Aquellos cómics de Julio Cortázar
Releyendo la espléndida biografía que Raquel Arias Careaga escribiera en 2014 sobre el destacadísimo y muy influyente escritor argentino del siglo XX Julio Cortázar para la colección ‘Biografías’ que yo dirigía en Sílex ediciones, titulada Julio Cortázar: de la subversión literaria al compromiso político, recuerdo algo poco conocido sobre el autor de El perseguidor, que en 1975 escribió el guion de un cómic. Me pongo a indagar y doy con todo lo que sigue…
Uno
Aquel cómic, algo que llamaríamos hoy en día novela
gráfica, quizás con más acierto —y que ha sido también denominada por sus
especiales características contra historieta—, era un volumen de 84
páginas grapadas (con un formato de 16,5 centímetros de ancho y 23,7
centímetros de alto) titulado Fantomas contra los vampiros multinacionales
y publicado por el diario mexicano Excélsior (bajo la edición de
Promotora y Editora de Publicaciones, S. A: PEPSA). El tebeo, que salió a la
venta en junio de aquel año 75, con una tirada de 20.000 ejemplares, se
subtituló ‘Una utopía realizable narrada por Julio Cortázar’ y en su interior
aparecen ilustraciones de Víctor Cruz, en tanto que la imagen de la cubierta la
hizo Oswaldo Sagástegui. En el volumen se indicaba que…
“Julio Cortázar cede los
derechos de autor de esta historieta al Tribunal Russell”.
¿Qué era el Tribunal Russell? Fue un tribunal
internacional de opinión, es decir una institución de carácter extrajudicial e
independiente impulsada por ciudadanos preocupados por la impunidad de los
crímenes de Estado, creado en 1966 por el impulso del pensador británico
Bertrand Russell, acompañado por la dedicación del intelectual francés
Jean-Paul Sartre y la vulneración de los derechos individuales, colectivos y de
los pueblos. Su nombre oficial era el de Tribunal Internacional sobre Crímenes
de Guerra, pero fue conocido sobre todo como Tribunal Russell y su razón de ser
fue oponerse a la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam. De él
formó parte, entre otras figuras destacadas, Julio Cortázar, A los sucesivos
tribunales de opinión se les conoció como Tribunal Russell II (sobre derechos
humanos conculcados por las dictaduras en América Latina, constituido en 1973 y
reunido en Roma y Bruselas entre 1974 y 1976, en el que también intervino
Cortázar, de hecho la razón de ser del cómic del que vengo hablando), III,
etcétera. El autor de Bestiario participó en la segunda sesión del
Tribunal Russell II, que tuvo lugar en la ciudad belga de Bruselas entre el 11
y el 18 de enero de 1975.
¿Cómo surgió la idea de hacer Fantomas contra los
vampiros multinacionales? Vayámonos unos meses atrás, al 18 de febrero de
aquel año 75, cuando la editorial mexicana Novaro publica en el número 201 de
su revista Fantomas, la amenaza elegante la historieta La
inteligencia en llamas, escrita por Gonzalo Martré e ilustrada por Víctor
Cruz (Victor Cruz, ¿recuerdas?), donde se nos cuenta que algunos de los más
importantes escritores, Cortázar entre ellos, le piden a Fantomas que ponga fin
a la desaparición planetaria de libros y bibliotecas que repentinamente está
teniendo lugar. Guillermo Piazza, amigo del auténtico Cortázar, editor
precisamente en Novaro, también argentino, le manda un ejemplar de aquel nº 201
para darle a entender que si sales en un cómic así es que eres ya una
celebridad mundial, algo que además de hacerle mucha gracia al escritor le hizo
preguntarse, tal y como él mismo contaría un par de años después, “si esta
gente me ha utilizado como personaje de un comic sin pedirme permiso, ¿por qué
yo no voy a utilizar una parte de este comic sin pedirles permiso a ellos? Creo
que tengo ganado el derecho moral”. Dicho y hecho…
“Es evidente que, si a
través de un cómic, se consigue hacer pasar otro tipo de mensaje, que nada
tiene de cómic, en el sentido literal del término, evidentemente eso puede
convertirse en un vehículo sumamente útil de difusión de ideas”.
Cortázar buscó, así lo expresaba él, en el año 76, “una edición muy popular, que no sólo se vendiera en librerías sino en quioscos, con la sentencia del Tribunal Russell, un resumen de sus trabajos, de sus ideales, y un ataque a fondo en el cuerpo del relato sobre lo que constituye el tema del trabajo del Tribunal”, de tal manera que llegara “a tocar capas de la población que en general son impermeables hasta este momento por ese trabajo, por un lado, de lavado de cerebro, y por otro lado, de barrera de información controlado por las agencias de noticias norteamericanas en América Latina”.
El propio Gonzalo Martré lo referirá en 2014: como
“Piazza era colaborador en la página editorial del periódico Excélsior,
le fue fácil convencer a Julio Scherer, su director, de que publicara un
folletín de Cortázar. Por su parte, Scherer no lo pensó dos veces, aceptó en el
acto la propuesta Cortázar-Piazza”. Las ilustraciones saldrían de las de La
inteligencia en llamas, seleccionadas por su nuevo guionista.
