Sergi Pàmies escribe para entender
El noveno libro de cuentos del escritor español Sergi Pàmies se titula A les dues seran les tres y apareció en 2023, pero yo lo he leído en la traducción que hizo el propio autor un año más tarde: A las dos serán las tres.
El volumen, breve, está compuesto por diez relatos, diez cuentos, todos
ellos sellados por el encanto literario del inefable Pàmies. Casi todos ellos
frisando, con una gracia al alcance de muy pocos, también con un punto de agria
mirada pacífica, ese límite tan habitual entre la ficción (esa
entelequia) y la autobiografía (el pálpito inevitable en casi toda la
literatura, y cada vez más).
[…]
Hay mucha reflexión sobre la literatura en A las dos serán las
tres. En este primer cuento Sergi Pàmies (es él, ¿no?) nos habla de la
razón, la causa de escribir, de su escribir:
“Para mí escribir nunca fue la
consecuencia de ninguna predestinación sino de una carambola de tiempo libre y
equilibrio entre esfuerzo, facilidad, azar y satisfacción”.
‘Días históricos’ es el segundo relato. Sus primeras
palabras son estas:
“Franco ha muerto. Tenemos quince
años. La escuela ha cerrado como medida de luto oficial y lo celebramos en casa
de una amiga. Eufóricos y expectantes, escuchamos canciones subversivas sin la
emoción alcoholizada que, intuimos, viven nuestros padres y hermanos mayores.
La fecha –20 de noviembre– es un tatuaje que, con el tiempo, perderá nitidez”.
Pàmies, para situarnos, es hijo de notorios y significados antifranquistas,
muy presentes en este libro suyo. Pero en este cuento, como en otros, detecto
(no solamente, ni siquiera preponderadamente) un pequeño reproche sobre algo
tan poco heroico como es su propia figura, su aspecto:
“La promesa languidece a medida que
crecemos, nos dispersamos o, como en mi caso, nos ensanchamos”.
Me gusta la importancia que el autor le concede a la omnipresente memoria,
y yo, como él, constato que “cuando confrontamos nuestros recuerdos con los de
personas que vivieron lo mismo, descubrimos que la memoria es un monstruo de
tentáculos mutantes”. Eso sí, que útil nos es a la hora de escribir ficción de
esa autobiográfica, ¿verdad? A mí me pasa lo mismo. Y luego está la otra
memoria:
“Combatir la sensación de haber
perdido la batalla de la memoria, y por extensión, de la nostalgia”.
El proceso de escribir suyo, buena parte de él, queda al descubierto
—deliberadamente, todo es deliberado en esta literatura tan realista y
suavemente provocadora— cuando en ese segundo relato le leemos:
“Sé cómo plantear la historia pero
no cómo acabarla. Es una de las condiciones que me gusta imponerme para
escribir con ciertas garantías de alcanzar mi objetivo. Si conozco todos los
ingredientes de un argumento, me da pereza ponerme manos a la obra”.
Zanjemos el asunto de la ficción y la realidad. ¿Qué dice el
narrador de ‘Días históricos’?
“El intento –definitivamente
demagógico– de poner la realidad al servicio de la ficción en lugar de poner la
ficción al servicio de la realidad”.
‘Ferias y congresos’ es el tercer cuento. En él sale,
sale de verdad, alguien a quien el autor conoció muy bien, otro gran escritor, Manuel
Vázquez Montalbán. Se abre con estas palabras:
“«El azar es el destino de los
pobres.» Lo escribí hace treinta años, camino del aeropuerto, dentro del taxi,
con la grandilocuencia de un aforista”.
De Manuel Vázquez Montalbán, nos cuenta el narrador del relato, nos cuenta
el cuentista Pàmies, nos cuenta la persona Pàmies, “admiraba su lucidez, su
capacidad de trabajo y su estilo. Novelista, ensayista, poeta, cronista,
articulista y hereje del marxismo, me parecía un virtuoso del sarcasmo y la
irreverencia. También era prologuista y presentador recurrente, gastrónomo y cocinero
aficionado, erudito del fútbol y abajo firmante de manifiestos de causas
perdidas”. Qué admirable retrato de mi admiradísimo MVM.
Nueva referencia a la figura corporal del autor:
“Cuando entras en el lavabo, te das
cuenta de que lo recordabas más grande, y eso debe significar que has engordado”.
No sé por qué me fijo en esas cosas… En fin, sigo.
Que Pàmies escribe sobre sí mismo y escribe a la vez como si lo hiciera
delante de nosotros, queda meridianamente claro con esta frase entre
paréntesis:
“(tengo cierta propensión a creer
que cualquier anécdota puede tener –este cuento lo confirma– un interés literario)”.
En este cuento tercero el autor nos regala una definición de la
literatura cuando dice de ella que es “la anticipación de imaginar lo
que todavía puede ocurrir”.
