Lo rojo de La Rioja en una excelente novela de Francisco Bescós


La novela El porqué del color rojo es la tercera de las que el escritor español Francisco Bescós ha publicado. La segunda que yo he leído. La segunda que yo he disfrutado gratamente. Apareció en 2018 pero yo me he emborrachado literariamente con ella hasta seis años más tarde.

El porqué del color rojo no se desarrolla en Madrid, pero empieza así:

 

          “Madrid es una buena ciudad para las cucarachas”.

 


El porqué del color rojo
transcurre en la Rioja Baja. Y, sí, hay algo de wéstern en él, como he leído en algún sitio. Pero es más bien un thriller, una novela policiaca, una novela negra, y transcurre en la España de (casi) hoy, algo (todo ello) que Bescós domina a la perfección. Y se agradece. Aunque eso no es lo mejor de él. Lo mejor suyo es cómo escribe. Su literatura (que supera la calidad intrínseca de un género literario). Su capacidad de envolverle a uno en una realidad inventada que trasciende la ficción y lo real para ser una magnífica historia repleta de ritmo, pausa, e incluso sabor y olor.

 

“En la niebla, el viñedo parece un cementerio de lápidas de mimbre. Cada vid es un fantasma enmarañado, una criatura que acecha. Planta tras planta, se crean líneas paralelas que se prolongan hasta desvanecerse tragadas por las brumas que escupe el río Ebro”.

 

La protagonista es una teniente de la Guardia Civil al mando de la Casa Cuartel de Calahorra, Lucía Utrera. Una mujer con sobrepeso (la llaman de vez en cuando La Grande) como protagonista de una novela. ¿Alguien da más? Francisco Bescós da más.

 

“Lucía contempla el campo. Las vides, veladas por la bruma, retorcidas sobre sí mismas: nadie diría que se encuentran en su momento de esplendor. La luz tenue transforma los tonos dorados, rojizos y verdes del otoño en una neutralidad grisácea. No se escucha ni un zumbido de algo vivo. Ni un pájaro hace crujir los sarmientos. Tan solo el ronroneo tímido de la lejana AP-68”.

 

Un thriller con los sobreexplotados recolectores de las vides riojanas como sufridores principales en el que sale ETA, también la corrupción habitual de una novela policiaca que se precie, pero sobre todo… personas. Personas en sus encrucijadas literariamente enaltecidas como personajes sin sonrojar a los lectores, haciendo de ellas notables seres dotados de esa realidad que se les concede a los que son tallados por los buenos escritores. Y Bescós lo es, ha quedado claro. Un tipo capaz de, por ejemplo, pintar Logroño con el pincel de un literato mayor:

 

“Logroño es una ciudad de provincia con todo lo que necesita un burgués de provincia: motivos de queja y motivos de orgullo. Sin ambas cosas, ningún habitante sería feliz. No pueden estar sin quejarse; pero tampoco sin pensar que, en el fondo, aquí se vive mejor que en Zaragoza o Pamplona. La capital de La Rioja se esconde del Ebro. Sus calles son tan rectas que nadie diría que han tenido que adaptarse al trazo caprichoso de un accidente natural”.

 

Una novela donde uno de sus personajes dice cosas como que “aquí, en La Rioja, somos honestos, y eso nos convierte en perdedores naturales”; o en la que le podemos leer a quien nos narra su trasunto susurrarnos que “en casi todas las ciudades el número de poetas es parecido al número de asesinos, pero los asesinos ocupan más páginas en los periódicos, el lugar para la poesía es el muro en el que mea un borracho”. Una novela con el vino como ámbito cultural, vital, permanente. De él, del vino, uno de los personajes mejor logrados del libro, el cura Juan Borobia, dice, mejor dicho, grita:

 

“Es el milagro de la química, cojones. La naturaleza empeñada en emborracharnos, para que dejemos de dominar nuestras conductas y seamos menos civilizados durante unas horas. El vino, con sus millones de putos matices, con el refinamiento, con sus enólogos y sus ingenieros y sus catadores… ¿No es paradójico que algo tan civilizado sirva para ser menos civilizados cuando lo bebemos? Pues no, no lo es, no es paradójico. Lo más civilizado de este mundo es renunciar un rato a la civilización, porque el aburrimiento es propio de la civilización: el hombre se aburre. Se aburre y al aburrimiento hay que ponerle freno. El vino sirve para eso, hostias, para escapar de nosotros mismos”.

 


Quizás sí la culpa sea algo “demasiado importante para que la acapare una sola persona” y sea justo compartirla. “Incluso olvidarla”. Y al final tal vez lo único que justifique matar e incluso dejarse morir sea la lucha por la vida.

“El canto de los grillos convierte la noche en un incendio frío”. Díganme en qué novela llena de tiros van a leer poesía como esa. En cuál un etarra lee una de las novelas de guardias civiles escritas por Lorenzo Silva (“El alquimista impaciente, uno de picoletos, hay que joderse”). Y en la que además te expliquen por qué el vino tinto tiene ese color. Ese color rojo.

 

“¿Por qué todo es tan rojo en esta región? La tierra. El polvo. El vino. Y también el olor es rojo. El aire es rojo. El vuelo de los buitres es rojo. Como una gota de sangre que se disuelve en una bañera”.

 

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