Ropa de casa no es una novela. Ropa de casa, publicado en 2024, son las memorias del escritor español Ignacio Martínez de Pisón (que sabe que “a escribir nunca se termina de aprender”). Más exactamente de sus primeros treinta años de vida. Terminadas cuando el autor tenía 62 o 63 años, componen un libro de notable interés que no acaba de hacerle justicia a la categoría de extraordinario escritor del autor de Derecho natural. (Pero tampoco la desdice.) Me encanta cuando escribe que para crecer como escritor hay “que crecer como persona”.
Su niñez:
“En aquella época
todo parecía más viejo de lo que era. Las casas, por ejemplo. Las que tenían diez
o quince años adquirían con rapidez un aspecto vetusto, centenario, y las que
de verdad eran viejas lo eran como con resignación, sin la esperanza de
alcanzar la categoría de antiguas. Nuestro piso consistía en un largo pasillo
en forma de ele con las habitaciones a un lado y la cocina al fondo. Tenía en
general un aire sombrío, gastado, como si acabara de morir el inquilino anterior,
y sin embargo los recuerdos que conservo de ese piso son de felicidad:
despertarme en primavera con el canto de los vencejos, mi tía Mari Jose
pinzándome las yemas de los dedos y recitando aquello de «este compró un
huevito», la música de la radio que nos llegaba a través del patio interior.
Vivíamos en un mundo viejo: los
carros tirados por mulas, las cajas de arenques puestas al sol, las oscuras
carbonerías, los repartidores de hielo, que, cubiertos con una gruesa tela de arpillera,
parecían sayones. Vivíamos en un mundo viejo, pero el futuro estaba a la vuelta
de la esquina: los electrodomésticos empezaban a llegar a los hogares…”
Un mundo viejo en el que
el futuro estaba a punto de llegar. El mundo del niño
Ignacio que ahora sabe que si trata de encontrar en su pasado “un soplo de
autenticidad y pureza”, a donde le conduce la memoria es a aquellos veranos
suyos riojanos de los años sesenta, cuando tenía “la certeza de estar habitando
un paraíso y no veía ningún motivo para que las cosas tuvieran que cambiar” y
“la vida se ofrecía hermosa, promisoria”.
“Recuerdo
mi niñez como un tiempo en el que todo era seguro, consistente. Vivíamos con la
sensación de que las cosas iban a seguir siendo como habían sido siempre, sin
darnos cuenta de que ese siempre no abarcaba más allá de los últimos dos o tres
años. El día en que me enteré de que mi padre había pedido el traslado y nos
íbamos a vivir a Zaragoza, lloré a lágrima viva”.
Se erige su madre (“una mujer
menuda y nerviosa” que “hasta el final de su vida conservó un aire vagamente
juvenil que contrastaba con el de la gente de su edad”), a raíz de la muerte
del padre de Martínez de Pisón, en la protagonista de un relato vital:
“Poco
más de diez años de matrimonio y casi cincuenta de viudez: ese sería uno de los
posibles resúmenes de su vida. Crecida en plena posguerra, mi madre perteneció
a la última generación de españolas educadas para consagrarse a la casa, el
marido y los hijos”.
Como el libro de Ignacio Martínez de
Pisón es también (y ese es su mayor interés, no el único) un recorrido muy
lúcido a lo largo del tiempo que le ha tocado vivir, se me hace especialmente
seductor leerle cosas como que su madre, que había crecido en plena posguerra
civil, “perteneció a la última generación de españolas educadas para
consagrarse a la casa, el marido y los hijos". Había sido “educada para
que otros decidieran por ella”. Algo que tuvo que aprender a la carrera, a
tomar decisiones, azuzada por su carácter orgulloso, aunque atemorizada.
Y, por fin, la literatura… Que
en su adolescencia, con catorce o quince años, tuviera acceso a las tres
novelas carlistas de Valle Inclán (Los cruzados de la causa, El
resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño), y las leyera, le “descubrió
que había una emoción que no brotaba del destino de los personajes sino del
modo de exponerlo, y que esa emoción era superior a cualquier otra”. De
repente, vislumbró que “los escritores, seleccionando unas palabras y no
otras, combinándolas de una forma y no de otra, podían generar belleza a la
manera en que lo hacían los pintores, los escultores o los músicos”.
“Aquello era buena
literatura. Arte, en definitiva: algo que en algunos libros estaba y en otros
no. A partir de entonces, no podría volver a leer las novelas del mismo modo”.
[…]
Hacer feliz para ser feliz. Un poco
lo que les pasa a los escritores (nos pasa): seríamos felices si supiéramos que
algo de lo que escribiéramos aporta algún gramo esencial de felicidad a quien
lo lea.
Era en aquella juventud suya
Martínez de Pisón de “un izquierdismo algo desmayado” influido por las
historietas protagonizadas por Mafalda, no por los ensayos de Marcuse: “un
izquierdismo de línea clara”.
Eran los tiempos en que…
“La
gris España de ese caudillo de voz atiplada y barriga de quinielista
acababa de ser sustituida por una España polícroma, luminosa, en la que
no faltaría ninguno de los colores de los nuevos tiempos”.
En 1982 se trasladó el autor a vivir
a Barcelona: “había escapado del cascarón zaragozano” para tratar de vivir su
propia vida, “lejos de la protección familiar”. Había aprendido a considerar
innecesarios las comodidades y los lujos.
Comienza su carrera literaria
entonces y todo ello se adueña de Ropa de casa: mi atención no
descansa, pero mi interés decrece. Aunque, he de decir, que gracias a mi amigo
Manolo Larrinaga conocí ya a aquel primer Martínez de Pisón en su estreno como
autor de relatos para Anagrama. (Si bien, incomprensiblemente, estuve muchos años
sin volver a leer nada de él.)
“Empieza
uno tratando de averiguar el escritor que quiere ser y acaba
descubriendo el escritor que puede ser”.
Hay un momento en el que el autor de Castillos
de fuego se sincera y saca lo mejor de sí mismo:
“Me
pregunto ahora a quién, aparte de mí y de mis allegados, pueden interesar
estas páginas, que cuentan una vida en la que no han pasado demasiadas
cosas. Digamos que, en comparación con otras, la mía ha sido una vida
pequeña. Pero, en fin, no solo a los pomelos y a las naranjas se les puede
sacar el jugo: también a las mandarinas. He gozado siempre de buena salud, he
vivido rodeado de afecto y me he podido dedicar profesionalmente a lo que
siempre ha sido mi pasión, la literatura. Supongo que no hace falta mucho más
para sentirse un privilegiado. A lo mejor este libro es solo un testimonio
de emoción y gratitud hacia la gente que ha hecho que me sienta así, la
gente que ha sido importante para mí”.
[…]
Este texto pertenece a mi artículo ‘Ignacio Martínez de Pisón: infancia, adolescencia y juventud’, publicado el 6 de octubre de 2024 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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