El cuarto de los relatos del volumen, el más angustioso, el que rezuma una
mayor dosis aparente de ficción-ficción, lleva por título ‘La táctica del
avestruz’ y se abre de esta manera:
“El insomnio es espiral. Te engulle
y te escupe hasta que pierdes la consciencia de estar despierto, dormido o en
el limbo de una inestable vigía. También es una rutina que asumo como una de
las consecuencias de envejecer. No es la única y, desde la cama, me estoy
acostumbrando a enumerarlas con rigor notarial, sin añadir ningún barniz
hipocondriaco, y a constatar que el inventario de males es más eficaz que el
recuento de ovejas.
No es una película, es un cuento (en el que aprendemos que “la simplicidad
es lo más difícil”) y se titula ‘Dos alpargatas’ y es el quinto del
libro:
“Si esto fuera una película […] Pero
como esto no es una película sino un cuento, el narrador omnisciente determina
que el protagonista sea […] celebra que esto sea un cuento y no una película y
haber evitado que el narrador omnisciente lo obligara, como tantas otras veces,
a confundir las servidumbres de la imaginación con los placeres de la fantasía.”
La imaginación, efectivamente, tiene sus trucos pero también sus códigos,
sin embargo… ¡ay la fantasía!, ese chollo placentero en el que los artistas,
los literatos lo son, disfrutan a lo grande sin las ataduras de la credibilidad.
[…]
El séptimo de los cuentos incluidos en el libro es ‘Por qué no toco la
guitarra’. Que “la intimidación es una forma de educación” y la
manipulación también es algo que uno cree aprender al leer este otro relato tan
autobiográfico:
“Es, con diferencia, mi Gran
Momento. Un niño francés en vías de catalanización, con una madre escritora de
éxito y un padre que es la versión antifranquista del Hombre Invisible,
despierta el interés de sus coetáneos y propicia amistades que me gustaría no
tener que abandonar nunca”.
Relato autobiográfico en el que Pàmies hace referencia a lo que de él dice
Wikipedia. Relato autobiográfico en el que se asume que “es imposible hacer una
cronología de todo lo que descubrimos en aquel periodo: los años se mueven como
olas que las tensiones entre memoria y olvido hacen avanzar, retroceder o
naufragar”. ¡Ay las tensiones entre memoria y olvido! Esas con las que
hacemos de nuestra vida un sayo. O un cuento. E incluso toda una novela. Relato
autobiográfico en el que el narrador asume, hablando de él mismo, que “un
gandul siempre será un gandul”. Un gandul que admite que cambiarle el nombre a
su pareja de entonces le ayuda “a creer que todo esto es ficción”. Y si lo cree
él, lo creo yo. En eso consiste la literatura. La buena, al menos.
El octavo relato se titula ‘Tres periodistas’ y en él vuelve a salir
su madre:
“Hay episodios de la vida de mi
madre que me da igual que sean verdad o mentira. Por ejemplo: cuando contaba
que, en México, aprendió inglés escuchando las canciones de Frank Sinatra”.
En ‘Díptico bivitelino’ regresamos a la reflexión sobre la ficción,
la autoficción, la realidad… Todo eso:
“No voy a refugiarme en el prestigio
de las historias basadas en hechos reales que, en según qué manos, se acaban
convirtiendo en ficciones delirantes. Tampoco me inventaré un álter ego: el
protagonista soy yo, aunque sea un yo tan joven que, si me tropezara con él en
el supermercado, no lo reconocería”.
¿Son prestigiosas las historias basadas en hechos reales? No lo sé, creía
que no. Pero sí que soy de la opinión de que “lo más importante que nos sucede
siempre en esta vida es lo que no habíamos previsto”.
Cierra el libro ‘La narrativa breve’:
“Este libro empieza dentro de un
Seat León, en la entrada de Barcelona llegando por la C-31. Hace el típico
calor de finales de junio, tan denso como el tráfico. El conductor es
diabético, hipertenso, agnóstico, escritor, soltero, obeso y con una pierna más
corta que la otra, lo cual compensa con unas plantillas ergonómicas”.
Como diabético conecto con quien narra cuando dice que “según la ortodoxia,
el éxito del tratamiento contra la diabetes radica en el ejercicio físico, la
medicación y la dieta, aunque él considera que la culpabilidad también es un
factor relevante”. Pero sobre todo conecto con él, con Sergi Pàmies, con quién
si no, cuando concluye el décimo y último cuento así:
“Historias inconexas que,
precisamente porque sospecha que pertenecen a una dimensión inaccesible (una
amalgama de pasado, presente y futuro, como cuando las autoridades cambian la
hora y decretan que a las dos serán las tres), necesita escribir, confiando en
que los recursos de la narrativa breve le ayudarán a entender, a través de este
libro, lo que todavía es una incógnita”.
Escribir para entender.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Mucho Sergi Pàmies en A las dos
serán las tres’, publicado el 28 de abril de 2024 en Letras 21,
que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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