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Dola-pídola


Los días con sus mañanas y sus tardes y parte de sus noches, acondicionados por el rescate, la dola o la pídola, el látigo, el churromediamangamangotero, el escondite casi nunca inglés, las chapas y sus vueltas ciclistas o sus partidos de fútbol en los que el balón era un garbanzo, las bolas que llegué a acumular ganándoselas a mis amigos, y a quienes no lo eran, el pincho, las carreras sin ton ni son ni ganadores, con sus docenas de vueltas al perímetro de los muros de las casas de pisos que, como la mía, ceñían y ciñen la glorieta de San Víctor, a la que muy de niño llamé ingenuamente plazoleta del capullo porque se lo había escuchado a uno de los mayores del barrio y que cuando me lo oyeron mis padres y unos vecinos se rieron, inexplicablemente para mí entonces e incluso ahora, por más que haya aprendido la bestialidad, tan ajena a las palabras de un niño, que salió de mi boca infantil años antes de que muriera Franco.

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