Philip Roth crece a toda velocidad por culpa de La conjura contra América

La conjura contra América, de Philip Roth, me ha dejado algo desconcertado al acabar de leerla. Me cuesta eludir ese final de la novela, abrupto y dotado de un apéndice incomprensible (quiero decir: de existencia incomprensible) que ocupa un diez por ciento del espacio del libro. Páginas y páginas de Historia (adecuada pero en el lugar insospechado, anómalo, y por tanto totalmente fuera de sitio) frente a la literatura contrafactual memorable que acabamos de disfrutar... hasta llegar a ese apéndice innecesario, explicable pero injustificable.

Supongamos que ese apéndice no rematara la obra maestra que estaba siendo La conjura contra América hasta que Roth la mata de mala manera y añade ese monigote como una montaña de plastilina…

Es La conjura contra América una novela autobiográfica aunque distópica, más bien ucrónica, en la que sus protagonistas son “seres sencillos que casualmente eran judíos”, es una novela histórica ajena al género en la que como siempre me pasa con Roth vuelvo a aprender Historia. Historia de Estados Unidos:

“El señor Mawhinney era cristiano, miembro inveterado de la abrumadora mayoría que hizo la Revolución y fundó la nación y conquistó la naturaleza salvaje y subyugó a los indios y esclavizó a los negros y emancipó a los negros y segregó a los negros, uno más entre los millones de buenos, limpios, trabajadores cristianos que se establecieron en la frontera, cultivaron los campos, construyeron las ciudades, gobernaron los estados, se sentaron en el Congreso, ocuparon la Casa Blanca, amasaron la riqueza, poseyeron la tierra y las acerías y los clubes de béisbol y los ferrocarriles y los bancos, que incluso poseían y supervisaban el lenguaje, uno de aquellos invulnerables nórdicos y anglosajones protestantes que dirigían Norteamérica y siempre la dirigirían, generales, dignatarios, magnates, los hombres que daban las órdenes y tenían la última palabra y leían la cartilla cuando les parecía, mientras que mi padre, claro, no era más que un judío”.

No creo que adelante acontecimientos a poco que conozcas la obra de Roth si te digo que en La conjura… sale, y mucho, el aviador Lindbergh, cuya elección presencial estadounidense modifica un paisaje histórico conocido, el que fue, y crea un tiempo que únicamente existe en la novela del genio norteamericano (hasta que la acaba como la acaba, ya digo):

“Y la elección de Lindbergh me había dejado muy claro que el despliegue de lo imprevisto estaba en todas partes. Lo implacablemente imprevisto, que había dado un vuelco erróneo, era lo que en la escuela estudiábamos como «historia», una historia inocua, donde todo lo inesperado en su época está registrado en la página corno inevitable. El terror de lo imprevisto es lo que oculta la ciencia de la historia, que transforma el desastre en épica”.

La Historia que aprendían a mediados del siglo pasado en el territorio neurálgico del Imperio estadounidense no era la Historia de los historiadores. Y ya no te cuento más sobre el meollo argumental de La conjura contra América. Pero sí quiero decirte que lo inevitable, eso que acabo de citar más arriba que le enseñaban al protagonista de la novela (a Philip Roth), era cada acto humano. A menudo:

“Hay cosas que no sabes que las haces. Las haces y ya está. No puedes evitarlo”.

El chaval que es Roth, el protagonista, nos reserva algunos momentos jocosos en medio de una narración dura, sinceramente dura, sin aspavientos de excesos, algo habitual en la literatura muy vital del autor, como cuando nos dice:

“Nunca hasta entonces había tenido yo que crecer a semejante ritmo. Nunca hasta entonces… el gran estribillo de 1942”.

O como cuando, también contándonos lo que era crecer para un chico judío de Newark (Sí, Newark, otra vez) en aquellos tiempos, nos habla de los inevitables cambios (porque “la calamidad, cuando llega, lo hace a toda prisa”):

“Esa dolencia infantil bastante frecuente llamada por qué las cosas no pueden ser como eran”.

