un partido, por inocente que parezca, no lo salva a uno de los
horrores del mundo globalizado y neoliberal”.
Pero… En esos momentos “mágicos e irresponsables” que el fútbol nos
acerca “surgen el trance y el deleite, la forma del fútbol brilla sobre
su materia, brotan una figuración dinámica llena de belleza, la dramática
expresividad del juego, un movimiento de libre asociación entre los jugadores y
también entre los hinchas, el hechizo de un éxtasis sensorial. En esos momentos,
contenemos el aliento. Algo diferente, algo maravilloso, se presenta ante
nosotros. pero se marcha. Espiramos. Y el espectáculo del horror sigue su curso”.
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