Lo
primero que se me ocurrió cuando acabé de ver Verónica, la película de terror dirigida por el español Paco Plaza
en 2017, fue un chiste: “esto es lo que les pasa a quienes escuchan demasiado a
Héroes del Silencio”. Y a mí Héroes me gustan, algo que me ha costado algún
disgusto alguna vez, reconocerlo, digo, y a mí Verónica me acababa de gustar, no sé si me sigue gustando. Que
conste. Pero lo primero que hice mientras Héroes del Silencio sonaban marciales
sobre los títulos de crédito de la peli del especialista Plaza fue eso, un
chiste. Algo que no cuadra con contemplar una película del género terrorífico.
Un género, el de terror, que a mí no me gusta, todo hay que decirlo, que no
domino, que no me resulta cómodo de ver. Pero el caso es que me puse frente a
esa película, porque mi hija me lo aconsejó y porque había leído cosas muy
buenas sobre ella, y a mí todo lo que se me ocurre decir de ella en el momento de
su tétrico final es un chiste.
Sandra
Escacena es Verónica. Dejemos ya el
chiste. Lo dejo. Escacena ha sido reconocida como el gran descubrimiento de la
película de Paco Plaza. Ella y las pequeñas actrices que son en el film sus
hermanas sostienen una obra tan difícil de sostener. Y se agradece. Sin actores
no hay cine. Creo.
Basada
en un hecho real, algo que acojona más que el hecho de ver una obra de terror, Verónica es una película impecable desde
el punto de vista artístico. Lástima que a mí no me gusten las películas de
terror. Lástima que no sintiera ni un atisbo de miedo viéndola. Lástima que no
pueda decir de ella algo que seguramente merece: Verónica es una buena película.
Por
último, ¿de verdad lo que filmó Plaza fue una película sobre el miedo a crecer?
¡Qué miedo!
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