En 2012, el músico estadounidense David Byrne publicó su libro How Music Works. Editado en español dos años más tarde, con el título Cómo funciona la música, he podido por
fin leerlo recientemente en su edición en castellano del año 2017 (publicada
por Reservoir Books). Y he disfrutado, he aprendido. No me he conmovido porque
Byrne es capaz de hacerte sentir cosas maravillosas cuando hace música pero
como escritor sólo (nada más y nada menos) se queda en ser un excelente y en
ocasiones hasta divertido ensayista que no te llega al corazón, pero sí al
cerebro. Y un poco, de una manera algo adusta, pero no agria, al alma.
“No
hacemos la música; nos hace ella a nosotros. Lo cual es quizá toda la razón de este libro”.
Cómo funciona la música es un gran libro.
Útil y sugerente, el volumen de Byrne me ha hecho meditar mucho sobre lo que es
una de las actividades, casi una de las actitudes, más importantes de mi vida.
Porque se me antoja imposible vivir sin ella, salvo que la desgracia vital de carecer
del sentido del oído te obligue a adaptarte a semejante escenario: un mundo sin
lo que quiera que sea en definitiva eso tan maravilloso que llamamos con
certeza MÚSICA.
Nacido en 1952 en el Reino Unido (en la escocesa Dumbarton),
David Byrne no sólo fue el líder de uno de los grupos más influyentes de
finales del último cuarto del siglo XX, los neoyorquinos Talking Heads, sino que además tiene una carrera en solitario
prestigiosa y de una profundidad estética difícilmente superable.
Voy a explicarte cómo creo yo que Byrne quiere que
consideremos que funciona la música, qué es para él y para qué sirve. Porque lo que he aprendido leyendo Cómo funciona la música es lo siguiente…
¿Sabemos qué es la música?
La música es intangible
y poderosa, y su función, su capacidad de conmover, depende, más de lo que
es aisladamente, de cuanto la rodea: de dónde o cuándo se la escucha, de cómo
se ejecuta o se reproduce, de con quien la escuchas y, por supuesto, de cómo
suena.
La música, que existe desde que la gente empezó a juntarse en
comunidades, evoluciona y no parece que vaya a desaparecer nunca. Es algo vivo,
que, sí, evoluciona para encajar en el lugar donde se la escucha, pero no hay
que entender esa evolución como progreso,
porque “la creatividad no mejora”:
“Lo
genial parece emerger cuando algo encaja a la perfección en su contexto. […] Cuando lo que tiene que ser está donde
tiene que estar, nos conmueve”.
Byrne se confiesa: él comenzó en esto, en la música, “en el
frenesí por saber quién era yo”:
“En
mis inicios, subía al escenario y comenzaba a cantar en un desesperado intento
de comunicarme, pero luego descubrí el goce físico y emotivo de cantar. Era
sensual, puro placer, que no les quitaba nada a las emociones así expresadas,
aunque fueran melancólicas. La música hace posible esto; puedes disfrutar
cantando sobre una cosa triste. De la misma forma, el público puede bailar con
una historia trágica”.
La música “sigue siendo efímera e intangible”. Buena parte de
su encanto reside en que “es una bestia huidiza”.
El músico Brian Eno
escribió en la cubierta de uno de los discos en común con el autor de Road
to nowhere:
“Quiero que la
música sea acogedora, que le ofrezca al oyente un lugar dentro de ella”.
Acogedora. Y algo más es la música, a decir del propio Byrne
respecto de lo que hay en sus canciones:
“Esperanza y
humanidad como fuerza para combatir la indiferencia y la codicia”.
Porque David Byrne (quien está “más interesado en cómo se
puede dedicar toda una vida a la música” que en el éxito o en las riquezas) la
ama, indiscutiblemente, y de ella llega a decir lo siguiente:
“Adoro la
música. La adoraré siempre. Me ha salvado la vida”.
Este texto pertenece a mi artículo titulado 'De
cómo la música (nos) salva la vida: David Byrne, esperanza y humanidad', publicado en Nueva Tribuna el 26 de noviembre de 2018, que puedes leer COMPLETO EN ESTE ENLACE.
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