Los orígenes del fútbol tal y como lo entendemos
El libro en el que he leído el análisis más completo sobre el nacimiento del deporte espectacular al que llamamos fútbol se titula Una historia popular del fútbol, fue publicado en 2018 y su autor es el periodista francés Mickaël Correia.
“Concebido a mediados
del siglo XIX en una Inglaterra por entonces en plena revolución
industrial, el fútbol es el resultado de la regulación de los juegos
populares de pelota que se practicaban desde la Edad Media. La codificación
de estos juegos por parte de las instituciones académicas de las élites
británicas hizo que el fútbol, aún naciente, pasase a formar parte del arsenal
pedagógico victoriano: en aquella época su objetivo era el de disciplinar a
la juventud burguesa e insuflar en ella el sentido de la iniciativa y de la
competitividad necesarios para el desarrollo del capitalismo industrial y
del proyecto colonial”.
Lo que ocurrió fue que “el fútbol conquistó
rápidamente a las clases populares”, pues al ser promovido por un patronazgo
“especialmente paternalista, que veía en este deporte un medio para instruir a
la working class en el respeto a la autoridad y en la división del
trabajo”, de forma que acabó extendiéndose “como un reguero de pólvora”.
“Aunque el nacimiento de
las primeras competiciones y de los clubes profesionales se efectúa bajo la
égida de los emprendedores industriales, el equipo de fútbol local refuerza
entre los trabajadores el sentimiento de orgullo y pertenencia a un mismo
barrio y, por ende, a una misma comunidad obrera”.
Correia nos recuerda lo que el insigne historiador
británico Eric J. Hobsbawm dijera sobre el fútbol,
aquello de que, a partir de 1880, el fútbol encarna “una religión laica del
proletariado británico”, con su iglesia (el club), su lugar de culto (el
estadio) y sus fieles (los aficionados).
Mientras el fútbol se convierte en un rasgo
fundamental de la identidad obrera urbana, sigue explicando Correia, “la
expansión geográfica del Imperio británico y el desarrollo industrial de la
economía europea contribuyen a la mundialización de este deporte en los albores
del siglo XX”.
El protofútbol
Cuando Una historia popular del fútbol se
detiene en explicar los orígenes inmediatos del fútbol tal y como lo
conocemos cobra una extraordinaria dimensión y logra concentrar todo mi
interés:
“En las descripciones de
juegos de pelota del siglo XIV al XIX aparece repetidamente una misma serie de
prácticas que, presentes en toda Gran Bretaña y en el noroeste de Francia, son
denominadas, en inglés, folk football (o mob football), y en
francés, soule (o choule). Aunque existen menciones a juegos de
pelota colectivos desde la Antigüedad griega —la sphairomachia y el episkyros—
y más adelante, durante el Imperio romano —el harpastum de los
legionarios—, los orígenes de este protofútbol tan denostado por las
autoridades reales permanecen no obstante oscuros”.
El soule en la Baja Bretaña del siglo XIX fue estudiado específicamente por el folklorista francés Émile Souvestre, para el cual, tal y como él mismo escribiera, ese ejercicio era “un vestigio del culto que los celtas rendían al sol”.
Las reglas del soule y del folk football
eran minimalistas y variaban según donde se practicase: “dos equipos
rivales, y a veces más, deben llevar el balón al campo opuesto sin importar los
medios; la pelota con la que se juega, del tamaño de una cabeza, puede ser un
balón de cuero rellenado con heno, musgo o paja, o una bola de madera o de
mimbre; el lugar en el que depositar la pelota para marcar un tanto está
indicado por una simple pared, la linde de un campo, la puerta de una iglesia,
una marca arbitraria en el suelo o incluso una charca en la que hay que
sumergir el balón; el tamaño del campo de juego también es variable, puede tanto
limitarse a una pradera como extenderse a la totalidad del territorio de las
parroquias rivales; el número de participantes en cada equipo es ilimitado, los
jugadores se pueden contar por centenares; y, para terminar, un partido de folk
football o de soule puede durar varias horas o incluso varios días”.
Los partidos de folk football o de soule contribuían
a “reforzar un estilo de vida comunitario que ligaba a los individuos tanto
en el juego como en las faenas agrícolas, ya que las cosechas, los planes
de siembra y de barbecho eran gestionados de manera colectiva por el conjunto
de la aldea”. Todos aquellos juegos de protofútbol parecían ser, a ojos de
observadores no informados, una mera “expresión de una intolerable violencia
física”, pero lo que estos salvajes juegos de pelota permitían era “purgar
rivalidades, e incluso odios, entre individuos o comarcas”, una forma de “regular
los conflictos entre individuos o poblaciones, un espacio público que
propiciaba una justicia a la vez autónoma y popular”. Visto así…
El caso es que “debido a los incontrolables desórdenes
que generaban, y a su función de justicia local autogestionada al
margen poder del Estado y del derecho divino, estos juegos de fútbol se
granjearon rápidamente las iras de la autoridad”.
