Durante mucho tiempo, la izquierda ha creído ingenuamente que la clase trabajadora poseía una sensibilidad progresista, abierta y tolerante, pero lo cierto es que ideológicamente siempre ha estado más cerca de posturas reaccionarias: machismo, homofobia, xenofobia. En las zonas rurales, a ese cóctel se añade el maltrato a los animales. Trump y otros millonarios lo saben y ha convertido esos prejuicios en su bandera ideológica. Eso explica que los trabajadores les voten, pese a que sus políticas les perjudican.
El Ejido, feudo español de la ultraderechista VOX, pasó de sufrir pobreza y explotación a explotar a los inmigrantes en la agricultura. No es un fenómeno reciente, sino algo que denunció Juan Goytisolo hace décadas, contando su experiencia en los años 60, cuando visitó la zona y la gente se acercaba a su coche pidiéndole una recomendación para encontrar trabajo. La denuncia de Goytisolo le costó ser declarado persona non grata en el municipio.
El nazismo fue muy popular entre los obreros y los campesinos. No fue
una creación de las elites, que solo se aprovecharon de él cuando ya había
triunfado. Se dice que la cultura no es suficiente para frenar la barbarie,
pero yo sí creo firmemente que la
educación es la mejor arma contra la demagogia y el totalitarismo. No es
cierto que los intelectuales apoyaran a Hitler. La mayoría se opuso: Thomas
Mann, Heinrich Mann, Klaus Mann, Milena Jesenska, Karl Jaspers, Robert Musil,
Sebastian Haffner, todos ellos alemanes y sin sangre judía.
La ultraderecha o fascismo, con independencia de sus máscaras, es la ideología del hombre común, con escasa
formación y terroríficamente normal, como Eichmann. Ahora ha vuelto bajo la faz
del populismo, pero su meta no ha
cambiado: destruir la libertad, crear una sociedad homogénea, gobernar mediante
el miedo, excluir a los más vulnerables, perseguir a los disidentes. Espero que
la sociedad despierte.
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