Marichu de la Mora y José Antonio Primo de Rivera; POR Inmaculada de la Fuente

Desde luego, Marichu de la Mora no era novia de José Antonio. No podía serlo. [...]
Marichu de la Mora y José Antonio Primo de Rivera se conocieron en casa de una amiga común, la marquesa de Agrelo. De la Mora acudía allí a jugar al póquer y el líder falangista a agasajar y deslumbrar a las damas con su encanto, como acostumbraba. La fascinación fue mutua y derivó en nuevos encuentros sociales. Ambos eran seductores, cada uno a su modo, amaban la conversación –y la discusión– y De la Mora se encontraba como pez en el agua en la vida social, pero estaba casada y era madre de familia, por lo que era consciente de sus límites. No había opción para el romance estricto ni para mantener una relación clandestina al uso.
Marichu se sintió herida al leer en Doble esplendor, el libro de memorias de su hermana comunista, Constancia de la Mora, que se había hecho de la Sección Femenina porque se había medio enamorado del líder. Mas había algo de verdad en ello, ya que entró en la Falange de la mano de José Antonio, aunque se declarara convencida. Era una de las pocas falangistas que se veía más con los dirigentes varones –a los que trataba directamente por ser sus propios amigos– que con otras mujeres de la Sección Femenina. Era militante, era amiga personal del dirigente y compartía con él amigos comunes que mantenían entre sí un importante vínculo emocional y político: Agustín de FoxáMargarita PedrosoRafael Sánchez MazasJosé Ignacio Escobar –marqués de Valdeiglesias–, Trina Jura-Real y más tarde Dionisio Ridruejo. Los mismos que, junto a José Antonio, frecuentaban las reuniones dominicales que ella celebraba en su casa madrileña.
De la Mora visitó al dirigente falangista cuando se encontraba preso en Madrid tal como ella recordó en un artículo publicado en Vértice en 1937, y mantuvo correspondencia con él cuando le trasladaron a Alicante. Para evitar riesgos o pérdidas, optó por recoger las cartas de José Antonio en una estafeta de correos en vez de recibirlas en su domicilio y más tarde copiaba su contenido en un cuaderno de tapas de hule negro antes de destruirlas. A la muerte de Primo de Rivera confió el cuaderno a Dionisio Ridruejo y éste lo guardó en un armario de la sede central provisional de la Falange en el Colegio Trilingüe de Salamanca. La sede sufrió un extraño incendio y el cuaderno quedó inservible. No obstante, Marichu de la Mora se sabía algunos párrafos de memoria y reconstruyó el epistolario casi al completo en un nuevo cuaderno de tapas verde agua que entregó para su custodia de nuevo a Ridruejo. La mayoría de los papeles del político y poeta están depositados en el Archivo General de Salamanca. Los documentos privados, entre ellos las cartas de José Antonio a Marichu y el epistolario entre el propio Ridruejo y De la Mora desde 1937 a 1941 los guardó su familia. 
Ridruejo conservó en su archivo personal tres de las cartas de Primo de Rivera dirigidas a Marichu de la Mora. En la larga carta del 4 de junio de 1936, el líder falangista le confiesa:

“Mi espíritu va adquiriendo una serenidad imperturbable. Claro está que a ello contribuye ahora en buena parte la presencia de mi hermano Miguel […]. Me da miedo pensar que ya habrás leído en el periódico que piden para mí cuatro años de cárcel”. Más adelante comenta: “No sé de dónde has sacado ese maravilloso arte de escribir. Con tres o cuatro palabritas […] atraviesas cuatro o cinco capas y llegas a los más profundos secretos”. Unas líneas más abajo le aclara un malentendido y se dirige a ella como “mi señorita Kant”, por su actitud puntillosa. Quizás no fuera la primera vez que la llamaba señorita Kant. Un sobrenombre que podría tener alguna extraña relación con el segundo apellido de María Santos Kant. A continuación, el amigo-dirigente tiene palabras de aprobación:

“Estoy contento de ti y de tus últimas cartas. Pero por desgracia tengo poco tiempo para escribirte. Estoy en días de gran actividad. Como muestra te mando unos trabajos […]. Te ruego me los devuelvas pues solo tengo los ejemplares que te envío. Tengo el barrunto de que voy a estar poco tiempo en la cárcel. Y lo que es mejor, que España va a estar poco tiempo en la cárcel […].He cambiado mis viejas alternancias de depresión y entusiasmo […] por una templada y duradera confianza en mí […]. Tengo muchas ganas de verte […]. Como señalas en tu carta, que una docena de personas le quieran a uno ya está bien. Sobre todo si a una de ellas se las quiere más que a todas las otras, como me pasa contigo”, concluye.

