Richard Ford y hormigas moviéndose caóticamente sobre una magdalena


La octava novela del extraordinario escritor estadounidense Richard Ford se titula Sé mía (Be mine es su nombre original) y fue publicada en mi idioma (en la excelente traducción de Damià Alou) en 2024, un año después de la edición en su idioma. Sé mía es el quinto de los libros protagonizados por Frank Bascombe, un personaje que aparece (desde 1986) en cuatro de las novelas de Ford (la anterior es de 2006: Acción de Gracias) y en un libro de relatos (novelas cortas, por mejor decir). 

Sé mía es una nueva obra maestra de Ford. Empiezo por ahí. Una nueva obra maestra sobre lo que mejor se le da a la Gran Literatura, la vida. La vida (“hormigas moviéndose caóticamente sobre una magdalena”), la muerte (que es el verdadero “misterio profundo”) y la felicidad. Sobre la paternidad, la vejez (lo que vivimos cuando se trata de “no olvidarte de lo que sabes y de que tienes poco o ningún control sobre lo que ocurre”), el dolor. Sobre las relaciones humanas. Sobre la sociedad estadounidense de un tiempo a esta parte. Todo ello nadando desesperadamente, lleno de lo que quiera que sea eso de la humanidad, junto a la categoría de la escritura de un autor memorable, capaz de crear personajes literarios que reflexionen así:

 

          “Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que antes”.

 

Al fin y al cabo, “gran parte de la buena literatura contemporánea, que leo en la cama, trata –si miro la página desde el ángulo adecuado– precisamente de estos temas, con la felicidad siempre esquiva, pero sin dejar de ser el objetivo. Y, sin embargo, no estoy seguro de que la felicidad sea el estado más importante al que debemos aspirar”.

El narrador, el protagonista, nuestro Fran Bascombe, asume que “por término medio, diría que he sido feliz”, algo que es “más que satisfactorio para ir tirando”. Y lo dice alguien que ha sido tiroteado, ha visto morir a su hijo mayor (tiene otro), a sus padres, a su primera esposa (tiene otra, de la que en realidad está divorciado), y ha tenido cáncer y sufrido una depresión (dice que leve, “si es que en realidad lo fue”).

 

“Es bien sabido que la gente vive más y es más feliz cuantas más cosas puede olvidar o ignorar”.

 

Así que la felicidad puede ser un asunto de cómo ejercitamos y usamos la memoria y de cómo ejercitamos y usamos la razón.

Bascombe (convencido de que cuanto le queda por vivir es, si acaso, “un último asalto a la felicidad” y de que entre sus talentos se encuentran el de “sobrevivir a la pérdida” y “la capacidad de olvidar”), que se enfrenta con entereza en la novela de carretera que es de alguna manera Sé mía a la (terrible) enfermedad mortal de Paul, su otro hijo varón (y al previsible hundimiento de ambos ante un posible “derrumbamiento espiritual y psíquico”), es de los que tiene para él que “estamos aquí para darle a la vida todo lo que se merece”; que la ciencia, la filosofía y la literatura pretenden “reunir pruebas de que algo existe y darle un sentido” (siempre reajustando esa propia realidad que existe); que acierta a creer que hay una “sabiduría eterna que dice que si quieres hacer reír a Dios a carcajadas, sólo tienes que contarle tus planes”( hablando de hacer reír, BascombeFord destilan un continuo sentido del humor que deambula por toda la novela sin convertirla en algo meramente cómico: “gran parte de la vida debería llevar comillas” y “comprender profundamente a otros seres humanos está muy sobrevalorado”);que cree que “vencer la necesidad es el secreto del amor” o que (y aquí demuestra una vez más lo poliédrico de su ser literario) “la medicina no es una ciencia ni un arte, sino una masonería gremial que se remonta a la magia negra y la nigromancia”; también, el personaje de Ford es de quienes perciben que a medida que envejecemos cada vez son menos las cosas que nos resultan incoherentes; de quienes piensan que la inteligencia es sacer “cuándo es suficiente”. Frank Bascombre, una de las personas que aún considera decisivo negarles la autoridad a cuántos no crean que “el derecho a la propiedad es más importante que los derechos humanos”. Alguien que confía “en el estúpido instinto” y luego añade las razones: “como todo el mundo”.

 

[…]

 


Asistimos en Sé mía al acompañamiento que el protagonista le ofrece a su hijo Paul en su viaje hacia un lugar (el Monumento Nacional del Monte Rushmore, “el más conceptual de nuestros monumentos nacionales y, por tanto, el más estadounidense”) sabiendo siempre que el destino (no muy lejano) del auténtico viaje es otro: un viaje en el que por fin Paul se toma la vida en serio, él, que nunca se ha dejado engañar por el carácter de la propia vida ni de “su existencia como ascuas brillantes arrojadas a la oscuridad”. Un viaje en el que el padre pretende ayudar al hijo “a que la vida sea vida durante todo el tiempo que pueda serlo”.

 

[…]

 

Qué decir de Richard Ford, capaz de cincelar personajes como el tal Harald, alguien con “un rostro dócil y confiado, como si la vida lo hubiera malinterpretado desde el principio”, Harald, “un tipo de prioridades infravaloradas”.

Lo que tengo por cierto, de lo que estoy absolutamente seguro es de que gracias a escritores como él esas “hormigas moviéndose caóticamente sobre una magdalena” son más comprensibles cuando se encarnan en la vida dentro de la Gran Literatura.

Este texto pertenece a mi artículo Sé mía: más gloria de Richard Bascombe Frank Ford, publicado el 9 de julio de 2024 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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