Cuando yo empecé a escribir era más o menos 1980

En el año 2016, el escritor Francisco Rodríguez Criado me sometió a un cuidadosísimo cuestionario literario para una de sus webs (literarias), Grandes Libros.


Allí contaba yo que empecé a escribir cuando estudiaba COU, con unos 17 años o así, cuando todo estaba a mi alcance y leer los cronopios y las famas de Cortázar me parecía un acicate del tipo de esolopuedohaceryo. Las pretensiones en aquel tiempo eran que me leyeran mis amigos.

Le decía a Rodríguez Criado que escribo como soy, que sólo pienso cuando escribo en quienes me quieren, y que, de resultas de eso, imagino que quienes no me quieren podrán leerme sin problemas si saben leer y tienen alguna inquietud y los conocimientos precisos para leer a alguien que escribe como es.

Cuando me preguntó si creía que vivir de la literatura es una utopía le contesté que una utopía es algo que no es probable que se dé porque se ha ideado para que no se pueda llevar a cabo. Vivir de la literatura no es una utopía.

Me llama la atención que yo me expresara así respecto de la diferencia entre el mercado editorial actual y el que se daba cuando yo comenzaba a escribir:

 

Cuando yo empecé a escribir era más o menos 1980. Imagino que el negocio ha cambiado tanto que se ha llegado a un momento en el que un libro es un artefacto sobre el cual ya no sólo se depositan los sueños culturales más excelsos sino que por el contrario es más habitualmente un producto que puede ser escrito por cualquier patán.

 


Descubro que ya tenía formada una opinión sobre el libro digital, que era (y es) para mí un producto cultural de un enorme potencial por muchísimas razones evidentes que la mayoría de la población lectora desprecia por fetichismo o por ignorancia o por ambas razones.

Y no podía faltar una gracieta:

 

Hay gente pa tó. Lo dijo un torero cuando le presentaron a Ortega y Gasset. Y ahora lo digo yo cuando me preguntas por la autoedición.

 

El autor de El diario down quería saber qué opinaba sobre los talleres de escritura creativa y si pensaba que no se puede enseñar a escribir. Así que me lancé y le dije que no tengo ni idea de en qué consisten en realidad. Nunca fui a una escuela de fútbol: aprendí en la calle a jugarlo. Con la escritura me pasa igual. Pero entiendo que haya quien quiera aprender a manifestar sus emociones o a transmitir sus conocimientos de la mano de profesionales de hacerlo y de enseñarlo.

Se me solicitó, para finalizar, que mencionara dos libros cuya lectura me hubiera impactado, uno de un autor clásico y otro de un autor contemporáneo:

 

Una novela reciente que me ha impactado es La ley del menor, de Ian McEwan. Y un clásico muy recomendable puede ser Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

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