En cualquier caso, lo que Julio Cortázar quiso con Fantomas
contra los vampiros multinacionales fue, como él mismo explica en el
volumen, difundir la sentencia del Tribunal Russell II emitida en enero de
aquel año 75, poco antes de que apareciera La inteligencia en llamas y
un año antes de que cerrara sus sesiones en Roma (una sentencia de la que
Cortázar, refiriéndose a ella en 1977 diría que “no tiene, desgraciadamente, ningún valor práctico,
pero sí un valor moral”, una sentencia que es muy difícil que le llegue a la
mayoría de la gente porque “el Tribunal Russell no puede luchar contra el
Pentágono, no puede luchar contra los dólares”):
“El bloqueo informativo
en América Latina, perfectamente manipulado, como lo está, hizo que inmensas
masas de población no tuvieran la menor noticia, no se enteraran de lo que el
Tribunal Russell había hecho […] el Tribunal Russell no tiene medios, no puede
luchar contra el Pentágono, no puede luchar contra los dólares.”
El genocidio cultural al que ha de enfrentarse
Fantomas en el tebeo de Cortázar, lo dice el escritor argentino, seis años más
tarde nacionalizado francés, “no es la obra de un loco, es la obra de todo un
sistema, que yo llamo el imperialismo norteamericano, que en América latina
hace todo lo que puede para asimilarnos a su estilo de vida, a su manera de
pensar, y en última instancia, a su american way of life, a su manera de
entender el mundo, que es un sistema capitalista, imperialista, que no es mi
sistema ideal, ni la vía que yo pienso que tiene que ser la de América Latina”.
Cortázar en estado puro, tan Cortázar como siempre.
El volumen finaliza con aquel veredicto de enero del 75 emitido por el Tribunal Russell II, presidido por el político italiano Lelio Basso, y con las vicepresidencias del historiador yugoslavo Vladimir Dedijer, el escritor colombiano (y futuro Premio Nobel de Literatura) Gabriel García Márquez, el jurista internacional belga François Rigaux y el historiador francés Albert Soboul.
El Tribunal había comprobado, entre otras cosas no
menos graves, la “violación de los derechos del hombre y de los derechos de los
pueblos” en Brasil, en Chile, en Bolivia y en Uruguay; también en Guatemala,
Haití, Paraguay y República Dominicana (y “formulado una denuncia formal de
violación de los derechos del hombre en Nicaragua y en la República Argentina”,
además de atestiguar que “en los últimos veinticinco años, e incluso
recientemente, las fuerzas gubernamentales de Colombia han asesinado a dirigentes
campesinos y a estudiantes, y que los campesinos son arrestados en gran
número”); que una de “las causas económicas de la violación de los derechos del
hombre y del derecho de los pueblos” se hallaba en el hecho de “que los Estados
Unidos de América y las empresas extranjeras que ejercen actividades en América
Latina, por intermedio de filiales o de sociedades sobre cuyo capital y
operaciones ejercen un control dominante –y entre las cuales las más fuertes y
más numerosas son norteamericanas– han tenido y tienen, con la complicidad de
las clases opresoras de América Latina, una intervención permanente a fin de
asegurarse los más altos beneficios económicos y la dominación estratégica”, de
tal manera es evidente “que las empresas norteamericanas organizan en su
provecho el saqueo de los recursos de toda índole de la América Latina y las
violaciones de los derechos fundamentales del hombre que acompañan este
saqueo”; por todo lo cual, el Tribunal…
“Recuerda que en su
sesión de Roma declaró culpables de violaciones graves, repetidas y
sistemáticas de los derechos del hombre a las autoridades de facto que ejercen
el poder en Brasil, Chile, Uruguay y Bolivia y confirma esta condena;
Además, teniendo en
cuenta la magnitud de las referidas violaciones, declara que constituyen,
tomadas en conjunto, un crimen contra la humanidad, perpetrado en cada uno de
esos cuatro países por las mismas autoridades de hecho;
Declara hoy día
culpables, en las mismas condiciones, a las autoridades de hecho que ejercen el
poder en Guatemala, Haití, Paraguay y la República Dominicana;
Declara culpable al
gobierno del Brasil del crimen de genocidio;
[…]
En lo que concierne a la
República Argentina, el Tribunal expresa su profunda inquietud por los
arrestos, persecuciones, torturas y asesinatos de militantes, de obreros y
profesionales, como también de refugiados políticos sudamericanos, y decide
abrir inmediatamente una encuesta para establecer la amplitud de la
responsabilidad del gobierno argentino a este respecto”.
Asimismo, el Tribunal “exige la liberación inmediata
de todas las personas detenidas por sus actividades y por sus opiniones
políticas”.
