Llevaba años posponiendo inexplicablemente la lectura de alguna de las novelas de Félix Romeo hasta que…
En su autobiográfica Ropa de casa, otro escritor nacido en Zaragoza, Ignacio Martínez de Pisón (imposible olvidar su Derecho natural), que lo conoció bien (fue uno de sus mejores amigos, se sincera), le dedicó unas páginas de cariñosa admiración. Y entonces… Entonces me decidí a leer, por fin, a Romeo.
En Ropa de casa, Ignacio
Martínez de Pisón comienza recordándole así:
“Cierro los ojos y
aún lo veo venir, sonriente, grande, vestido de negro, con el morral lleno de
libros a medio leer, con los brazos dispuestos para el abrazo. Félix Romeo era
inabarcable y quería abarcarlo todo: leer todos los libros, ver todas las películas,
escuchar todos los discos, estar en todas partes. Le gustaba pasarse la vida
viajando. Le gustaban las ciudades, todas las ciudades, pero sobre todo le
gustaba la suya, Zaragoza, y soñaba con una Zaragoza en la que hubiera
librerías y cines abiertos las veinticuatro horas del día. Le gustaban las
piscinas municipales y las terrazas de los bares. Le gustaba dormir a deshoras,
gastarse todo el dinero que llevaba y levantar su copa para proponer un
brindis, cosa que hacía siempre con la misma fórmula: Para que cuando
estemos peor estemos como ahora”.
Cuenta el autor de Enterrar a los muertos
que a Romeo “le gustaba bajarles los humos a los vanidosos”, también discutir, algo
que “hacía con vehemencia y por cualquier fruslería”. A Félix “le gustaba la
gente. Le gustaba cuidar a la gente”.
Su primera novela, Dibujos
animados, apareció en 1994. Es la que he leído recientemente y sobre la
que escribiré luego algo. Cuenta Martínez de Pisón que Félix Romeo la “había
escrito en secreto, sin comentar nada a los amigos más cercanos”. En ella se
nos “cuenta la historia de una adolescencia triste en una Zaragoza triste”.
Ignacio ilustra ese estar llena suyo propio de Dibujos animados “de
ideas geniales y frases rotundas” con una que yo mismo subrayé (lo verás más
tarde) cuando la leía maravillado:
«Una braga es lo
más diferente a la muerte que conozco».
Ignacio había conocido a Félix (“con
esa personalidad suya, arrolladora, torrencial, irrefrenable, una auténtica
fuerza de la naturaleza”), cuando éste tenía diecisiete o dieciocho años, siete
menos que él. De aquélla, el autor de Dibujos animados ya venía publicando
reseñas de libros en diferentes medios. El Ignacio ya con obra publicada “lo
trataba con cierta condescendencia paternal” y “le recomendaba novelas que no
debía dejar de leer. Pero él ya las había leído. Había leído esas novelas y
muchas otras que yo desconocía, y puedo asegurar que no se trataba de la
clásica impostura del petimetre que finge saberes que no posee. Desde antes de
conocernos y hasta el final fue un lector voraz, apasionado, de esos que todas
las noches roban horas al sueño para refugiarse en las páginas de un libro”. Lector
voraz y apasionado. Eso es lo que yo tenía entendido sobre Romeo antes de saber
de él a través del autor de Ropa de casa.
“Quizás porque
siempre vivió más deprisa que los demás, acabó muriendo joven, con solo
cuarenta y tres años. Un infarto lo mató una noche de octubre de 2011 en el
sofá del piso de Aloma Rodríguez, en Madrid, adonde había viajado para asistir
a una presentación de la revista Letras Libres”.
Los libros que más le gustaba leer a
Félix estaban, como su propia literatura, la que él escribía, muy próximos a la
vida y, como esa literatura suya, se nutrían de ella.
“Félix, como todos
los grandes novelistas, sabía que las buenas novelas están hechas de los mismos
materiales de los que está hecha la vida, y en las suyas, como en la vida, hay
lágrimas pero también risa, y dolor pero también alegría...”
Dibujos animados (“Dios tendría que tener más cuidado con los dibujos animados”) es su primer libro, lo publicó cuando tenía 26 años. En vida publicó otras dos novelas, una obra de teatro y un libro de cuentos. Tras su muerte apareció una cuarta novela, otro libro de cuentos y uno de artículos titulado Por qué escribo.
La novela Dibujos animados
arranca después de una cita de algo que escribiera el austriaco Peter Handke,
y que formaba parte de su novela de 1972 Desgracia indeseada, a quien
Romeo leyó mucho en su adolescencia y de quien admitió haber plagiado,
precisamente tomándolo de ese libro, uno de sus minis capítulos. La cita en
cuestión acababa así:
“se cae como un
personaje de dibujos animados que se da cuenta de que lleva ya mucho tiempo
andando por los aires”.
