Cuca


Mi primera novela no encontró acomodo en ninguna de las editoriales donde la presenté (qué fina manera de decir que fue rechazada), aunque en una me dijeron que la publicarían antes de decidir que no (pasó de ser buena a no interesar en un santiamén), y en otra me contestaron (atención aquí va un SIC como un templo) que era demasiado buena para lo que ellos estaban publicando. También hubo la que me dijo que lo harían, publicarla, cuando retomaran su línea de narrativa (es una reconocida editorial de poesía, sobre todo).

No me importa (demasiado). Pero ese desinterés (tampoco es que yo me haya esforzado mucho en dar a conocer ese original, es verdad, lo habrán leído sólo unas diez personas a lo sumo) paralizó lo que llevaba escrito de la segunda, un libro que más que novela es una manera de agradecer literariamente lo que es mi MADRE para mí, ella y su pueblo. Por eso, acabo de decidir que la titularé, a la novela, CUCA.

[Un breve extracto de ella:

¿Y qué clase de novela es esta en la que todo lo que cuento ha pasado el filtro de lo verificado, de lo incontestable, o casi? Es que no se va a fabular aquí, ¿o qué? Te preguntarás, amable lector que hasta aquí has llegado, y que yo quiero que te quedes, que sigas leyendo. Toma ficción, toma imaginación: mi madre no debe tener más allá de diez años y ya ha aprendido a jugar a las tabas, y al diábolo. Y al críquet. En la finca de los Del Amo donde trabaja su madre pero ella, a diferencia de sus hermanos mayores, no ha nacido, agarra el palo de ese juego tan inglés mientras uno de los nietos del general Borbón la mira impaciente. Cuca no le hace ni caso, no presta atención al muchacho que se le acerca por detrás y le dice algo al oído justo cuando va a golpear la bola. Y pega un respingo, Cuca. Y restalla en la pradera que se asoma al mar que ya no es ría un alarido inequívoco de mujer Salas, hija de Quico y de Ángela, un alarido que se suaviza en la última sílaba de lo que ha sonado con el esplendor de una sola palabra enfadada y temible: Cagoencristaputa. Hasta el jardinero que es su tío, el tío de Cuca, llega corriendo para presenciar el final de la escena, ya más tranquilo al ver que es su sobrina pequeña la que lanza el palo del juego a la hierba recién segada y se aleja indignada pero digna. ¿No querías ficción?

Una vez me contaron, o creo recordar que me contaron, o tal vez no lo entendí del todo bien y ahora lo entiendo como mejor se acomoda a lo que quiero creer que sé, me contaron, digo, que mi abuelo materno, el marido de Ángela Díaz, el padre de mi madre, que la puso Adelaida según creo saber porque venía de ser el marinero que era desde ese territorio canadiense, y que yo siempre quise creer que se confundían al contarlo, ella y mis tías, y que de donde venía mi abuelo Quico en realidad era de la ciudad australiana de Adelaida, el caso es que, como te cuento, mi abuelo materno me dijeron o creo que me lo dijeron o yo llegué a creer que me lo dijeron, que había intervenido en el hundimiento del acorazado franquista España que patrullaba la bahía de Santander para evitar la entrada y salida de cualquier navío y que cuando regresó al puerto de Santander aquel día 30 del mes de abril del año 37, exactamente 26 años antes de que yo naciera lejos de allí, fue recibido como un héroe, y hasta creo haber visto una noticia de prensa que ahora soy incapaz de saber a ciencia cierta si la pude leer en la Fundación Pablo Iglesias cuando investigaba yo en sus fondos asuntos relacionados con la Guerra Civil en Cantabria en los días en los cuales aquel asunto era el objeto de la tesis que nunca llegué a escribir, ni a leer ni a publicar.]

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