“Del siglo XIV al XVIII,
las numerosas condenas en contra del balón esférico se inscriben en una
tendencia general a la regulación de la violencia en los juegos, íntimamente
ligada a la normalización de otras prácticas —alimentarias, sanitarias,
sexuales o bélicas—”.
Pese a ello, aquellos juegos de pelota estaban tan
profundamente enraizados en la cultura popular que dichas “prohibiciones
emanadas de un poder vertical, monárquico o eclesiástico” los dañaron muy
débilmente, y lo que acabó poniendo fin a esas prácticas fueron
principalmente “el proceso de individualización de la propiedad agraria y el
éxodo rural”. Toda aquella sociabilidad campesina, que iba ligada a la
producción agrícola comunitaria, se desmoronó a medida que se privatizaban las
tierras y los pastos colectivos en los que era posible practicar los juegos de
pelota: “el fin de la soule en Francia marca el ingreso definitivo de
las comunidades rurales en la era industrial”.
En Inglaterra…
“La privatización de las
tierras terminará paulatinamente con los juegos populares de fútbol cuyo campo
de juego, extensible, destruye el capital agrícola y amenaza directamente a los
intereses económicos de la landed gentry. Al mismo tiempo, en su
búsqueda permanente de beneficios, la burguesía agraria extiende los
cercamientos al conjunto de terrenos baldíos, bosques y pastos comunales del
país. Entre 1760 y 1820, prácticamente la mitad de la superficie de
Huntingdonshire, Leicestershire y Northamptonshire experimenta esta brutal
concentración parcelaria”
Las comunidades campesinas inglesas se desintegraban
progresivamente y se veían “despojadas tanto de sus tierras como de sus
juegos de pelota, vaciados de su primitiva función social”. Es entonces
cuando la gentry (la alta burguesía y la pequeña aristocracia
terratenientes) autoriza los juegos de fútbol pero, ahora, “bajo ciertas
condiciones impuestas, practicados por equipos más limitados (una treintena de
jugadores), con porterías materializadas, en un campo de juego reducido y
dividido en partes equilibradas”.
Permanezcamos con Correia en la Inglaterra del siglo
XVIII.
Las privadas y muy exclusivas escuelas inglesas (public
schools) practicaban cada una su propia variedad de fútbol, desde al
menos 1747 en Eton y 1749 en Westminster.
“Algunos juegos
consistían en hacer circular la pelota entre jugadores del mismo equipo hasta
la portería, como en Rugby a partir de 1823, así como en Marlborough y
Cheltenham. Otros, calificados como dribbling game y practicados
en Eton, Westminster, Charterhouse y Shrewsbury, se reducían a patear con
fuerza el balón hasta el territorio del equipo rival”.
Cuando tenía lugar la Revolución Industrial, ya en el siglo XIX, las public schools se vieron impelidas a crear un sistema educativo que formara a los gentlemen “capacitados para tomar las riendas del capitalismo industrial y colonial británico en pleno auge”. Así, en 1830, el reverendo Thomas Arnold, director del colegio de Rugby entre 1828 y 1842, llevó a cabo el arranque de todo un “profundo movimiento de reforma moral, como buen discípulo de los Muscular Christians, la sociedad inspirada “por la buena reputación de la gimnasia alemana tras los éxitos militares prusianos en las guerras napoleónicas, cuyos integrantes teorizaron “sobre los beneficios pedagógicos y morales del ejercicio físico”. Quienes recibían las enseñanzas de Arnold prefirieron integrar los partidos de fútbol plenamente en el programa académico antes que prohibirlos.
“Las primeras reglas del
juego del fútbol, destinadas a atenuar la brutalidad endémica de esta práctica
lúdica, se oficializan alrededor de 1840. El terreno en el que los alumnos se
entregan a los goces del esférico influye grandemente en su rigurosa codificación.
En Rugby, donde se juega sobre suelo blando, se oficializa en 1846 un juego con
37 reglas que permite coger el balón con la mano —el handling—.
