La escritora española Sara Mesa ha publicado ya varias novelas, algún libro de cuentos e incluso un poemario. Hasta ahora yo sólo había leído su novela Cicatriz, de 2015, sobre la que escribí en su momento esto:
¿Somos
instantes desarraigados y efímeros? Nos recordamos en ellos y en esa memoria de
ellos añoramos lo que fuimos, lo que dejamos de ser, lo que no pudimos ser.
Cuando creemos amar no sentimos lo que sentiremos ni lo que sabemos, sólo somos
un punto de fuga en la vorágine universal. Una cicatriz en un soplo elemental
de vida oculto en la nada. Sara Mesa no ha logrado emocionarme, pero casi. No
ha conseguido que su novela y yo nos llevemos bien, aunque ha hecho todo cuanto
está en su mano de escritora relevante. No importa. Nadie es perfecto.
Ahora sí hemos conectado Mesa y yo. Con su novela de 2020, la muy
reconocida pública y críticamente Un amor, Sara Mesa ha
logrado mi máxima consideración lectora.
“Salen al jardín
a mirar las estrellas. La noche está despejada, la Vía Láctea destaca entre la
obscuridad, inmensa y pura. Las puntas de la hierba brillan bañadas por la luz
nocturna, se mueven mecidas por la brisa. La perra se sienta al lado babeando,
bella y majestuosa a pesar de su vejez. Los tres contemplan el cielo en
silencio”.
A Nat, la protagonista, todo le incomoda, todo le parece inadecuado: al
principio de la novela, y aun más adelante, se le hace a uno antipática, aunque
a Sara Mesa no parezca importarle gran cosa en su correcta narración de una
historia en la que quizá cueste entrar. El mezquino y maleducado casero la saca
a Nat de quicio, claro, y a mí, pero es casi el único caso en el que el lector creo
que pueda apreciar la catadura de Nat y su manera de entender la realidad. Ella
es “distante, impasible, brusca, […] un ser desapegado e insensible”.
Hay una cierta sensualidad en Un amor (“la piel tiene memoria”),
no todo es ese malestar de la incertidumbre, del atasco vital de una protagonista
y su inicialmente suave encrucijada. Aunque es éste el que prevalece:
“El malestar de
la felicidad es una idea que le ronda ahora con insistencia: un tipo de
felicidad que contiene en sí misma la semilla de su propia destrucción”.
Nat parece salida de un ensayo que pretenda mostrar personajes atrapados en
la cultura de la queja y el trauma, pero a uno le da la sensación de que Mesa
(su forma de narrar) no sea consciente de ello. Yo sí. Nat, capaz de una “desconfianza
sutil y torcida como la cautela de un gato”.
“El tiempo es el
castigo”.
Nat no ceja. Recibe un regalo y es… un regalo malicioso. Agota un poco esta Nat como protagonista, no obstante serlo de una novela perfecta. Porque eso es Un amor: una novela perfecta en la que uno no tiene por qué meterse dentro de su protagonista (esta frase contiene un juego de palabras que quizás te haga reír si lees la novela). Ha llegado a un mundo distinto, y uno lo aprecia a medida que lee, sin sufrir los efectos narrativos de ciencia-ficción simplones ni nada de eso, y de repente uno lee: “ella no pertenece a ese sitio, jamás ha pertenecido”, y uno cae en la cuenta de que esa perfección literaria, novelística, coincide con una lectura perfecta. Algo que no siempre se da entre autor y lector, entre libro y lectura.
Nadie entiende a nadie: Un amor parece ponernos ante esa tesitura
desalmada, la de que finalmente nadie entienda a nadie, o al menos la de que existan
lugares donde tal cosa ocurra e invada todo su territorio y llene todos sus espíritus.
¿Es el amor algo “grande y desconocido, laberíntico e inagotable”, algo que
permite acceder a “un poder o a unos conocimientos inasequibles al resto"?
Tocar a Dios y que te resulte insuficiente: un amor. Y todo aquello que
acaba por ser una reliquia sentimental.
El doloroso descubrimiento de uno mismo, de una misma: eso es lo que yo he leído en esta breve y memorable novela de Sara Mesa.
[Gertrude Abercrombie es la autora del arte de la cubierta del libro]
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