Lluvia fina: Luis Landero y las palabras como juguete
Luis Landero
es para mí, lo he dicho a menudo, uno de los grandes monarcas de lo que yo
llamo Gran Escuela Española de la
Literatura Amable. Acabo de leer su recientísima novela, publicada en marzo
de 2019, Lluvia fina, y quiero explicarte lo que hay de maravilloso en
ella. Quisiera convencerte de que su lectura es un ejercicio magnífico de
evocación, inquietud, aprendizaje, divertimento y consuelo.
Lluvia fina es
un comedido, cabal vodevil sobre “un
pasado que no acababa nunca de pasar”, porque “nunca, nunca, aunque no pase
nada”, dejaremos de contar(nos) historias, “dándole cuerda una y otra vez al
juguete de las palabras”. Es también algo más que te contaré más adelante, al final.
[...]
Las remembranzas producen monstruos. El tiempo le da una
“dimensión legendaria” a las historias repetidas:
“En
el hervidero de la memoria, hasta los episodios más triviales cobraban con los
años la significación y la grandeza de una advertencia o de un designio, hasta
acabar encajando en el entramado de un destino fatal”.
De Gabriel, por ejemplo, creemos
saber, tal vez sepamos, que consigo mismo se basta porque, total, la vida
la entiende desde muy joven como algo que “se resuelve siempre en fracaso”:
todos morimos tras envejecer y nunca cumplimos nuestros sueños, cree Gabriel, y
es por eso por lo que siempre rehúye el oropel y el espejismo que son los
brillos del mundo, de tal manera que decidió vestirse con los placeres del
escepticismo y “con la dulce gravedad del estoico”. Lo que puede hacerle a uno
desgraciado es “el deseo en estado puro” que produce una “insatisfacción
agónica” entre quienes dan en ser “esclavos del afán”. Para Gabriel, los “dos
peligros que acechan al hombre” son, primero, “la lucha por la supervivencia”,
superado el cual, se da “la lucha contra el tedio de existir”.
Cómo brilla la prosa majestuosamente humana de Landero, por
ejemplo, cuando nos cuenta los encontronazos matrimoniales más triviales:
“Silencios
que valían por una acusación, miradas furtivas o modos ostentosos de no
mirarse, pasos fuertes y decididos que anunciaban convicciones irreductibles,
objetos tratados con violencia, exclamaciones y blasfemias de contrariedad”.
En la novela de Landero aprendemos
que, a veces, la vida te obliga a huir hacia el futuro, vemos desmayarse a la ira, a alguien que ha conocido su futuro y lo
ha olvidado, vemos asimismo cómo se puede desear que el silencio sea ese
“maravilloso refugio inexpugnable donde no llegan las palabras”, porque, siendo
la vida una historia, una narración, “el único punto y aparte de la vida es la
muerte”; sentimos el vértigo que se
siente “ante la inminencia inexorable del futuro”, ante “el ciego instinto del
futuro”; escuchamos “lanzar la
palabra a la conquista del silencio”; sabemos de “palabras que son fieras
enjauladas que están rabiando por salir a la luz”; conocemos el daño que hacen “las ideas fijas momentáneas”, a quien
tiene “un fino instinto para la fatalidad”, a quien le reza al destino “para
evitar un súbito desencanto”, también a quien usa “mentiras de terciopelo”, a
quien no parece perseverar en sus intuiciones, a quien sufre una furia que al
sosegarse se convierte en “un sordo latido de rencor”; sabemos a la postre que, ante lo muy arduo, el pensamiento puede
dar “un enorme bostezo”.
[...]
Gracias, una vez más, Luis Landero. Siga usted escribiendo,
no como los dioses, sino como los seres humanos que escriben la gloria de lo
auténtico.
Este texto pertenece al artículo ‘Luis Landero y la inocencia de las palabras’, publicado el 31 de marzo de 2019 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
Uno de los títulos que nutren la creciente columna de libros que esperan el momento de enseñarme sus vergüenzas y sus desvergüenzas es éste. Me gusta Landero.
ResponderEliminarSaludos.