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De lo menos apetecible que tiene morirse, por Fernando Neira


¿Por qué es probable que te guste o haya gustado este libro? Porque, a menos que te encuentres en la rara –y, en este caso, desdichada– minoría de los disidentes, intuimos que a ti también te gusta la música. Bastante, como mínimo. Y hasta puede que mucho, como le sucede a José Luis Ibáñez Salas, que no ha querido aguantarse las ganas de volcar tantos años de militancia y pasión en este volumen manufacturado desde un ardor sin disimulo. Casi como ese acto de amor y agradecimiento que tantos le debemos al arte de ordenar sonidos, hermanar voces y disparar las emociones.

Ibáñez es historiador, y bien que se le nota en la precisión exigente, en su gusto por el dato abrumador y minucioso. Pero aquí se ha dejado de academicismos y ha preferido asumir una escritura que no renuncia al meandro ni a la turbulencia. Documentada, claro, porque este hombre es capaz de devorar y asimilar páginas ajenas con una avidez pasmosa (a ver si algún día nos confía la técnica). Pero libérrima, por heterodoxa y torrencial. Por todo ello abre boca con la introducción más extensa en la historia de las introducciones. Por eso nos embarca en una ruta de itinerarios vertiginosos e impredecibles, picoteando aquí y acullá con su pluma curiosa; deteniéndose cuando le place, acostumbrándonos a que la digresión se hermane con la amenidad. Haciéndonos partícipes de retazos de su biografía sentimental y, aún mejor, incitando al lector a que él también abra cuantas puertas vaya encontrándose por el camino. A que husmee y agudice el olfato, a sabiendas de que cualquier sendero resulta legítimo… y de que, si en algún momento requerimos de una fulminante toma de tierra, siempre nos quedarán los Beatles.

José Luis habrá subrayado muchísimo en sus volúmenes de cabecera y ahora se propone que quienes acudamos a su prosa (¡y hasta a su ocasional verso!) seamos nosotros. No quiere tanto ser referente como erigirse en cómplice. Emprender con cada uno de nosotros una tertulia melómana que excede de las dimensiones ya de por sí considerables de este ejemplar. La música (pop) y nosotros es una incitación al diálogo, ese ejercicio esencial entre gentes civilizadas que ahora algunos representantes públicos parecen muy empeñados en dinamitar. Puede darnos rabia, sin duda, pero también conducirnos a la conmiseración. Pobre de aquel que no incluye una generosa proporción de corcheas entre los nutrientes del alma.

Una encuesta de la IFPI, la patronal de la industria discográfica para los cinco continentes, revelaba hace un par de años que los españoles invertimos 19,8 horas a la semana en escuchar música, una actividad que forma parte de los hábitos diarios y cotidianos entre el 89 % de la población. Nuestras cifras de consumo eran parejas a las del Reino Unido, mejores que las de Italia o Alemania y muy superiores a las de Francia (mal que les pese), y sólo claudicaban ante dos países de tradición musical tan abrumadora como México o Brasil. Ibáñez Salas excederá con creces esa media, así que hace bien en abastecer de munición al aficionado y estimularle el apetito. Porque este volumen termina siendo algo muy parecido a un complemento vitamínico; una hoja de ruta plausible, ahora que las plataformas y la sociedad del conocimiento nos permiten la opción de la voracidad.

Y así es que La música (pop) y nosotros termina sirviendo, ya lo ven, como punto de encuentro para musiqueros insaciables, que somos muchos más de los que pudiera parecer. José Luis materializa su empeño de “soltar el peso muerto de los prejuicios”, explicitado en las primeras páginas, y se embarca en un recorrido por estos últimos 60 años de canciones: esas pequeñas arquitecturas sonoras de apariencia humilde, pero capacidad potencial para albergar volúmenes ingentes de belleza y hasta significados profundos y personalísimos para todo aquel que las recibe. Haremos bien en aprovechar nuestro tiempo en la Tierra para seguir disfrutando de ese hechizo singular, mágico, científicamente inexplicable. De lo menos apetecible que tiene morirse es sospechar que en la otra vida, aun si la hubiera, no encontraremos discos de vinilo.

 


Este es el epílogo que Fernando Neira -autor de la mejor web dedicada a la música (pop): www.undiscoaldia.com)- escribió para mi libro La música (pop) y nosotros, publicado en 2021 por Sílex ediciones.

En la primera foto, un jovencísimo Jaime Stinus (a la derecha del todo) comenzando en esto de la música (pop).

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