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Los amnésicos y el pasado sucio: Europa y la memoria

El primer libro de la periodista franco-alemana Géraldine Schwarz es una obra maestra. Se trata de un ensayo escrito con todas las claves propias del oficio científico y literario de los historiadores titulado Les Amnésiques, una autobiografía familiar publicada en 2017 y traducida excelentemente a mi idioma por Núria Viver Barri dos años después con el título de Los amnésicos: historia de una familia europea, en una edición que incluía un epílogo (‘El peso de un pasado sucio’) a cargo del historiador español José Álvarez Junco.


La autora explica pronto la intención del libro:

 

No perderse en el laberinto de la memoria, en sus olvidos y sus mentiras, sus recovecos y sus excesos.

Vencer a los violadores de memoria, a los falsificadores de la historia, a los fabricantes de falsas identidades y de falsos odios, a los cultivadores de fantasmas narcisistas.

Encontrar mi camino a través de las múltiples huellas del pasado […] y tirar de ese hilo, con sus grietas y lagunas […]

Cruzarlo con otro hilo, el de la Historia, la grande, repetir, con la cabeza fría, los hechos históricos que algunos quieren hacer olvidar: el suicidio de la civilización europea y su consecuencia, esa superación milagrosa del ser humano sobre sus demonios, de la paz sobre la guerra, de la democracia sobre la dictadura.

Tejer los dos hilos juntos, dar amplitud al relato familiar sometiéndolo al juicio de la Historia, a la sabiduría de los historiadores, esos detectores de mentiras y de mitos. Ofrecer a cambio un alma a la ciencia, la carne y la sangre de una memoria familiar, la impresión de la condición humana.

Quiero comprender lo que era para saber lo que es, devolver a Europa sus raíces que los amnésicos intentan arrancarle”.

 

Una intención que Los amnésicos cumple con creces desde que comienza por trasladarnos a la posguerra mundial de mediados de la década de 1940 y nos va trayendo hasta nuestros días para demostrarnos lo vital que resulta ser un auténtico ejercicio de memoria, evidentemente histórica, solamente al alcance de quienes usan la Historia para que el horror y la destrucción que configuró la primera mitad del siglo XX europeo no vuelva a repetirse jamás. Todo iniciado cuando el fanatismo mortífero de Hitler consiguió dominar Alemania y extender su actitud criminal por Europa (y al cabo, por el mundo).

La vida de los abuelos y los padres de la autora (la de ella misma) se entreteje (literaria y ensayísticamente de una manera esplendorosa) con la verdad histórica que ella misma se moleta en encontrar en los textos de quienes mejor conocen el pasado y son capaces de explicarlo: los historiadores. Se nos expone pormenorizadamente cómo en Alemania se pasó de la amnesia a la obsesión por comprender el pasado hasta que el país pudo demostrarle al resto de Europa que “su democracia era más sólida de lo que algunos habían predicho”. Cómo se llegó a “una Alemania a la que ya no se podía pedir que se sintiera culpable, que había convertido su trabajo de memoria en una base ineludible de su identidad”.

 

[…]

 

La obra de Schwarz esclarece algo esencial respecto del horror nazi, que “el desconocimiento del objetivo preciso de las deportaciones de los judíos no redime a la mayoría del pueblo alemán de su responsabilidad de haber dejado perseguir y saquear a sus vecinos, sus colegas y los comerciantes de la calle, de haber participado a veces en ello y de haber asistido sin protestar a las deportaciones”.

 

[…]


Se pregunta a menudo la autora, nos cuenta, qué habría hecho ella durante el nazismo respecto de las actitudes criminales de la jerarquía nazi. Es imposible saberlo. Lo que sí sabe es que, como escribiera el historiador Norbert Frei, el hecho de ignorar cómo nos habríamos comportado “no significa que no sepamos cómo habríamos tenido que comportarnos” (y tampoco cómo deberíamos comportarnos en el futuro).

En otros países, Francia, sin ir más lejos (donde “la política de Vichy no había sido una reacción pragmática a la Ocupación alemana —que, además, resultaría perjudicial—, sino que respondía también a una aspiración política, e incluso ideológica, de una parte de los franceses”), el proceso de asunción del pasado corrió unos derroteros menos enorgullecedores que el que tuvo lugar entre los alemanes.

 

[…]

 

Respecto del seguimiento que se hace en el libro respecto de los trabajos de memoria posterior a la derrota del nazi-fascismo, la autora titula uno de sus capítulos ‘Austria-Italia: arreglillos con el pasado’, lo que da una idea bastante clara de la consideración que tienen quienes han estudiado las implicaciones de austriacos e italianos en el estudio y comprensión de su reciente pasado sucio.

