Enfrentar a tus alumnos al dolor de la lucidez, POR David Pérez Vega
Hablaba
estos días de la profesión docente en el cine. Hoy le toca el turno al profesor
Fernando Robles. En Lugares comunes (Adolfo Aristarain, 2002),
al profesor Robles, que imparte Literatura en la universidad, le prejubilan de
forma inesperada en la época de la crisis argentina de principios del siglo
XXI. Entra a su última clase, enciende un prohibido cigarrillo y dice:
«El año
que viene casi todos ustedes serán profesores. De literatura no saben
demasiado, pero lo suficiente para empezar a enseñar. No es eso lo que me
preocupa, me preocupa que tengan siempre presente que enseñar quiere decir
mostrar. Mostrar no es adoctrinar. Es dar información, pero dando también el
método para entender, razonar y cuestionar esa información. Si alguno de
ustedes es un deficiente mental y cree en verdades reveladas, en dogmas
religiosos o en doctrinas políticas, sería saludable que se dedicara a predicar
en un templo o desde una tribuna. Si por desgracia siguen en esto, traten de
dejar las supersticiones en el pasillo antes de entrar al aula. (…) Pónganse
como meta enseñarles a pensar, que duden, que se hagan preguntas. No los
valoren por sus respuestas, las respuestas no son la verdad. Buscan una verdad
que siempre será relativa. (…) Hay una misión o un mandato que quiero que
cumplan. Es una misión que nadie les ha encomendado, pero que yo espero que ustedes,
como maestros, se la impongan a sí mismos: despierten en sus alumnos el dolor
de la lucidez, sin límites, sin piedad.»
Se lo
cuento a mis alumnos de Economía en Bachillerato: a mí en la Universidad
Carlos III, en los 90, la mayoría de los profesores que tuve me transmitieron
la idea de que el liberalismo no era una corriente económica, sino que era «la
economía», que no había discurso fuera de sus doctrinas. Incluso recuerdo a un
profesor diciendo que para Adam Smith el empresario era un «héroe social»,
para llevarme la sorpresa años después, al leer «La riqueza de las naciones»,
que lo que dice Smith sobre los empresarios es esto: «Cualquier propuesta que
provenga de los empresarios habrá de ser mirada con el máximo recelo. (…)
Porque provendrá de una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden
exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés en
engañar e incluso oprimir a la comunidad, y que de hecho la han engañado y
oprimido en numerosas oportunidades.»
Digamos
que mis alumnos de La Moraleja suenen tener ideas liberales y anticomunistas,
o proceden de un entorno con esas ideas y que ellos asumen como propias. Nunca
cito a ningún partido político español en clase, porque hacerlo sería entrar en
el terreno de lo emocional, del cuestionamiento de sus familias y eso restaría
capacidad a la discusión de ideas, lo que me haría chocar contra un muro de
prejuicios. Cito nombres de economistas y de corrientes económicas. Llego a
clase un día con El capital de Karl Marx, y sin abrirlo aún les
pregunto: ¿Qué opináis de que trabajen los niños de 7 años en jornadas de 15
horas al día? ¿Os gusta lo de la jornada laboral de 8 horas y los fines de
semana libres o preferiríais trabajar 7 días a la semana 15 horas al día? Me
gusta ver sus caras cuando descubren que opinan lo mismo que Karl Marx.
Otro
día, o ese mismo día, llevo Liberalismo de Ludwig von Mises y
hablamos sobre lo que opinan los liberales puros del libre tránsito de personas
en las fronteras, y de lo que opinan de las fronteras mismas o del concepto de
nación. Según Mises, el nacionalismo es uno de los mayores enemigos del
liberalismo y si una parte de un país no quiere seguir con él lo más sensato
sería que se votase, y que se separara el país en dos, si así lo quieren las urnas,
y a seguir comerciando, que es lo importante. Es curioso ver que ya no son tan
liberales.
A veces
me quieren tirar de la lengua. Hace poco, por ejemplo, me preguntaban qué
opinaba yo sobre las medidas del gobierno ante la crisis del COVID.
Contesto sin pronunciar el nombre de ningún partido político. Les digo que el
gobierno está tomando medidas keynesianas para compensar la caída de la demanda
agregada; porque un keynesiano tiene un enfoque demanda, mientras que un
liberal tiene un enfoque oferta y temería que al incrementar el gasto público
aumente el déficit.
Hay al
menos dos miradas, señalo: la de los keynesianos y la de los liberales. Les
pongo un vídeo de Joseph Stiglitz (keynesiano, premio Nobel de 2001),
luego les pongo otro de Robert Lucas (liberal, premio Nobel de 1995). Les digo
que John Maynard Keynes es el economista más influyente del siglo XX, el
ideólogo del New Deal estadounidense, y a continuación les pongo un
vídeo en el que Friedrich Hayek (liberal, premio Nobel de 1974) dice que
Keynes no sabía nada de economía.
Les comento que la explicación de la inflación de costes por incremento de la masa monetario que aparece en su libro de texto es liberal, aunque su libro no distingue entre teoría liberal o keynesiana. Tomo el libro ¡Acabad ya con esta crisis! de Paul Krugman (keynesiano, premio nobel de 2008) y les leo una refutación a la palabra sagrada de su libro de texto.
Les comento que la explicación de la inflación de costes por incremento de la masa monetario que aparece en su libro de texto es liberal, aunque su libro no distingue entre teoría liberal o keynesiana. Tomo el libro ¡Acabad ya con esta crisis! de Paul Krugman (keynesiano, premio nobel de 2008) y les leo una refutación a la palabra sagrada de su libro de texto.
Me encanta cuando alguno me pregunta: «Pero entonces, ¿quién tiene razón?» y
les respondo: «¿Tú quién crees que tiene razón?»
Más de un curso, antes de empezar, me pongo el discurso del profesor Robles
interpretado por Federico Luppi como charla motivacional. También os
cuento, que a veces, entre algunos compañeros hablamos de este mismo discurso
con ironía. Por ejemplo, digo: “Pues ahora tengo que ir a la clase X a
enseñarle a Y (alumno especialmente difuso) el DOLOR DE LA LUCIDEZ” y nos entra
la risa.
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