Desde luego, Marichu de la Mora no era novia de José Antonio. No
podía serlo. [...]
“Mi espíritu va adquiriendo una serenidad imperturbable. Claro está que a ello contribuye ahora en buena parte la presencia de mi hermano Miguel […]. Me da miedo pensar que ya habrás leído en el periódico que piden para mí cuatro años de cárcel”. Más adelante comenta: “No sé de dónde has sacado ese maravilloso arte de escribir. Con tres o cuatro palabritas […] atraviesas cuatro o cinco capas y llegas a los más profundos secretos”. Unas líneas más abajo le aclara un malentendido y se dirige a ella como “mi señorita Kant”, por su actitud puntillosa. Quizás no fuera la primera vez que la llamaba señorita Kant. Un sobrenombre que podría tener alguna extraña relación con el segundo apellido de María Santos Kant. A continuación, el amigo-dirigente tiene palabras de aprobación:
Marichu de la Mora y José Antonio Primo de Rivera se conocieron en casa de
una amiga común, la marquesa de Agrelo. De la Mora acudía allí a
jugar al póquer y el líder falangista a agasajar y deslumbrar a las damas con
su encanto, como acostumbraba. La fascinación fue mutua y derivó en nuevos
encuentros sociales. Ambos eran seductores, cada uno a su modo, amaban la
conversación –y la discusión– y De la Mora se encontraba como pez en el agua en
la vida social, pero estaba casada y era madre de familia, por lo que era
consciente de sus límites. No había opción para el romance estricto ni para
mantener una relación clandestina al uso.
Marichu se sintió herida al leer en Doble esplendor, el
libro de memorias de su hermana comunista, Constancia de la Mora,
que se había hecho de la Sección Femenina porque se había medio enamorado del
líder. Mas había algo de verdad en ello, ya que entró en la Falange de la mano
de José Antonio, aunque se declarara convencida. Era una de las pocas
falangistas que se veía más con los dirigentes varones –a los que trataba
directamente por ser sus propios amigos– que con otras mujeres de la Sección
Femenina. Era militante, era amiga personal del dirigente y compartía con él
amigos comunes que mantenían entre sí un importante vínculo emocional y
político: Agustín de Foxá, Margarita Pedroso, Rafael
Sánchez Mazas, José Ignacio Escobar –marqués de
Valdeiglesias–, Trina Jura-Real y más tarde Dionisio
Ridruejo. Los mismos que, junto a José Antonio, frecuentaban las reuniones
dominicales que ella celebraba en su casa madrileña.
De la Mora visitó al dirigente falangista cuando se encontraba preso en
Madrid tal como ella recordó en un artículo publicado en Vértice en
1937, y mantuvo correspondencia con él cuando le trasladaron a Alicante. Para
evitar riesgos o pérdidas, optó por recoger las cartas de José Antonio en una
estafeta de correos en vez de recibirlas en su domicilio y más tarde copiaba su
contenido en un cuaderno de tapas de hule negro antes de destruirlas. A la
muerte de Primo de Rivera confió el cuaderno a Dionisio Ridruejo y éste lo
guardó en un armario de la sede central provisional de la Falange en el Colegio
Trilingüe de Salamanca. La sede sufrió un extraño incendio y el cuaderno
quedó inservible. No obstante, Marichu de la Mora se sabía algunos párrafos de
memoria y reconstruyó el epistolario casi al completo en un nuevo cuaderno de
tapas verde agua que entregó para su custodia de nuevo a Ridruejo. La mayoría
de los papeles del político y poeta están depositados en el Archivo General de
Salamanca. Los documentos privados, entre ellos las cartas de José Antonio a
Marichu y el epistolario entre el propio Ridruejo y De la Mora desde 1937 a
1941 los guardó su familia.