Los suelos duros de Eton favorecen el desarrollo del dribbling game, en
cambio el uso de las manos, ya sea para coger la pelota o para detener al adversario,
queda prohibido en 1849. En cuanto a la Westminster School, ya en 1854
instituye las primeras actas de los partidos. El fútbol no tarda en ocupar un
lugar preponderante en la vida estudiantil de las public schools y se
convierte en la actividad física del invierno, ya que al críquet solo se jugaba
en verano”.
Desde finales de la década de 1840, los partidos de fútbol “salen del ámbito de las public schools gracias a la creación, por iniciativa de antiguos alumnos ahora convertidos en estudiantes de universidad, de los primeros clubes universitarios”. Con la extensión de la red ferroviaria británica los encuentros entre equipos universitarios o entre public schools se multiplican, lo que “permite organizar las primeras competiciones a nivel regional”. Nace la codificación reglamentaria del deporte que se llamará en unas décadas foot ball.
“En 1848, catorce
antiguos alumnos de Harrow, Eton, Rugby, Winchester y Shrewsbury se reúnen
durante una tarde en la Universidad de Cambridge, en un sencillo cuarto de
estudiante, y se afanan en unificar las reglas del juego del fútbol: esta
primera normalización del fútbol, llamada «Reglas de Cambridge», orienta
el juego hacia el dribbling game, suprimiendo la práctica del handling
apreciada por los alumnos de Rugby, y democratiza considerablemente el fútbol a
través de los campus universitarios del país”.
El nacimiento del fútbol
moderno
Surgen entonces los clubes de fútbol. El
primero fue el Sheffield Football Club, fundado en 1857 por los antiguos
alumnos de la Sheffield Collegiate School; al que siguen un año después el
Blackheath Club y el Forest Club, y otro más tarde el de los Old Harrovians
(los Antiguos Alumnos de Harrow). Continúa la normalización del juego, “y en
1862 un profesor de Uppingham propone un reglamento de diez normas titulado The
simplest game. Pero el nacimiento del fútbol moderno se produce
realmente el 26 de octubre de 1863 en la Freemasons’ Tavern de Londres”.
“Los delegados de once
clubes de la capital y sus suburbios emprenden la tarea de estructurar
administrativamente el fútbol y establecer sus reglas definitivas basándose en
las de Cambridge. Ese mismo día se constituye oficialmente la Football
Association, pero durante las sesiones siguientes se encienden enconadas
discusiones sobre el uso de las manos o el mantenimiento de prácticas
consideradas por algunos demasiado violentas. Dos meses más tarde, catorce
artículos determinan tanto las dimensiones máximas del campo de juego como las
reglas que rigen el saque inicial, el marcaje de un gol o los saques de banda”.
El hacking (patada en la tibia) y el tripping (zancadilla) quedan prohibidos, limitándose así la brutalidad del juego, que, no obstante “sigue siendo básicamente un fútbol rudo e individualista practicado por gentlemen partidarios del dicho Si se te escapa el balón, que no se te escape el jugador”. En 1866, para fomentar los pases entre jugadores, se introduce el fuera de juego; y, en 1881, aparece la figura del árbitro, “encargado de hacer respetar sobre el terreno las reglas de la Football Association”.
El dribbling game es ya por entonces “un
verdadero deporte moderno” al que se le llama football-association “para
distinguirlo de su pariente cercano, el rugby-football”.
El fútbol y su oficialización
Recapitulemos. Las clases dominantes inglesas
despojaron a las comunidades campesinas de sus juegos populares y los racionalizaron
para convertirlos en un deporte moderno, convirtiendo al naciente fútbol “en un
instrumento pedagógico, pero también en una nueva forma de sociabilidad para gentlemen”.
Hacia la mitad del siglo XIX, con la Revolución Industrial en todo su vigor, el
crecimiento urbano británico era la parte más visible de la profunda reconfiguración
de la sociedad victoriana. En 1867, la clase trabajadora representa
cerca del 70 % de la población británica, que vive mayoritariamente en las
ciudades.
“Entre otros factores, la
libertad sindical, reconocida en 1824, y la estructuración del movimiento
obrero —la Asociación Internacional de los Trabajadores se fundó en Londres en
1864 y el Trades Union Congress vio la luz cuatro años más tarde— fomentaron la
aparición del sindicalismo y la multiplicación de las trade unions,
permitiendo la paulatina mejoría de las condiciones de trabajo en las fábricas,
que todavía estaban cercanas a la esclavitud. Las primeras normativas se
concentran sobre todo en la reducción del tiempo de trabajo de la working
class: en 1850, el Factory Act limita el tiempo de trabajo semanal a
sesenta horas, y con el Bank Holiday Act el Parlamento británico instaura los
primeros días festivos nacionales en 1871”.
