La medianía cautivadora de Madrid en un libro de Andrés Trapiello


Ediciones Destino. Madrid, de Andrés Trapiello: año 2020. Tantas palabras le dejan a uno sin palabras. Por eso voy a usar algunas de esas palabras (frases, párrafos, varios repetidos a lo largo de este libro literario y enciclopédico, más literario que enciclopédico) para tratar de explicar lo que he leído leyendo este libro enorme (en el sentido de volumétrico). Un libro que es un encendido elogio de la medianía cautivadora de Madrid, o eso me ha parecido a mí. Un libro que comienza así:

 

“Madrid es una ciudad estrepitosa y bizarra (por decirlo con dos italianismos) y, si se le pilla el punto, fascinante”.

 

Y que más adelante, abundando en ese ensalzar sus escasos motivos para ensalzar Madrid, podemos leer en él:

 

“La incuestionable fealdad de Madrid es parte de su belleza. Quitádsela, haced bonito a Madrid, y adiós muy buenas. Para ver ciudades bonitas, ya hay muchas. Pero una fea-bonita como Madrid, pocas”.

 

Más (casi al final del libro, leo esto):

 

“A mí Madrid, que es una ciudad descacharrada y hecha a empellones, me gusta como acompañamiento y no me molestan sus imperfecciones. Al contrario, me acompañan como las conversaciones de los parroquianos en un café, si no suben de volumen, y el ruido de la calle, si no estrepita”.

 

Recorre Trapiello la historia de Madrid varias veces, pero yo te dejo con este breve resumen en el que el escritor leonés afincado en Madrid (“el día que decidí venir a Madrid fue el más importante de mi vida”) echa mano de un gran historiador (cosa que no hace casi nunca en el resto del libro):

 

“Su historia, nos recuerda Santos Juliá, es la de una ciudad que ha querido ser con Austrias y Borbones la capital de la monarquía; con los liberales del siglo XIX la capital de la nación; en 1931 la capital de la República; en 1939, con Franco, la capital de España, y desde 1978 la capital del Estado. En la actualidad yo creo que apenas es ya nada, solo el buzón donde todo el mundo, principalmente ‘las provincias’, como las llama Ortega y Gasset, dirige sus quejas y reclamaciones. Pero no solo: ha sido, como ninguna otra, la de las ocasiones perdidas. Aunque sin exagerar: tampoco es un proyecto en ruinas”.

 

No es que Trapiello, un escritor que se ha visto obligado, lo cuenta él, a escribir mucho para ganarse la vida, esté muy preocupado por lo que cuenta, por su veracidad. Prefiere el diletantismo de los literatos a las certezas (escasas) de los historiadores. A las pruebas me remito:

 

“Yo leo esas historias en libros recientes y antiguos que a menudo se contradicen entre sí, pero como no nos va la vida en ello, todas me parecen bien. La frase de Baroja, ‘lo importante es pasar el rato’, aplicada al presente, qué sé yo, pero ahora, aplicada al pasado, tiene sentido. Bueno, tampoco, porque no hay pasado que no modifique el presente, pero lo decía como Baroja: no hay que solemnizar ni el presente ni el pasado”.

 


Y como no hay que solemnizarlo, el pasado, pues contamos las cosas como se las leemos a quienes casi con toda seguridad pueden estar (muy) equivocados. (Trapiello llama cárpetos a los carpetanos, “golpistas catalanes” a los recientemente juzgados secesionistas de Cataluña, tacha a las Cortes de Cádiz de “republicanas”, considera que España recibió ese nombre tras la entronización castellana de Isabel I la Católica, se inventa a un general Martínez Barrios, coloca en julio de 1936 al frente del primer golpe a Franco, al que secundaron Mola, Queipo y Sanjurjo, nos dice que el establecimiento lotero de doña Manolita no ha salido nunca de la Puerta del Sol, donde lleva años sin estar, o que Vicálvaro, Villaverde, Barajas y alguno más dejaron de ser pueblos para incorporarse al municipio de Madrid… en 1944). Lector, no te recomiendo que quieras saber (históricamente) sobre el pasado de Madrid, ni sobre el pasado así en general, leyendo Madrid. Para lo demás, este es tu libro. (“Las leyendas, claro, no están para creérselas, sino para transmitirlas […]. Y digan lo que quieran los libros de Historia”.)

No cabe duda de que el escritor quiere a Madrid, porque…

 

“Madrid es principalmente donde han vivido la mayor parte de las personas a las que he admirado, contemporáneos nuestros o del pasado, y a las que he querido, donde yo mismo he vivido solo o acompañado de aquellos cuya existencia me es tan o más necesaria que la mía”.

 

Trapiello, que se tiene por un escritor que prefiere no llamar la atención (frente a los que viven “de una manera literaria”) y hace finalizando este libro una encendida defensa de la tauromaquia, “la fiesta”, como la llama él, escribe mucho aquí sobre el callejero madrileño, sobre todo contándonos las vicisitudes de ese consejo de sabios del que formó parte convocado para asesorar al consistorio madrileño presidido por Manuela Carmena con el objeto de hacer cumplir la llamada ley de memoria histórica. Y de lo mucho que escribe, él que no quiere que las calles tengan nombres de personas, destaco su defensa de que ni Largo Caballero ni Prieto merecen nombrar una calle si tampoco lo merece un franquista. Y ahí lo dejo.

[...]

Termino por constatar algo que constata casi en la despedida de este libro tan “revuelto” el propio Trapiello, quien trabajó en él durante cuatro años aprovechando el fruto de sus cuarenta años de vida madrileña, admite que pudiendo elegir entre levantar su libro, como se suelen levantar las ciudades, con materiales nuevos o con derribos, él ha “sido más derribista”. Dicho queda.



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