Uno se hace una idea de lo que se va
a encontrar en Dibujos animados cuando comienza leyendo en el primero de
sus pequeños capítulos (hay hasta 175) todo esto:
«El día de la
mudanza, mi hermana se metió en una caja de cartón. Mi padre buscaba a mi
hermana y mi madre buscaba a mi hermana. Y también mi hermano. A mí me dejaron
con la gata».
Lo de la braga que comentaba Martínez
de Pisón (eso de que una braga es lo más diferente a la muerte que conozco)
se completa y casi sublima cuando leo en la primera novela de Romeo:
«Las
bragas blancas son las bragas que menos se parecen a la muerte».
El protagonista y narrador de Dibujos
animados debe gastar mucho de lo que quisiera creer el escritor Félix Romeo
que era la persona Félix Romeo, o al menos, eso es lo que el escritor Félix
Romeo quiere contarnos, tal vez sobre él o sobre ese él literario que es
más él que la persona Félix Romeo. No sé si me explico. En fin, ya sabes, todo
eso de que uno cuando escribe siempre (o a menudo, al menos) escribe sobre uno
mismo o sobre lo que uno mismo ha creído detectar en eso que llamamos realidad
y que necesita ser contado para ser real.
«Mi hermano dormía
arriba y yo dormía abajo. Yo soñaba los sueños de mi hermano. Mi hermano soñaba
sueños extraños. Y yo los soñaba la noche siguiente. Mi hermano contaba sus
sueños por la mañana. Los contaba mientras desayunábamos. Y yo soñaba por la
noche lo que mi hermano había contado. Yo vivía con los sueños de mi hermano.
Yo no podía contar mis sueños y tenía que inventar nuevos sueños. Mis sueños
inventados siempre pasaban en la vieja casa. Cuando todavía no soñaba los
sueños de mi hermano».
Ese que nos cuenta la historia (en
pujantes trasquilones) asume que ha deseado “como un cabrón”: por eso sabe que
“el deseo es así, uno se pega toda la vida esperando algo y cuando ese algo
llega la vida se te queda como rota”. Es Dibujos animados un libro
extraño, de esos que en su deliberada existencia de tristeza ocultan mal
(aposta) una delicada manera de acercarse a lo humano a trallazos de humor
sincopado.
«Nuestro hámster
se comió el tubo de la lavadora y luego se tiró por el balcón. Mi padre no
tardó en poner una cristalera de aluminio en el balcón. Pensó que a mí se me
podía ocurrir algo parecido».
El padre y la madre del narrador, que vive también con sus hermanos y es un niño y es un adolescente (“estábamos solos incluso en nuestros sentimientos”), protagonizan con él y con una pléyade de personajes casi de dibujos animados (algunos lo son: Coyote, Popeye, Donald, Correcaminos, Elmer, Goofy…), pero bien amarrados a la vida de barrio de los años 70 del siglo pasado (lo sé bien porque yo lo fui, un chaval de barrio en los años 70 del siglo pasado, cuando podía pasar que Miguel Talayo viese “catorce o quince veces Fiebre del sábado noche), este debut literario de aquel Félix Romeo que muriera tan joven. Su madre decía, sin ir más lejos, sapiencias comunes tales como aquello de que “el dinero lo estropea todo, pero es tan necesario”. Y él mismo reconoce que engordó para no tener que ponerse la ropa de su hermano:
“Odiaba heredar la
ropa de mi hermano. Por eso me puse como un globo.
Su padre, policía municipal en
Zaragoza (eso lo sé, pero en la novela se da a entender), tenía una pistola en
casa. El narrador “la pesaba, sobre todo la pesaba”. Nos cuenta que “una
pistola pesa de una manera distinta al resto de las cosas”, que “una pistola
pesa su peso y el peso de la conciencia”. Así escribía Félix Romeo. una pistola
pesa su peso y el peso de la conciencia, una pistola pesa su peso y el peso de
la conciencia, una pistola pesa su peso y el peso de la conciencia…
Atención a esto: «El pasado es un
tiempo en el que yo era culpable». Nuestro narrador/protagonista asegura que de
conseguir la lámpara de Aladino lo que le pediría, antes de pedirle por
supuesto “un montón de pasta”, es que le hiciera olvidar el pasado, pero que si
solamente pudiera pedirle un deseo le pediría entonces que le borrara el
pasado, porque “el pasado es una pesadilla” que cada vez es más y más grande,
“el pasado devora”. A la lámpara de Aladino él lo que le pediría es que mandara
al infierno todos sus recuerdos.
Ponerse oliendo cola, “y respirar muy rápido y respirar muy lento”. Dibujos animados es un breve viaje hacia las profundidades de casi todo.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.