La vida de esa clase social tan populosa y extendida,
dentro de las exigencias de la vigorosa economía capitalista moderna, disfruta
de algunas mejoras como “la instauración del descanso dominical obligatorio en
1845 y la limitación legal a seis horas y media de trabajo los sábados en todos
los ramos de la industria en 1872”, también del hecho de que “la mayor parte de
los obreros ingleses empiezan a salir de las fábricas y las obras a las dos de
la tarde”. Paternalistamente, el establishment quiere evitar a los
trabajadores que esos sábados por la tarde caigan en el alcoholismo, el juego y
la ociosidad. La burguesía industrial promociona entre las clases más humildes
los beneficios físicos y las virtudes morales la práctica del fútbol, que “es
considerada por los dirigentes de las empresas como una herramienta a la vez
capaz de mejorar la forma física de los obreros, de azuzar la competitividad
entre los trabajadores y de distraer a la working class de cualquier
posible veleidad contestataria”. De manera que solamente treinta años después
de su codificación como deporte moderno en 1863, el fútbol se convirtió en una
pasión popular, en una “religión laica del proletariado británico”, en
palabras de Hobsbawm, con su iglesia (el club), su lugar de culto (el estadio)
y sus feligreses (los aficionados).
Correia nos explica que “el dribbling game que
predominaba en los campos de fútbol rezumaba individualismo y rechazaba toda
sutileza”, de manera que el único objetivo durante el juego, todavía en estos
tiempos ya de auténtico fútbol, “era enviar el balón bien lejos para que
un atacante pudiera intentar, él solo, marcar un gol, una estrategia
futbolística llamada kick and rush”. Pero ocurrió que en Escocia se
comenzó a practicar otro tipo de fútbol, con otro estilo, especialmente el
Queen’s Park FC de Glasgow, que apostaba “por la colaboración entre delanteros
y defensas”, un juego de pases a base de chutes largos”, es el combination
game.
Los futbolistas de la clase obrera “desarrollarán
rápidamente un estilo de juego propio, el passing game, que
combinaba aquel juego de pase de los clubes escoceses (el combination game)
“con el espíritu de cooperación y de solidaridad que reina en las fábricas”.
“Reflejo de una cultura
obrera marcada tanto por la ayuda mutua como por la división del trabajo, el
passing game significa la consagración del fútbol como deporte
colectivo, cuyo gesto fundador no es regatear egoístamente para intentar marcar
un gol, sino pasar el balón a un compañero y construir el juego de manera
colectiva. A diferencia del regate, que valoriza la proeza individual, el
pase representa un acto de altruismo, al servicio de todo el equipo”.
El creciente seguimiento de los partidos de fútbol acabó por producir el problema del profesionalismo, de manera que “en 1885, tras la expulsión de otros dos equipos sospechosos de profesionalismo, los clubes industriales del norte amenazan con crear una federación disidente, obligando a la Football Association a reconocer oficialmente la figura del jugador profesional”. Correia, en la línea ideológica y analítica que aplica a esta historia del nacimiento del fútbol (y a todo su libro, consiguientemente), nos convence de que “a partir de entonces, el fútbol se convierte en un medio tan competitivo como cualquier otro sector industrial, y los directivos de los clubes les aplican la misma lógica económica y de gestión que a las empresas. Los clubes adoptan el régimen de sociedad anónima por acciones; es el caso de los Hammers del Thames Ironworks, que se profesionaliza en 1898 y dos años más tarde toma el nombre de West Ham United Football Club Limited”.
Al igual que el desarrollo industrial y el
productivismo se exportan por todo el planeta gracias a la hegemonía geográfica
y económica del Imperio británico, el fútbol industrial y su ideología
deportiva también se internacionalizan.
“Las élites anglófilas
tanto de países del norte como del sur adoptan el fútbol, convertido en símbolo
del english way of life, y hacen de él un marcador de distinción social
y una manifestación de modernidad industrial”.
Correia acude a una eminencia en todo esto, el historiador francés Alfred Wahl, un especialista en la explicación del pasado del fútbol, para quien, en palabras del autor de Una historia popular del fútbol, “la aparición de este deporte anuncia una verdadera revolución en las formas de sociabilidad, y al mismo tiempo revela un cambio de sensibilidad: una nueva aspiración orientada al retorno hacia una forma de vida comunitaria, hacia un compromiso colectivo. La fraternidad que se crea en torno a la práctica del fútbol se inscribe en un conjunto de fenómenos de finales del siglo XIX, caracterizados por una vuelta al sentimiento asociativo como reacción contra la desintegración de las comunidades tradicionales y las consecuencias de la urbanización”.
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