Queremos tanto a Cortázar
12 de febrero de 1984. Alguien escribe en la pizarra de mi clase de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, en Cantoblanco: CORTÁZAR HA MUERTO. Y eso nos pareció, sí, pero resulta que no, que los GIGANTES apenas saben morir y se quedan siempre agazapados en cuanto de esplendor disfrutamos los humanos que moriremos algún día. Pero yo, eso, en aquel invierno de 1984, a mis 20 años, aún no lo sabía. Queremos tanto a Cortázar.
Julio Cortázar, el gran Cronopio. Óleo sobre madera de Damián Flores Llanos. |
Cortázar está a punto de dictarte sus instrucciones
para llorar. Y te ríes. Tú que decidiste escribir tu primer cuento al leer los
cronopios y las famas de Cortázar, que te pusiste a ello como si fueras un
escritor leyendo a Cortázar. Tú, que quisiste ser un cronopio… o tal vez el
mismo Julio.
Año 2013. Dirijo
la colección de biografías de Sílex ediciones y consigo convencer a la
profesora Raquel Arias Careaga de que escriba una sobre el autor de Queremos
tanto a Glenda. Un año más tarde aparece la extraordinaria Julio
Cortázar: de la subversión literaria al compromiso político, que yo acabo
de releer y de la cual la también profesora de Literatura Alicia Martínez
Martínez dijo, en la presentación que hicimos en la librería madrileña Rafael
Alberti en abril de 2014, cosas tan hermosas y atinadas como estas:
"Con el libro de
Raquel he aprendido a saberte vulnerable, inseguro de a ratos, distante en
ocasiones… Siempre te he considerado como un autor nacido latinoamericano y
todo lo que eso conlleva (tu obligado exilio en París, por ejemplo) y, sin
embargo, de repente te me presentas como defensor y reivindicador de la cultura
europea… Así comienza la historia: El escritor argentino que nació en Europa y
El escritor argentino que volvió a Europa. Tal vez, pienso ahora, algunas
(personas) te tenemos siempre presente porque establecemos contigo una relación
tan profunda que es meramente intelectual aunque nos engañemos pensando que
queremos tanto a Julio… Me estoy liando un poco, te lo diré con las palabras de
Raquel (pág. 30): «[…] a Cortázar no le interesan ya desde su primera juventud
las relaciones superficiales o frívolas. Cuando establece una amistad con
alguien, es siempre fruto de una conexión relacionada con una comunidad de
intereses intelectuales.». Y a ver quién dice que esto no es amor…"
Diciembre de 2023. En
esa relectura del libro de Arias Careaga me interesó descubrir algunos asuntos,
por ejemplo, algo que escribió sobre ellos en alguna ocasión el argentino
finalmente francés:
“¡Los libros! No sé
cuántos he leído; sé que fueron muchos, pero se me ocurre que no me han dado
todo lo que esperaba de ellos. Día a día comprendo que no se debe supervalorar
la cultura”.
¿Sorprendente, eh? Dicho por alguien así, permanentemente relacionado con el mundo de la cultura durante prácticamente toda su vida, alguien tan libresco, tan literario, no sabe uno si tomarlo por una osada provocación o por una reflexión afinada y refinada. Alguien para quien, no obstante, la palabra cultura no era solamente eso que hacen algunos desde sus torres de marfil para sus propios elegidos, alguien que respondió cuando se le preguntó qué le parecía a él Mafalda, el popularísimo personaje de su compatriota Quino, que “eso no tiene la menor importancia, lo importante es lo que Mafalda piensa de mí”.
Recoge la autora en su excelente biografía del genio
unas páginas dedicadas, brevemente, a su relación con España. Me interesa algo
relacionado con los correctores, esos profesionales de la edición a los que
casi nunca se presta atención, algo que sí hizo Cortázar. El autor de 62
Modelo para armar sufrió algo sin relación alguna con la censura, “pero sí
con cierto nacionalismo lingüístico”, el empeño de correctores y editores por
traducir sus obras al español peninsular cuando, en 1979, se publique Un tal
Lucas “la corrección de las pruebas de imprenta será una verdadera tortura”
para él, que escribiría al respecto:
“He tenido la mala suerte
de caer en manos de linotipistas llenos de buena voluntad hacia, mí pero
convencidos de que soy alguien que escribe muy mal y que necesita (en eso está
la buena voluntad) que mejoren su estilo. Estas mejoras son dobles: por una
parte los textos han sido inundados por una inmensa marea de comas […] Soy el
primero en reconocer que las comas que me han agregado son impecables y que dan
como resultado un texto muchísimo más correcto; pero ocurre que yo no escribo
de manera correcta y creo saber por qué lo hago, y no tengo la menor intención
de cambiar mi manera de respirar idiomáticamente [...] La segunda cuestión,
menos grave pero bastante presente a lo largo del libro, es que nuestras
modalidades argentinas (esperá por espera, dejame por déjame,
etcétera) han sido bastante sistemáticamente corregidas desde una perspectiva
castiza”.
Por supuesto, añade Arias Careaga, “Cortázar exigirá que se mantenga tanto la variante argentina del español como su personal ritmo de escritura pautado por las comas. En algunos casos será su opinión la que acabe por imponerse dando lecciones a la madre patria en materia ortográfica”.
Febrero de 1984.
Quienes asisten a su entierro parisino son testigos “de la inquebrantable
honestidad con la que había vivido su vida y su literatura”. Su vida y su
literatura. “Quizá sea cierto que los cronopios nunca mueren”.
Como el propio Julio Cortázar le relatara a la
investigadora estadounidense Evelyn Picon Garfield en la segunda mitad de la
década de 1970…
“Para mí la muerte es un
escándalo. Es el gran escándalo. Es el verdadero escándalo. Yo creo que no
deberíamos morir y que la única ventaja que los animales tienen sobre nosotros
es que ellos ignoran la muerte”.
La eternidad. Sé
por Raquel Arias Careaga que “Cortázar era un hombre vital y profundamente
optimista, un hombre que creyó siempre en la construcción de una sociedad que
no estuviera basada en la explotación”.
También que “la literatura y la vida no pueden separarse”, algo que aprendimos en los libros del autor de Todos los fuegos el fuego, en todos cuyos textos escritos por su genio literario se aportaba algo al “combate contra la deshumanización de un mundo que no estaba dispuesto a aceptar como el único posible”.
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