Ridruejo conservó en su archivo personal tres de las cartas de
Primo de Rivera dirigidas a Marichu de la Mora. En la larga carta del 4 de
junio de 1936, el líder falangista le confiesa:
“Mi espíritu va adquiriendo una serenidad imperturbable. Claro está que a ello contribuye ahora en buena parte la presencia de mi hermano Miguel […]. Me da miedo pensar que ya habrás leído en el periódico que piden para mí cuatro años de cárcel”. Más adelante comenta: “No sé de dónde has sacado ese maravilloso arte de escribir. Con tres o cuatro palabritas […] atraviesas cuatro o cinco capas y llegas a los más profundos secretos”. Unas líneas más abajo le aclara un malentendido y se dirige a ella como “mi señorita Kant”, por su actitud puntillosa. Quizás no fuera la primera vez que la llamaba señorita Kant. Un sobrenombre que podría tener alguna extraña relación con el segundo apellido de María Santos Kant. A continuación, el amigo-dirigente tiene palabras de aprobación:
“Estoy contento de ti y de tus últimas cartas. Pero por desgracia tengo
poco tiempo para escribirte. Estoy en días de gran actividad. Como muestra te
mando unos trabajos […]. Te ruego me los devuelvas pues solo tengo los
ejemplares que te envío. Tengo el barrunto de que voy a estar poco tiempo en la
cárcel. Y lo que es mejor, que España va a estar poco tiempo en la cárcel
[…].He cambiado mis viejas alternancias de depresión y entusiasmo […] por una
templada y duradera confianza en mí […]. Tengo muchas ganas de verte […]. Como
señalas en tu carta, que una docena de personas le quieran a uno ya está bien.
Sobre todo si a una de ellas se las quiere más que a todas las otras, como me
pasa contigo”, concluye.
Era lógico que Primo de Rivera se apoyara en sus amigos más íntimos en esos
días de incertidumbre. Aunque no se sentía tan solo. Según uno de sus
biógrafos, José María Zavala, al final de de su vida había iniciado
un flirteo algo más serio de lo acostumbrado con Isabel (y no
era Elizabeth), una joven de origen abulense que vivía en la calle Santa
Engracia de Madrid. Le escribió varias cartas que encabezaba con su inicial,
I., tratando de que le visitara, pero apenas quedaba tiempo ya y el romance no
prosperó.
Pocos días antes del golpe militar de julio del 36, Marichu y sus hijas se
fueron a La Granja, en Segovia. Su marido, Tomás Chávarri,
permaneció en Madrid por motivos de trabajo. Solían alquilar la casa de verano
a la madre de Edgar Neville, pero ese año no estaba disponible y optaron por
una más grande. Estaba ya instalada en La Granja cuando se desencadenó la Guerra
Civil y se puso a disposición de los sublevados. Su casa fue utilizada
para realizar transmisiones frente al monte y ella misma aconsejó a sus
camaradas y a unos primos suyos de Renovación Española las
mejores rutas para ir a Rascafría o a El Paular. Tanto La Granja como la
capital provincial, Segovia, habían quedado desde el primer momento en manos
sublevadas, pero la cercanía del frente aconsejó que De la Mora dejara la casa
de veraneo y se trasladara a la capital segoviana. Se instaló con sus tres
hijas en el hotel Comercio y utilizó sus conocimientos de enfermera para
atender a los heridos. Comprobó así que aquella matanza tenía muy poco que ver
con las ensoñaciones golpistas de muchos de sus camaradas.
José Antonio Primo de Rivera, preso en Alicante, fue sentenciado a
muerte el 18 de noviembre de 1936. Una sentencia que no puede
desligarse del escenario de guerra fratricida que vivía el país. Era un
desenlace anunciado, pero sobre el que no existía unanimidad dentro del
Ejecutivo republicano. En las semanas previas al golpe militar se le pedía una
condena de cuatro años. La Guerra Civil había empeorado su situación de forma
sustancial. Existían varios planes de canje en marcha para devolverlo a la
zona nacional a cambio de otros presos relevantes en manos de
los sublevados, pero las negociaciones fracasaron.
