Anarquismo cristiano; por Rafael Narbona


El anarquismo cristiano de León Tolstoi es la única alternativa razonable para abordar el evangelio. Tolstoi niega el parto virginal, los milagros, el pecado original, los sacramentos, el infierno y la resurrección como acontecimiento histórico. El escritor ruso apunta que la conversión del emperador Constantino convirtió el cristianismo en una nueva idolatría vinculada al poder político y económico. Desde entonces, las distintas iglesias solo se han preocupado del poder temporal y han explotado las ideas de culpa e indignidad para exigir una obediencia incondicional y atribuir a sus líderes una grotesca infalibilidad.

Jesús fue hijo de José y María, acusó al Sanedrín y a Roma de cometer toda clase de abusos e iniquidades, fustigó a los ricos y poderosos, defendió los derechos de los pobres, los parias, las mujeres, los extranjeros y los excluidos, señaló que Dios no era un poder lejano y terrible, sino un padre-madre, y anunció que su Reino se hallaba allí donde había fraternidad, justicia y compasión. Ejecutado por Roma con el apoyo de las autoridades religiosas judías, su resurrección consistió en revelar que la plenitud de la vida solo se alcanza mediante la comunión radical con nuestros semejantes. Cuando prevalezca el amor sobre el odio, “Dios será todo en todos” (1 Cor 15, 28), lo cual significa que la humanidad reunida vencerá definitivamente al mal, simbolizado por el ultraje de la cruz, un castigo reservado a esclavos y rebeldes. La resurrección es el signo de que el verdugo no triunfa sobre la víctima y una invitación permanente a la desobediencia y el inconformismo. No es un hecho histórico, sino un signo utópico. El Reino de Dios está en el corazón del hombre, no en un más allá desligado de la historia, y exige luchar aquí y ahora contra cualquier forma de injusticia.

Los cuatro evangelios canónicos fueron el producto de una elaboración colectiva. Fueron escritos, reescritos, modificados y, en no pocos casos, alteraron el mensaje original de Jesús, ese joven rabino de Galilea que probablemente jamás se proclamó el Cristo, sino el portavoz de una Buena Noticia que el poder temporal de su tiempo consideró peligrosa y subversiva.


Las iglesias actúan como vulgares partidos políticos y, en la mayoría de las ocasiones, se alinean con las ideas más reaccionarias. Deberíamos olvidarnos de ellas y aprovechar las lecciones esenciales de Jesús: amar al prójimo, desterrar la violencia, cultivar la sobriedad, vivir solidariamente, no escatimar el perdón y ejercer la autocrítica. El evangelio de Mateo enuncia con nitidez la esencia del mensaje cristiano: “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. No hacen falta templos ni sacerdotes para poner en práctica este mandato.

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