Me proponía hoy escribir sobre Collado Villalba, que es un lugar, y también sobre Butragueño, que es una leyenda de nuestro tiempo. Una leyenda madrileña blanda y blanca y una ciudad (ya casi o ya en sin más) de la sierra madrileña. Villalba (prácticamente nadie se refiere a ella como Collado Villalba, a veces ni en las comunicaciones de carácter oficial) es mucho de mi hoy hoy. Butragueño es mucho de mi ayer hoy, un poco muy grande de mi hoy hoy, también, porque el ayer que se recuerda es casi tan hoy como el hoy mismo.
Dudé si escribir de los dos a la vez. Dudé, dudé y dudé. Sin método. ¿Cómo unir la memoria de la década de 1980 con la memoria de estos últimos años? ¿Cómo establecer un vínculo narrativo de análisis ficticio o de imaginación ensayística entre un pequeño héroe juvenil casi adulto y un espacio donde reposar adecuadamente mis días de convivencia enamorada con Marga?
¿Eh? ¿A que no es fácil?
Pues me pongo, me dispongo y me
sobrepongo. Allí que te voy.
Érase una vez una tarde de verano en
Villalba...
No, mejor no.
Érase una vez una tarde de primavera
en la que Emilio Butragueño...
Y si...
Érase una vez una tarde de primavera
en la que Emilio Butragueño se disponía a jugar por vez primera en Collado
Villalba.
No...
Érase una vez una tarde de primavera
en la que Emilio Butragueño se disponía a jugar por vez primera en Villalba.
¿Dejo lo de Emilio?
Lo dejo.
Érase una vez una tarde de primavera
en la que Emilio Butragueño se disponía a jugar por vez primera en Villalba con
el equipo juvenil del Real Madrid. El encuentro se iba a disputar en la Quinta
del Buitre.
¿Qué, cómo te quedas?
Érase una vez una tarde de primavera
en la que Emilio Butragueño se disponía a jugar por vez primera en Villalba con
el equipo juvenil del Real Madrid. El encuentro se iba a disputar en la Quinta
del Buitre, un campo bastante bien cuidado para lo que se llevaba en aquellos
años. Con su césped fetén y sus líneas bien dibujadas, de una blancura como la
del traje que vestía Emilio, que daba un aspecto de futbolista sin futuro y muy
apropiado para ser carnaza de los defensas de aquellas categorías.
Emilio Butragueño en Villalba, que
gran título no ya para una novela, no nos vengamos arriba, sino para un cuento,
un cuento como éste, tengamos la fiesta en paz.
Emilio Butragueño había llegado a
Villalba con el autobús del equipo. Se había sentado solo junto a una de las
ventanas. Y escuchaba en su walkman a Michael Jackson, una cinta que le había
grabado su hermana Pilar. No movía los labios, no conocía las canciones. Los
pies, eso sí, los pies se le iban. Un poco.
Sus compañeros le hicieron alguna
broma antes de que comenzara el partido. Y, de pronto... Emilio está en México.
Ya no juega en el Real Madrid, había estado ahí con una camiseta roja y un
pantalón azul metiendo goles. En aquel país. Pero ahora había llegado para
jugar sus últimos partidos como profesional. ¿Y el sueño?
¿Qué sueño? No sé, el de Emilio
Butragueño, que ha pasado de Villalba a Celaya. De Villalba a Celaya, otro buen
título, no ya para una novela...
Emilio Butragueño. Posición en el campo: delantero (jugó cuando se aposentó en el Real Madrid, con el dorsal número 7, heredado de Juanito); partidos disputados: 463 oficiales; goles marcados: 171; veces internacional con España: 69 veces.
Debutó en el primer equipo del Real
Madrid el 5 de febrero de 1984, en Cádiz (en aquella ocasión, venció el Real
Madrid 2-3), llevaba a la espalda el número 14: marcó dos goles (uno de ellos
sensacional, bárbaro), dio el pase del tercero.
No se puede decir de él que fuera un
grandísimo goleador, pero, eso sí, se alzó con el Trofeo Pichichi, que acredita
a quien más goles mete en la Liga española, en la temporada 1990-1991.
Con la selección española (debutó el 17
de octubre de 1984) jugó 69 encuentros (metió, no está mal, 26 goles); participó
en dos Eurocopas, en la primera, en 1984, no llegó a jugar ningún minuto, la
otra fue en 1988; y en dos Copas del Mundo (1986 y 1990): su momento estelar
como seleccionado español tuvo lugar durante la Copa del Mundo (Mundial,
decimos) de México en 1986, cuando marcó 4 goles ante Dinamarca en los octavos de final.
Fue Bota de Plata aquel Mundial.
Butragueño se despidió como jugador
madridista el 15 de junio de 1995, cuando se le rindió homenaje en un partido
ante el Roma italiano, en el Santiago Bernabéu.