Fantomas contra los vampiros
multinacionales fue reeditada en Argentina en 1989 y en
1995 por Los Libros de GenteSur y Doedytores, respectivamente. Eran otros
tiempos. En 2002, la editorial española Destino llevó a cabo una edición sobre
la cual el experto en cultura hispánica José Enrique Navarro escribió que “traiciona
el proyecto estético de 1975, ya que una nueva historieta, distinta en estilo,
encuadres, composición de página, coloreado, contenido gráfico y textual,
suplanta a la original. En síntesis, la narración gráfica dista diametralmente
de aquello en lo que se apoyó Cortázar”. Para Navarro, “esa alteración afecta a
la obra en su conjunto al tiempo que relega a la historieta a una función
secundaria, de entretenimiento y no de conocimiento”.
Y dos
Sé ahora que Fantomas contra los vampiros
multinacionales no fue la única relación directa entre Julio Cortázar y la
narrativa gráfica. Hubo otra…
“Unos
años después de Fantomas, el artista gráfico argentino Alberto Cedrón
tantea la idea de una historieta con algunas implicaciones personales,
contactando con Julio Cortázar, al que pide ayuda para dotar de sentido y orden
narrativos a su propuesta. Cortázar se sumerge de nuevo en un material
preexistente, pero con el que puede trabajar”.
La obra en cuestión se publicó en 1981, se titulaba La raíz del ombú, constaba de 58 páginas y fue, como explicaba David García-Reyes (en ‘Las narraciones gráficas de Julio Cortázar: hibridaciones y expresiones críticas’ en el nº 61 de Acta Literaria, la revista publicada por el Departamento de Español de la Facultad de Humanidades y Arte de la Universidad de Concepción, publicado en diciembre de 2020) “un relato coherente a partir del arte de Cedrón”, de manera que la suma del talento de éste con el del escritor “ofrece un relato de gran fuerza narrativa y gráfica”.
La raíz del ombú es
la denuncia de “situaciones sufridas durante los regímenes dictatoriales y
represivos de América Latina” que se centra, subreptciamente, en la dictadura
argentina ejercida entre 1976 y 1983.
Se trata de un auténtico cómic ceñido en
viñetas en el que, a diferencia de lo que ocurría en Fantomas contra los
vampiros multinacionales, “no se intercalan separadamente fragmentos de
prosa, insertos fotográficos, recortes, grabados…”. Es, eso sí, una obra
profundamente experimental, por momentos surrealista incluso, desasosegante
casi siempre. Leamos a García-Reyes:
“Cedrón aplica un estilo
en el que mezcla distintas técnicas pictóricas con recortes de fotografías
antiguas, aplicando desde collages a acuarelas o dibujos a carboncillo. Los
rasgos surrealistas de la historieta pueden estar vinculados a distintos artistas
del underground norteamericano, aunque quizá la referencia que mejor se aprecia
en La raíz es la cercanía con las propuestas plásticas de Terry Gilliam,
cineasta y artista heterodoxo integrante del grupo cómico británico Monty
Python”.
La raíz del ombú (con
un formato de 41 centímetros de ancho y 32 centímetros de alto) se publicó
inicialmente en una tirada escasa de 300 ejemplares en Caracas, editada por la
Compañía Anónima de Administración y Fomento Eléctrico (CADAFE), el ente
público venezolano de energía eléctrica que regaló corporativamente la tirada y
no pretendió comercializarla. La publicación en Venezuela se produjo por
cuestiones políticas y ante la imposibilidad de editarse en Argentina, aunque,
ya en 2004, sí fue reeditada, con un mejor aspecto y calidad libresca, en
Buenos Aires, por Fundación Internacional Argentina.
El periodista venezolano Sergio Dahbar, experto en
literatura latinoamericana, dejó escrito sobre La raíz del ombú (que “comenzó
a trabajarse en 1977, a caballo entre París, Roma y Milán, y continuó a saltos
de muchas distracciones hasta que la concluyeron en 1980”) y el trabajo a
cuatro manos de Cedrón y Cortázar lo siguiente:
“Uno escribe a máquina y
corta las letras con una tijera. El otro pinta. Juntos buscan la manera de
integrar esas artes. No sé si lo saben, pero están creando una novela gráfica
mucho antes de que en el mundo ese concepto se pusiera de moda y se convirtiera
en una tendencia editorial”.
Sigamos a Dahbar:
“En
ese momento entra en acción el arquitecto venezolano Jorge Castillo, que ha
oído el sueño de los creadores exilados en París y comparte el sentimiento de
dolor por la tragedia que devasta a Argentina. Castillo entonces tiene una
idea: llevar ese libro a Venezuela y buscar un editor. Eran años de abundancia
y locura. ¿Por qué no?
Con los originales de
Cedrón y Cortázar bajo el brazo, Castillo desembarca en Caracas a principios de
los ochenta. Hay muchas maneras de editar un libro, pero un tiro al piso
siempre será buscar un amigo poderoso para que lo financie. Ese amigo era
Domingo Mariani, quien presidía CADAFE”.
Acabo de enterarme de que, en 2013, la editorial Collectif des Métiers de l'Édition (CMDE) publicó una edición en francés de la obra, titulada La racine de l’Ombú, que constaba de 89 páginas.
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