Hoy parece
que el País Vasco disfruta por fin de
libertad, ojo, de libertad, no de paz, porque la paz es lo contrario de la
guerra, y en ese territorio no hubo una guerra, no hubo un conflicto. Las palabras sí importan. Lo que hubo
fue el secuestro de una sociedad a cargo de unos terroristas amparados por algunos
que, como ellos, se dedicaron a aplicar su dislocada visión del pasado sobre el
presente y el futuro de sus conciudadanos, a muchos de los cuales redujeron a
un estado de persecución por medio de la extorsión y la violencia.
Sobre el
pasado reciente, sobre el presente y sobre el futuro inmediato sobrevuela la
figura acongojante de ETA, la asociación de malhechores cuya historia es la
historia de un fracaso trágico, en palabras de Pérez Pérez. Se necesita
un relato histórico, por supuesto. Siempre se necesita un relato histórico.
Pero un relato histórico no es una invención
histórica, una reconstrucción amable o traumática del pasado basada en el
deseo imaginario que sirva para plasmar en la realidad ese mismo deseo ajeno a
la misma. Y no es admisible el
interesado relato histórico, falso, mentiroso, en el cual al haber sido todos
víctimas no existen los culpables. Los causantes, mejor dicho. Porque la
culpabilidad es un asunto de la justicia, del Derecho, y la causalidad es uno
de los materiales fundamentales de la Historia.
Este texto pertenece a mi artículo Euskadi, una Historia por construir, publicado el 18 de marzo de 2018 en Periodistas en Español.
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