El Catecismo de la Iglesia católica es una jerigonza locoide
Comienzo por aclarar que el Catecismo de la Iglesia católica, escrito en latín y cuya última versión oficial data de 1997, expresa la fe, la doctrina y la moral que la Iglesia católica considera ineludibles a la hora de cumplir su incansable labor de proselitismo universal. Fe, doctrina y moral que se evidencian en las Sagradas Escrituras y en el desempeño históricamente magistral de sus dirigentes. Lo digo para saber a qué atenernos.
Pero, ¿qué pasa cuando la Iglesia
católica esparce todo aquello que nutre su Catecismo en el interior de los
cerebros de los niños y niñas a quienes pretende adoctrinar? Encuentro una
respuesta razonable en un artículo de septiembre de 2024, publicado en la
revista digital Nueva Tribuna titulado ‘¿Hay abuso mental en la instrucción religiosa
infantil?’ y escrito por Juan Antonio Aguilera
Mochón, profesor de Bioquímica en la Universidad de Granada y miembro de la
Junta Directiva de Europa Laica. [Un inciso, ¿qué es eso de Europa Laica? Es una
organización (o entidad) española sin ánimo de lucro (incluida en la Red
Laicista Europea) fundada en 2011, cuyo fin, social, altruista y humanitario,
es el laicismo y la libertad de conciencia, para lo que considera indispensable
la separación entre la Iglesia y el Estado.]
Aguilera Mochón explica que suele “perpetrarse abuso mental tanto en la catequesis parroquial (sobre todo en la preparación de la primera comunión) como en la catequesis escolar (es decir, en las clases de religión)”, también en la familia (en algunas familias, se entiende). La catequesis es la enseñanza del Catecismo, que quede claro, es decir, de la instrucción católica en su doctrina. En esos contextos religiosos (catequesis y familia) se produce abuso mental de un menor de edad en tanto en cuanto quienes adoctrinan se aprovechan de la vulnerabilidad infantil, amparados en su autoridad. La Iglesia católica consigue así que sean aceptadas acríticamente ciertas creencias (“palmariamente erróneas, a menudo absurdas”), de manera que los catecúmenos coaccionados lleven a cabo unas conductas determinadas y rechacen otras. Esos menores, gravemente engañados, ven claramente perjudicado “su desarrollo intelectual, afectivo, social y moral”. Suena espeluznante, ¿verdad? Es lo que tiene la realidad cuando te la explican.
La enseñanza del Catecismo católico
produce engaño intelectual, promueve actividades supersticiosas y mágicas,
también el pensamiento dogmático y una moralidad sin autonomía alguna,
crea normas morales que van contra derechos humanos fundamentales, genera una ejemplaridad
anómala (se presenta a la Virgen María como “modelo de docilidad y sumisión a
la autoridad religiosa”, por ejemplo), y
ampara el supremacismo machista. Por no hablar de que facilita la imposición de
una ideología (ultra)derechista (“no olvidemos la complicidad total y criminal
de la Iglesia católica española con el franquismo”).
Ahí es nada.
En su personalísimo, y extremadamente culto, análisis de la trayectoria biográfica y artística del músico italiano Franco Battiato (En presencia de Battiato, 2021) —que, precisamente, también leía cuando descubrí el artículo de Aguilera Mochón—, el escritor español Eduardo Laporte insiste en ser sublime, ahora respecto de la trascendencia mística:
“Recuerdo una misa
a la que acompañaba a mi sobrina y ahijada un domingo previo a su primera
comunión. Temía que el cura se enzarzara en parábolas obtusas sobre arcas de
alianzas e inextricables sacrificios y que mi sobrina confundiera, como
tantos, el vehículo trascendente que es toda religión con una jerigonza locoide
para ancianos desnortados. Pero, en cambio, habló del cielo. De la
necesidad de mirar al cielo, quizá apoyándose en el versículo de los hechos de
los apóstoles que dice: ‘Esteban lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el
cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios’. Una imagen
simbólica si se quiere la de ese Jesús erguido sobre la estratosfera, pero que
indica la necesidad de apuntar a los ideales, a la belleza, a lo que no tiene
una traslación práctica. Al mundo de las ideas de Platón. Allá de donde
proceden las sagradas sinfonías del tiempo”.
El catolicismo difundiría una jerigonza locoide para ancianos desnortados, pero lo que en realidad difunde, ampara, promueve, es la belleza. ¿Y ahora qué hacemos? Quizás quedarnos con lo que escribiera aquí (también en el verano de 2024) otro escritor español de fuste, Rafael Narbona, aquello de que dado que las iglesias se alinean habitualmente con las ideas más reaccionarias, “deberíamos olvidarnos de ellas y aprovechar las lecciones esenciales de Jesús: amar al prójimo, desterrar la violencia, cultivar la sobriedad, vivir solidariamente, no escatimar el perdón y ejercer la autocrítica”, porque “no hacen falta templos ni sacerdotes para poner en práctica este mandato”.
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