Mi primera novela no encontró acomodo en ninguna de las editoriales donde la presenté (qué fina manera de decir que fue rechazada), aunque en una me dijeron que la publicarían antes de decidir que no (pasó de ser buena a no interesar en un santiamén), y en otra me contestaron (atención aquí va un SIC como un templo) que era demasiado buena para lo que ellos estaban publicando. También hubo la que me dijo que lo harían, publicarla, cuando retomaran su línea de narrativa (es una reconocida editorial de poesía, sobre todo).
¿Y qué clase de novela es esta en la que todo lo que cuento ha pasado el
filtro de lo verificado, de lo incontestable, o casi? Es que no se va a fabular
aquí, ¿o qué? Te preguntarás, amable lector que hasta aquí has llegado, y que
yo quiero que te quedes, que sigas leyendo. Toma ficción, toma imaginación: mi madre no debe tener más
allá de diez años y ya ha aprendido a jugar a las tabas, y al diábolo. Y al
críquet. En la finca de los Del Amo donde trabaja su madre pero ella, a
diferencia de sus hermanos mayores, no ha nacido, agarra el palo de ese juego
tan inglés mientras uno de los nietos del general Borbón la mira impaciente. Cuca
no le hace ni caso, no presta atención al muchacho que se le acerca por detrás
y le dice algo al oído justo cuando va a golpear la bola. Y pega un respingo,
Cuca. Y restalla en la pradera que se asoma al mar que ya no es ría un alarido
inequívoco de mujer Salas, hija de Quico y de Ángela, un alarido que se suaviza
en la última sílaba de lo que ha sonado con el esplendor de una sola palabra
enfadada y temible: Cagoencristaputa.
Hasta el jardinero que es su tío, el tío de Cuca, llega corriendo para
presenciar el final de la escena, ya más tranquilo al ver que es su sobrina pequeña
la que lanza el palo del juego a la hierba recién segada y se aleja indignada
pero digna. ¿No querías ficción?
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.