El fabuloso mundo desaparecido de Dennis Lehane


El estadounidense Dennis Lehane es algo más joven que yo, y hay algo en su escritura que no sabría explicarme por qué conecta con algo de lo que yo soy, he sido o seré. Pues bien, el magnífico escritor que es Lehane me ha vuelto a deparar una sensacional experiencia lectora, que es como ahora llaman los molones a casi todas las cosas… Experiencia loquesea. Señor Lehane, amigo Lehane, lo has vuelto a lograr: me has entusiasmado y has colmado mis necesidades literarias con una novela agarrada a mi corazón desde su primera frase, desde su cita introductoria, que reproduce versos de una canción de Springsteen.

El tercer libro de la serie Coughlin (no afino más para no destripar al posible lector que me suceda en esta gozada) es aún más impactante que la joya que fue su antecesor, Vivir de noche, aquel con el que yo ya me había enamorado de la escritura de Dennis Lehane. Se titula Ese mundo desaparecido. Acertadamente.

Ese mundo desaparecido es también una novela de gánsteres, como toda las de la serie, una novela negra a su manera, claro, también, protagonizada por un personaje literario de primer orden, Joe Coughlin.

“Sólo los niños creen que la vida tiene que ver con sus deseos”, dice uno de los personajes femeninos de Ese mundo desaparecido, y esa es una de las muchas cosas que uno aprende leyendo una novela inmensa que consigue ser la misma vida, el reflejo de una vida sobre la pálida realidad de la espléndida literatura de un escritor enamorado de su escritura, una escritura que fluye ante los ojos sin apabullar a los lectores que los posan sobre sus palabras adheridas a sus libros inmensos. Lehane logra la maravilla imperceptible de hacer de la lectura una pasión adormecida y de hundirnos a quienes le leemos en la desaparición de un mundo que resplandece lánguidamente en las páginas de la tercera novela de su trilogía.

“Soy mayor que tú, por eso sé que en la vida no lamentas las cosas que haces. Lamentas las que no haces. La caja que no abriste, el salto que no llegaste a dar. Que no tengas que mirar atrás dentro de diez años, desde un salón en Atlanta, y pensar ‘debería haberme subido a ese avión’. No lo hagas. Aquí ya no te queda nada y al otro lado te espera el mundo entero”. Esto le dice Joe Coughlin a ese personaje femenino en una de las fabulosas escenas de esta novela que tanto me ha hecho disfrutar. Y ese es quizás uno de los motores morales de esta serie (no el fundamental, porque el fundamental es: a partir de dónde nace el mal esencial) : el desdichado lamento de aquello que no hicimos cuando hubimos de haberlo hecho.

Gracias, Dennis.




“¿En qué se convierte el mundo cuando sabes algo, pero sigues creyendo lo contrario?”

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