El padre de Philip se sabe peatón de la historia y les dice en una ocasión a sus familiares (a quienes “preguntaba retóricamente cuando estaba en vena instructiva y comunicativa después de cenar”):

“Porque ¿qué es la historia? La historia es cuanto sucede en todas partes. Incluso aquí, en Newark. Incluso aquí, en la avenida Summit. Incluso lo que le ocurre en esta casa a un hombre normal... Eso también será historia algún día”.

Recuerdos de la infancia y el inicio de la adolescencia, los recuerdos de un escritor singular, un maestro de la excelencia literaria. Eso es en esencia La conjura… Recuerdos tamizados por la exacta inexactitud de la ficción, de la narrativa en estado puro, genuino, soberbio:

“¿Cómo era posible que una calle tan modesta como la nuestra produjera semejante éxtasis solo por brillar a causa de la lluvia? ¿Cómo era posible que las lagunas impracticables en la acera cubiertas de hojas y los jardincillos herbosos inundados por el agua que caía de los bajantes emitieran un olor que me deleitaba como si hubiera nacido en una selva tropical? Teñida por la brillante luz posterior a la tormenta, la avenida Summit relucía como una mascota llena de vida, mi propia, sedosa y palpitante mascota, lavada por las cortinas de agua caída y ahora tendida cuan larga era para complacerse en el arrobamiento”.

La calle de los Roth en Newark, “una calle por cuyos mismos arroyos corría a borbotones el elixir de la vida”.

Los Roth, una familia judía:

“Tampoco el hecho de ser judíos era un contratiempo ni una desgracia ni un logro del que estar «orgulloso». Eran aquello de lo que no podían librarse, de lo que de ninguna manera podrían pensar ni siquiera en librarse. El hecho de ser judíos procedía de ser ellos mismos, como sucedía con el hecho de ser americanos. Era como era, estaba en la naturaleza de las cosas, algo tan fundamental como tener arterias y venas, y jamás manifestaban el más ligero deseo de cambiarlo o negarlo, sin importar las consecuencias”.

Una familia judía, en medio de un momento crucial (inventado pero tan literariamente real):

“De momento, nuestras vidas estaban intactas, nuestra familia estaba en su lugar y el consuelo de los rituales acostumbrados era casi lo bastante poderoso para preservar la ilusión de un niño en tiempo de paz de un ahora eterno y libre de acoso”.

La familia de Philip Roth, del niño Philip Roth:

“Nuestra incomparable infancia americana había terminado. Pronto mi patria no sería más que mi lugar de nacimiento”.

La conjura americana es una novela sobre el odio y el miedo, sobre la triste realidad del odio y el miedo haciendo de las suyas y pervirtiendo las vidas apacibles de muchas gentes de bien, como la familia del niño que nos cuenta todo aquello. Es una novela en la que un personaje real y ficticio a la vez, el alcalde neoyorquino La Guardia, nos habla de la razón de ser de lo que nos cuentan el Philip Roth escritor y el niño Philip Roth narrador:

“Hay una conjura en marcha, desde luego, y mencionaré gustosamente las fuerzas que la impulsan: la histeria, la ignorancia, la maldad, la estupidez, el odio y el miedo”.

El bien y el mal, lo bueno y lo malo, tan predecibles y tan probables, acechando o conmoviéndonos. La literatura de Roth, esa majestuosidad (en la voz narrativa del Roth niño imaginado, fabulado, recreado, ¿recordado?):

“Todo aquello se reducía al descubrimiento de que uno no podía hacer nada bien sin hacer también algo mal, tan mal, en realidad, que especialmente cuando reinaba el caos y todo estaba en juego, lo mejor que podía hacerse era limitarse a esperar y no hacer nada —excepto que no hacer nada era también hacer algo... en tales circunstancias, no hacer nada era hacer mucho—, y al hecho de que ni siquiera para la madre que llevaba a cabo todos los días una metódica oposición al turbulento flujo de la vida existiera algún sistema que le permitiese controlar un caos tan siniestro”.

Cuando no hacer nada es también hacer algo. Cuando alguien nos recuerda que “todo el mundo está familiarizado con el aspecto ridículo del sufrimiento”.

Y, al final, ya digo…
“APÉNDICE
Nota para el lector
Cronología real de los personajes principales
Otros personajes históricos que aparecen en la obra
Algunos documentos”.

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