Su palmarés incluye 2 Copas de la
UEFA, 6 Ligas, 2 Copas del Rey, 1 Copa de la Liga y 4 Supercopas de España. Fue
Balón de Bronce en 1986 y 1987 (si en el primer año estuvieron delante de él el
ucranio Igor Belánov y el inglés Gary Lineker, en el segundo quienes le
adelantaron fueron el neerlandés Ruud Gullit y el portugués Paulo Futre: hay
que decir que hasta 1995 el Balón de Oro, y los de plata y bronce, sólo se
entregaba a jugadores europeos).
Habría merecido, como Míchel y Martín
Vázquez, ganar alguna Copa de Europa. El otro miembro (además de Pardeza) de la
Quinta del Buitre ¾que
no es un lugar, bien lo sabes, sino la denominación con la que fue conocida
aquella espléndida generación de jugadores madridistas, especialmente los cinco
que nombro aquí: quinta en la que el Buitre era Emilio Butragueño, quien
sufrió ese apelativo que tan poco tiene que ver con él ni con su juego con la
amabilidad que le caracteriza¾ que sí la alzó fue Sanchís, aquel
extraordinario oneclubman que estuvo
18 años en el Real Madrid y como capitán la ganó en 1998 y en 2000.
Butragueño, el Fútbol. El Madrid anterior a Raúl y posterior a Amancio. Emilio, que detenía el tiempo antes de que Xavi lo detuviera mucho más lejos de la portería rival. Butragueño, el sencillo chaval que decía jopelines cuando le hacían una entrada dura y que levantaba la mano hacia el cielo cada vez que acababa con magia la magia de aquellos años de su Quinta, la Quinta del Buitre, los tiempos en que unos chavales de Madrid vinieron a rescatar el fútbol de las catacumbas de las patadas y del esfuerzo consagrado como si su solo desempeño fuera un mérito. Arte, sudor y lágrimas.
"Si el Barça es algo más que un club, Emilio Butragueño ha sido algo más que un jugador del Real Madrid. El público del Barça, como el del Madrid, está predispuesto a negar el pan y la sal a las figuras del equipo antagónico y aun reconociendo el genio de Di Stéfano, Gento, Amancio, Velázquez, o Pirri ha sido inevitable cargarles del valor añadido de la conjura política o de lo demoniaco. Pero esta predisposición negativa ha tenido una excepción, como si la inquina del colectivo azulgrana se estrellara contra la substancia angélica de Emilio Butragueño, más deseado que odiado, secreta querencia del barcelonismo que hace dos semanas se emocionó cuando el jugador en traje de paisano pisó el césped del ya vacío Nou Camp como en pos de una ensoñación de sí mismo o en un acto de homenaje a un antagonismo que le había ayudado a vivir. ¿De qué substancia está hecho Butragueño? Del mármol de las estatuas de los dioses jóvenes y buenos, que no suelen abundar. A Emilio te lo imaginas pendiente de ayudar a cruzar la calle a los ciegos y a los viejos, aunque sean ex árbitros o regalando ramitos de violetas a las seguidoras del equipo contrario. No se le conoce un comentario prepotente, ni una salida de tono y sí una voluntad ética que a los delanteros centros frágiles se les nota en el área. Así como aquel extraordinario jugador llamado Amancio hubiera podido ser también un campeón olímpico de salto a la piscina con patada a la luna, cuando Emilio Butragueño se ha caído en el área ha sido generalmente porque le han derribado. Otra cosa es que llevara el regate al borde del abismo, es decir, al borde de la zancadilla, y siendo ligero de carnes y de huesos, haya sido fácil derribarle. Pero la moviola ha demostrado casi siempre que Butragueño era fiel al código de caballería del Rey Arturo y sólo ha recurrido a la simulación en casos de defensa propia.
Si éticamente ha
sido irreprochable, como jugador estaba dotado de la magia de crearse un
espacio propio que le acompañaba como un aura. Ésta es la palabra. Butragueño
jugaba envuelto por un aura dorada y los defensas no sabían, no podían, no
querían meter la pata en esa materia improbable que acompaña a los delanteros
centros geniales y frágiles. Emilio era un jugador diferencial y cualquier
público sabía apreciar esa diferencia, incluso el público del Barcelona que
como todos los públicos padece el sobresfuerzo de ser madre, madrastra y ogro
en el cuento de hadas de casi todos los domingos y algunos sábados. Butragueño
era ese hijo futbolista que hubieran querido tener todas las madres del Estado
de las Autonomías".
Manuel
Vázquez Montalbán, junio de 1995
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Francisco Fernández de la Oliva: Vista de Villaba (1875). Museo del Prado |
Collado Villalba es una ciudad española que está en el noroeste de la Comunidad de Madrid, en la vertiente sur de la sierra de Guadarrama, y tiene una población de más de 66.000 habitantes.
Me encanta ir y estar a menudo en
Villalba. Me encanta.
Como me encantaba ver jugar a Butragueño.
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