Carlos II de España, hijo y heredero de Felipe IV, nació
en la corte regia española, en Madrid, el 6 de noviembre de 1661, y falleció
también allí, el 1 de noviembre de 1700. Fue el último monarca de la Casa de
Habsburgo en reinar en España.
En tanto que alcanzaba la mayoría de edad que le facultaba
para reinar él mismo, ejerció la regencia su madre, Mariana de Austria. 1675
fue el año de comienzo, pues, de su reinado personal.
Pareció hasta hace pocos años que hablar del reinado de
Carlos II era hablar, en esencia, bien del comienzo de la decadencia
española, bien de la decadencia hispana por antonomasia.
El historiador Manuel Rivero Rodríguez
señala en su monumental libro La monarquía de los Austrias. Historia del
Imperio español (Alianza editorial, 2017), siguiendo fundamentalmente a
otro eminente historiador español, Luis Ribot (quien acuñó aquello de «ni
tan hechizado ni tan decadente» referido al hijo de Felipe IV):
“Es innegable que las
circunstancias relativas a la salud del rey afectaron directamente a la solidez
de la monarquía hispánica. Un rey con hidrocefalia, raquitismo, oligofrenia, hinchazón
crónica de las extremidades, epilepsia y esterilidad, no es una garantía de
futuro. A pesar de que algunos historiadores han querido minimizar el hecho, la
persona del rey es fundamental para la estabilidad del reino, por lo que la
sucesión fue un problema que siempre ocupó la política exterior e interior de
la corona a finales del siglo XVII. Cuando el soberano contrajo matrimonio y su
impotencia o infertilidad fue un hecho manifiesto la pregunta que se hacían los
contemporáneos era saber si la monarquía permanecería intacta con un futuro
sucesor o si sería desmembrada”.
No obstante, el reinado de Carlos II no fue un reinado corto:
duró 35 años. Incluso, al final del mismo, en las últimas décadas de aquel
siglo XVII, “se observa un crecimiento económico que pudo salir adelante
pese a la mala gestión de la Hacienda (hubo una fuerte devaluación del vellón).
Es innegable el incremento del comercio y el desarrollo de la economía de los
territorios italianos, la Corona de Aragón y las Indias, una edad de oro
en un tiempo en decadencia”. Se asiste por aquel entonces, asimismo, a “un
enorme dinamismo en la vida intelectual, los novatores, las academias
científicas y la prensa crean una opinión pública y una comunidad científica
antes inexistente que conecta con el desarrollo científico europeo con la
recepción de la obra de Descartes y Newton -concluye Rivero Rodríguez -, por poner
dos ejemplos señalados”.
Como remata el autor de La monarquía de los Austrias, la
decadencia española “no se vincula a una sociedad dinámica y en crecimiento,
que es la que encontrará Felipe V de Borbón cuando sea coronado rey de España,
sino a la incertidumbre a la sucesión”.
Cuando, tres días después de aquel primer día de noviembre del
año 1700 en que falleciera Carlos II, el marqués Bartolomeo Ariberti redactara su
autopsia dejaría escrito que (tal y como recogerá dos siglos después Gabriel
Maura Gamazo, duque de Maura, en su biografía del último Austria español)…
“No tenía el cadáver ni una gota de
sangre; el corazón apareció del tamaño de un grado de pimienta; los pulmones
corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro
como el carbón, y la cabeza llena de agua. Sus últimas palabras fueron: me duele
todo.”
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