El músico Max Richter se entromete en nuestro sentido de la realidad

Hay por el mundo un tipo que es casi de mi edad (nació en 1966, tres años después que yo) que debe de pasarse el día ENTERO componiendo música, grabando música, imaginando música, SIENDO música. Se llama Max Richter y es natural de una ciudad de la Baja Sajonia alemana, una ciudad llamada Hamelín. Sí, esa, la del cuento del flautista. Crecer creció en Inglaterra, eso sí. De hecho, aunque sus padres son alemanes, él es británico.

Max Richter. Max Richter y la música minimalista. Empecemos.


El Richter músico recibió pronto la influencia poderosa de músicos como Philip Glass o Michael Nyman. Músicos minimalistas. También la de Arvo Pärt. Una hipnótica manera de sublimar la abstracción, en el caso de Richter, para sustituirla por un significativo y concreto sonido arrebatador a partir de la sencillez.

 

¿Y qué es eso del minimalismo? Digamos que, en términos generales, el arte minimalista, la creación minimalista es el reino imaginario y artísticamente real del menos es más. La palabra minimalismo es una torpe adaptación/traducción del término inglés original minimal, que es nuestra palabra mínimo. Por tanto, si decimos que Max Richter sucumbió pronto al minimalismo musical, en realidad deberíamos haber podido decir que lo hizo ante el MINIMISMO musical. Bueno, da igual. Vamos a lo que vamos. Voy.

La minimalista es una música que repite fraseos musicales breves durante minutos que no pueden hacerse eternos, ni parecerlo, tonos largos y ritmos cíclicos de un pulso constante.

Por cierto, Nyman (a quien tanto quise) es el que inventó la palabra, el primero que la empleó. Con éxito, según se ve.

Se me olvidaba, se puede decir que Richter reniega de su condición de músico minimalista.

Pero no sólo de minimalismo se nutrió el dilecto aprendiz Richter, sino que acudió a otra maravilla que le embelesaba: la música electrónica de gente como Kraftwerk o como Brian Eno.

 

Seguramente te pase como a mí, que Richter, de formación académica clásica (en la Universidad de de Edimburgo, en la Real Academia de Música londinense), pero también vanguardista (en el Tempo Reale florentino fundado por el prestigiosísimo pionero de la música electrónica academicista, el experimental Luciano Berio), te llegó cuando, en 2012, supiste, como yo, de su mundialmente famoso Recomposed by Max Richter: Vivaldi – The Four Seasons, aquella reinterpretación asombrosa de las muy populares Cuatro estaciones del músico barroco italiano Antonio Vivaldi, aquella fascinante manera de traer un clásico a nuestro tiempo sin dañarlo en lo más mínimo.


Lo de Richter —de quien el (imprescindible) periodista musical español Fernando Neira ha dejado dicho que casi todo en su obra “se mueve en unos parámetros de maravillosa anormalidad”— es música clásica (contemporánea). Lo de Max es música electrónica. Lo de Max Richter es música minimalista. Piano clásico, sintetizador analógico (moog), violín, sintetizador digital (sampler), chelo… Orquestas, efectos añadidos en producción (plugins digitales), cuartetos (de cuerda), programaciones (sound design): lo que hace Max Richter sí que es fusión. Una fusión envolvente que no se siente como una provocación o un reto, sino como una versión real de la música de siempre cuando quiere ser la música para siempre. Lo de Max Richter es música.

Su primer álbum, por supuesto compuesto por él y haciendo sonar su piano magnífico, apareció en 2002, se titulaba Memoryhouse y fue grabado por la Orquesta Filarmónica de la BBC, dirigida por el británico Rumon Gamba, a la que se añadía esa atmósfera electrónica que hace la música del compositor alemán perfectamente distinguible. Puro minimalismo y pura electrónica, todo en uno.

Buena parte de la producción discográfica de Richter (quien considera que Bach, al que más interpreta cuando practica, fue “quien inició todo”) son bandas sonoras para cine y para series de televisión (muchas, más de cincuenta: por ejemplo L'amica geniale, Leftovers o algunas entregas de Black mirror o las películas El astronauta o El caso Sloane), también para danza, exposiciones de arte y desfiles moda. (La música para las tres temporadas de Leftovers, la que mejor conozco, si ya es escuchada por sí misma una maravilla, hacerlo mientras se disfruta de la serie es algo verdaderamente extraordinario.)



In a landscape, publicado en septiembre de 2024, es el noveno álbum de Max Richter (si obviamos, que ya es enviar sus bandas sonoras para películas o para danzas o desfiles de moda), y fue grabado en Studio Richter Mahr, el estudio suyo y de su esposa, la artista Yulia Mahr, que tienen en el condado inglés de Oxfordshire. Al lanzar el elepé, Richter anunció su primera gira mundial, que dio comienzo ya el día 7 de ese mes.

Compuesto y producido por él (quien también realiza la programación de los sintetizadores y la rítmica, además de tocar el órgano Hammond y la percusión electrónica), intervinieron en su grabación Max Ruisi y Zara Hudson-Kozdoj (tocando el violonchelo), Connie Pharoah y Eloisa-Fleur Thom (a la viola), Max Baillie (al violín), Gemma Moore (saxofón barítono), Martin Robertson y Paul Richards (clarinete bajo), David Fuest (clarinete), y Graeme Blevins y Martin Williams (saxofón tenor).



En un paisaje, nueve estudios de la vida acompañados solamente por obras mudas, en un tempo lento, muy lento, nos darán sombra con sus alas sobre un campo de color del Holoceno y, entonces, tarde y pronto, pronto y tarde, caerán porque preferimos el movimiento antes que la totalidad de las flores, aunque sepamos que la geofonía es la poesía de la Tierra y la biofonía el espejo del tiempo: y, todo ello, una canción de amor. Una canción de amor después de John Eccles. El mundo es demasiado para nosotros.

 

Max Richter cuenta que en uno de los temas de In a landscape, el titulado Late and soon, incluyó el soneto The world is too much with us, de William Wordsworth, “sobre la alienación de la primera revolución industrial en el mundo y que significó un divorcio entre la civilización y la naturaleza” porque le “pareció muy actual ahora con las redes sociales y con esta división de nosotros mismos hacia lo que somos y lo que significamos para la comunidad”. En el álbum, además de Wordsworth e incluso Yeats hay referencias implícitas a la poesía de una contemporánea nuestra, la poeta canadiense Anne Carson.

 

Cuánta razón tiene Max Richter cuando dice que con la música conectas a las personas “y te entrometes en su sentido de la realidad”. Él lo hace.

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