 

[…]

 

No en vano, Los amnésicos (“los europeos no son víctimas de la historia”) es un extraordinario trabajo que reivindica la fuerza de la memoria frente al odio. Un extraordinario y necesario trabajo que nos advierte del crecimiento de una extrema derecha en toda Europa que promueve el camino contrario: el del odio sin memoria. Un camino que pone en peligro la democracia. Se pregunta, nos pregunta Schwarz ¿cuál es la Europa que defienden quienes constantemente se arguyen defender unos valores occidentales que no lo son tal? No, desde luego, “la de un continente modelado por civilizaciones y culturas multiétnicas y multirreligiosas que legaron una riqueza intelectual y artística sin igual”, sino más bien “la de un continente al que el egoísmo nacional y la intolerancia transformaron en una bestia inmunda, destructora de cultura y de civilización”. Sepamos que “el camino de una Europa a la otra es el de una inversión de la moral. Cuando el bien se convierte en mal y el mal se convierte en bien. Cuando la empatía es una debilidad y el odio es valor. Cuando triunfan los amnésicos”.

Como adelanté, este libro indispensable se cierra con el epílogo de José Álvarez Junco titulado ‘El peso de un pasado sucio’, escrito en junio de 2019. El historiador español matiza determinadas reivindicaciones de quienes defienden una determinada memoria histórica al considerar que “en relación con traumas colectivos es difícil dividir a las comunidades que los viven con trazos gruesos de verdugos y víctimas, agresores y agredidos. Las responsabilidades grupales, al revés que las individuales en hechos concretos, son borrosas”. Y me interesa destacar su siguiente afirmación:

 

Si la memoria individual es traidora, la transmitida puede acercarse a la pura distorsión. Lo cual no quiere decir que no deba ser tenida en absoluto en cuenta”.

 

Álvarez Junco elogia la actitud y el desempeño de Géraldine Schwarz, de quien destaca como esencial “su modélica actitud como historiadora”: ella “no escribe para reivindicar a sus antepasados como víctimas, ni para denunciarlos como verdugos”, tampoco “quiere identificar culpables, sino entender cómo funcionaba aquella sociedad, cómo fue posible aquel horror”. La actitud de la autora “no es condenatoria ni reivindicativa, sino comprensiva (en el sentido de intentar comprender, no de minimizar culpas de nadie)”.

 

“Los educados en un mundo mental aislado, en el que solo se celebran los heroísmos del propio pueblo y se recitan cada día las injusticias sufridas en el pasado, los que solo se ven a sí mismos como descendientes de víctimas inocentes, y nunca como herederos de vilezas, tienden con facilidad a adoptar hoy posiciones de intolerancia, de simpleza ideológica, de repudio hacia el extranjero, de nostalgia fascista”.

 

Tanto la amnesia como la ignorancia, la simplificación y la sacralización del pasado, nos explica Álvarez Junco, “llevan al dogmatismo y al odio hacia los diferentes”, convirtiendo todo ello en un indicio de personalidad fuerte que en realidad no lo es. Es el de una personalidad miserable (añado yo). Nada como “ser consciente de la fragilidad de las identidades heredadas” para saber enfrentarse contra la autoridad que suprima derechos y deberes de todos.

El historiador español arrima el ascua a su sardina y relaciona el asunto del libro de la periodista franco-alemana con el caso español.

 

“Si Géraldine Schwarz enseña algo, es la conveniencia de reconocer las luces y sombras del pasado, en este caso la mezcla de negociación y violencia, de memoria y olvido que hubo en la Transición, los poco nítidos papeles desempeñados por algunos de sus protagonistas, las responsabilidades que no se asumieron ni se exigieron a otros y la carga y los límites que todo ello impone sobre la democracia actual.

La complejidad en la mirada sobre el pasado, el honesto reconocimiento de todo lo ocurrido, y no solo de lo que conviene a nuestra tesis o a nuestra propuesta política, y la ecuanimidad, que nada tiene que ver con simetría o equidistancia, son, en definitiva, las claves de bóveda de este libro. Y los principios fundamentales del código ético de un historiador”.

 

Que no se nos olvide: sin un honesto trabajo de memoria no podemos conseguir que las actitudes democráticas y tolerantes se desarrollen en nuestras sociedades. Para eso sirve la Historia. Para eso sirve este libro.

 

Este texto pertenece a mi artículo Los amnésicos: la consciencia de la fragilidad de las identidades heredadas, publicado el 7 de enero de 2025 en Nueva tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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