Era lógico que Primo de Rivera se apoyara en sus amigos más íntimos en esos días de incertidumbre. Aunque no se sentía tan solo. Según uno de sus biógrafos, José María Zavala, al final de de su vida había iniciado un flirteo algo más serio de lo acostumbrado con Isabel (y no era Elizabeth), una joven de origen abulense que vivía en la calle Santa Engracia de Madrid. Le escribió varias cartas que encabezaba con su inicial, I., tratando de que le visitara, pero apenas quedaba tiempo ya y el romance no prosperó.
Pocos días antes del golpe militar de julio del 36, Marichu y sus hijas se fueron a La Granja, en Segovia. Su marido, Tomás Chávarri, permaneció en Madrid por motivos de trabajo. Solían alquilar la casa de verano a la madre de Edgar Neville, pero ese año no estaba disponible y optaron por una más grande. Estaba ya instalada en La Granja cuando se desencadenó la Guerra Civil y se puso a disposición de los sublevados. Su casa fue utilizada para realizar transmisiones frente al monte y ella misma aconsejó a sus camaradas y a unos primos suyos de Renovación Española las mejores rutas para ir a Rascafría o a El Paular. Tanto La Granja como la capital provincial, Segovia, habían quedado desde el primer momento en manos sublevadas, pero la cercanía del frente aconsejó que De la Mora dejara la casa de veraneo y se trasladara a la capital segoviana. Se instaló con sus tres hijas en el hotel Comercio y utilizó sus conocimientos de enfermera para atender a los heridos. Comprobó así que aquella matanza tenía muy poco que ver con las ensoñaciones golpistas de muchos de sus camaradas.
José Antonio Primo de Rivera, preso en Alicante, fue sentenciado a muerte el 18 de noviembre de 1936. Una sentencia que no puede desligarse del escenario de guerra fratricida que vivía el país. Era un desenlace anunciado, pero sobre el que no existía unanimidad dentro del Ejecutivo republicano. En las semanas previas al golpe militar se le pedía una condena de cuatro años. La Guerra Civil había empeorado su situación de forma sustancial. Existían varios planes de canje en marcha para devolverlo a la zona nacional a cambio de otros presos relevantes en manos de los sublevados, pero las negociaciones fracasaron.
Se dice que Manuel Azaña era partidario de salvarle –y que recibió diversas peticiones en esa línea, incluida la de Elizabeth Asquith– pero el presidente tenía que atenerse a la ley y se sentía preso de la República. Los falangistas también habían proyectado varios planes para liberar a José Antonio pero los pospusieron para no provocar su muerte si eran descubiertos. Así que la fecha de su ejecución, aunque esperada, los pilló desprevenidos. La tarde del 18 su hermana Carmen Primo de Rivera y los familiares que se encontraban en Alicante fueron autorizados a despedirse de él. La sentencia se cumplió poco antes de las siete de la mañana del día 20. La noticia se difundió en la zona controlada por el Gobierno republicano y no tardó en llegar a través de sus diferentes fuentes o espías a los sublevados.
En la Embajada argentina en Madrid, donde se refugiaban algunos partidarios de Franco, entre ellos el marido de Marichu de la Mora, la noticia llegó rauda y, en pocas horas, se celebró una misa por su eterno descanso. En la llamada zona nacional o franquista, los rumores causaron desconcierto. El golpe militar y la matanza civil que había desencadenado no solo no habían sacado a su líder de la cárcel sino que lo había conducido directamente a la muerte. No podían dar crédito a la noticia. No querían creerlo. Preferían alimentar el mito del Ausente. Si había sido fusilado, como se decía, ¿por qué no lo confirmaban las autoridades franquistas?
Marichu de la Mora prolongó su estancia en Segovia más allá del verano, pero Pilar Primo de Rivera reclamó su ayuda para refundar la Sección Femenina en las provincias de Castilla y León y Galicia. Parte de los mandos femeninos estaban aún en zona republicana y De la Mora, convertida en número dos de la organización, se trasladó a vivir temporalmente a la casa de Pilar Primo de Rivera en Salamanca, aunque viajara a Segovia con regularidad por razones familiares. Pilar Primo de Rivera vivía con su hermana Carmen –tras ser canjeada y devuelta a la zona nacional– y dos de sus primas, y Marichu aportó vajilla y ropa de cama de su casa de verano. Nunca supo por qué Pilar Primo de Rivera recurrió a ella, una madre de familia de la alta sociedad, para realizar esa misión política. Al principio sospechó que pudo deberse a una indicación de José Antonio antes de morir, aunque cabía la posibilidad de que hubiera sido Dionisio Ridruejo, con su gran ascendiente sobre Pilar Primo de Rivera, quien le alabó la gran capacidad de Marichu. Tal vez fuera más sencillo y la hermana del líder recurriera a ella porque la consideraba leal y resolutiva y apenas tenía cuadros.
Fue una etapa de intensa actividad en la que De la Mora se recuperó de la tensión de los primeros meses de guerra y de la crisis anímica sufrida al conocer la muerte de su idealizado amigo. En la casa salmantina de la plazuela de San Julián se celebraban constantes reuniones de los principales líderes falangistas en torno a Pilar Primo de Rivera para preparar estrategias frente al enojoso Decreto de Unificación de 1937 que les obligaba a fundirse con los Requetés. Querían sobrevivir como organización y ganar la guerra.
Mientras, aun a sabiendas de que había muerto, seguía la mitificación del Ausente como contrapeso al creciente poder de Franco. Su sombra se alargaba y se exaltaban sus virtudes. Puede que algún día se desvele de modo fehaciente si existió María Santos Kant. De momento parece probado que José Antonio Primo de Rivera, además de la pasión por la belleza transparente de Pilar Azlor de Aragón, tuvo otras musas o amantes. Entre ellas Elizabeth Asquith, la roja —o no tanto—, princesa Bibesco.

[ESTE TEXTO FORMA PARTE DEL ARTÍCULO de INMACULADA DE LA FUENTE TITULADO 'La vida sentimental de José Antonio Primo de Rivera' , QUE APARECIÓ EN ANATOMÍA DE LA HISTORIA POR VEZ PRIMERA EL 28 de octubre de 2015 y puedes leerlo completo AQUÍ]



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