Se dice que Manuel Azaña era partidario de salvarle –y que
recibió diversas peticiones en esa línea, incluida la de Elizabeth Asquith–
pero el presidente tenía que atenerse a la ley y se sentía preso de
la República. Los falangistas también habían proyectado varios planes para
liberar a José Antonio pero los pospusieron para no provocar su muerte si eran
descubiertos. Así que la fecha de su ejecución, aunque esperada, los pilló
desprevenidos. La tarde del 18 su hermana Carmen Primo de Rivera y
los familiares que se encontraban en Alicante fueron autorizados a despedirse
de él. La sentencia se cumplió poco antes de las siete de la mañana del
día 20. La noticia se difundió en la zona controlada por el Gobierno
republicano y no tardó en llegar a través de sus diferentes fuentes o espías a
los sublevados.
En la Embajada argentina en Madrid, donde se refugiaban algunos partidarios
de Franco, entre ellos el marido de Marichu de la Mora, la noticia llegó rauda
y, en pocas horas, se celebró una misa por su eterno descanso. En la
llamada zona nacional o franquista, los rumores causaron
desconcierto. El golpe militar y la matanza civil que había desencadenado no
solo no habían sacado a su líder de la cárcel sino que lo había conducido directamente
a la muerte. No podían dar crédito a la noticia. No querían creerlo. Preferían
alimentar el mito del Ausente. Si había sido fusilado, como se
decía, ¿por qué no lo confirmaban las autoridades franquistas?
Marichu de la Mora prolongó su estancia en Segovia más allá del verano,
pero Pilar Primo de Rivera reclamó su ayuda para refundar la Sección
Femenina en las provincias de Castilla y León y Galicia. Parte de los
mandos femeninos estaban aún en zona republicana y De la Mora, convertida en
número dos de la organización, se trasladó a vivir temporalmente a la casa de
Pilar Primo de Rivera en Salamanca, aunque viajara a Segovia con regularidad
por razones familiares. Pilar Primo de Rivera vivía con su hermana Carmen –tras
ser canjeada y devuelta a la zona nacional– y dos de sus primas, y Marichu
aportó vajilla y ropa de cama de su casa de verano. Nunca supo por qué Pilar
Primo de Rivera recurrió a ella, una madre de familia de la alta sociedad, para
realizar esa misión política. Al principio sospechó que pudo deberse a una
indicación de José Antonio antes de morir, aunque cabía la posibilidad de que
hubiera sido Dionisio Ridruejo, con su gran ascendiente sobre Pilar Primo de
Rivera, quien le alabó la gran capacidad de Marichu. Tal vez fuera más sencillo
y la hermana del líder recurriera a ella porque la consideraba leal y
resolutiva y apenas tenía cuadros.
Fue una etapa de intensa actividad en la que De la Mora se recuperó de la
tensión de los primeros meses de guerra y de la crisis anímica sufrida al conocer
la muerte de su idealizado amigo. En la casa salmantina de la plazuela de San
Julián se celebraban constantes reuniones de los principales líderes
falangistas en torno a Pilar Primo de Rivera para preparar estrategias frente
al enojoso Decreto de Unificación de 1937 que les obligaba a
fundirse con los Requetés. Querían sobrevivir como organización y ganar la
guerra.
Mientras, aun a sabiendas de que había muerto, seguía la mitificación del
Ausente como contrapeso al creciente poder de Franco. Su sombra se
alargaba y se exaltaban sus virtudes. Puede que algún día se desvele de
modo fehaciente si existió María Santos Kant. De momento parece probado que
José Antonio Primo de Rivera, además de la pasión por la belleza transparente
de Pilar Azlor de Aragón, tuvo otras musas o amantes. Entre ellas Elizabeth
Asquith, la roja —o no tanto—, princesa Bibesco.
[ESTE TEXTO FORMA PARTE DEL ARTÍCULO de INMACULADA DE LA FUENTE TITULADO 'La
vida sentimental de José Antonio Primo de Rivera' , QUE APARECIÓ
EN ANATOMÍA DE LA HISTORIA POR VEZ
PRIMERA EL 28 de octubre de 2015 y puedes leerlo completo AQUÍ]
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