¿Es tan impresionante el debut de Alana S. Portero?
La primera novela de la escritora española Alana S. Portero fue publicada en la primavera de 2023, se titula La mala costumbre y ha conseguido hacerme llorar. No solamente. Porque lo más importante que ha logrado Portero es hacerme comprender una forma de vida, una manera de existir, de sentir y de amar. Todo ello por medio de la mejor de las artes literarias que se pueden encontrar a estas alturas de la humanidad (“nadie tan hermoso como las mujeres que lo han sacrificado todo para alcanzar esa belleza indescifrable a ojos idiotas”).
“Vi caer
como ángeles terminales a una generación entera de muchachos. Adolescentes con
la piel gris, a los que les faltaban dientes, que olían a amoniaco y a orina. Flanqueaban
con sus escorzos la salida del metro de San Blas en la calle Amposta y las
praderías del parque El Paraíso como cristos de Mantegna. Cubiertos de agujas
como san Sebastián. Sentados o tendidos de cualquier manera. Moviéndose apenas,
lentos y sincopados como muñecos rotos. Con la sonrisa elevada de los
crucificados. Indefensos pero ya flotando en lugares donde nada podía tocarlos.
Los vi brotar y hacerse cada vez más lentos hasta alcanzar la quietud final y
descomponerse en el fango que se acumulaba en nuestro barrio con nombre de santo
pero dejado de la mano de Dios”.
Así se
empieza una novela. Al menos si alguien quiere escribir una novela demoledora.
Una novela demoledora sobre sí misma, como La mala costumbre.
“Mis primeros
pasos como travesti fueron los de una transformista de metro veinte que
imitaba a una anciana bruja y chamarilera que olía a tanatorio”.
La
protagonista, que comienza siendo un niño, mejor dicho, una “niña lista, marica
encubierta, tartamuda, carnosa”, tiene pronto conciencia de necesitar un
armario para esconderse. Ella misma nos lo cuenta, es la narradora de la
historia que leemos conmovidos. Esa conciencia de necesitar esconderse, “te
hace listísima en lo tocante al juego de la verdad y la mentira, de lo que
dejas ver y lo que no”.
“A ser una
mezquina hija de la gran puta también se aprende cuando te maquillas a
escondidas, bailas las canciones de Raffaella Carrá y de Bonnie Tyler en tu
cuarto y sabes que, por todo ello, te espera una vida complicada”.
Es una mujer
en ciernes que tardará en aprender que “la violencia machista se dispensa con
independencia de lo que hagamos o dejemos de hacer las mujeres”. Una niña que
sí sabe que dejará “de habitar las profundidades, la asfixia y el miedo y
florecerá como un hada perfecta, dueña del aire”.
No cabe duda
de que el aliento vital registrado con una minuciosidad literaria engastada en
poesía narrativa que derrama Alana S. Portero en el libro es algo genuino, de
artista-artista, de literata-literata. Escritora-escritora. Su protagonista, en
su adolescencia, en su niñez, “casi todo lo que hacía en la vida lo hacía desde
la ira y desde la congoja”.
“Lo que pasó
después fue recuperar tiempo y tomar un préstamo que en algún momento me
tocaría devolver multiplicado por cien. El maldito tiempo, lo que se nos
arrebata a las mujeres como yo. El tiempo de ser niñas el tiempo de ser
adolescentes, el tiempo de los amores torpes, el tiempo de llorar por imbéciles,
el tiempo de hacer amigas, discutir con ellas y hacer las paces enseguida, el
tiempo de bailar como locas, el tiempo de aprender a ser mujeres sin
interrupción. Nada besos en los concede cuando corresponde o se hace en dosis
que tenemos que robar al destino y apurar con ansia, como bebiendo de pozos en
mitad del desierto, sabiendo que entre uno y otro vamos a morir de sed”.
La novela de
Portero, en la que escuchamos a sus personajes decir glorias benditas populares
como “natural pero que se note” (al referirse a un peinado), está salpicada de
hallazgos no menores, como el uso de la expresión “tener un buen lejos” o el
acabar un párrafo con una frase rotunda como esta, de tantos quilates
literarios: “sin más acuerdo con la muerte que la pura quietud”.
El ámbito
reconocible de La mala costumbre es la ciudad de Madrid, no solamente,
aunque sí de manera especial, el barrio de San Blas. Algunos momentos de la
narradora afinan con la habilidad que ya tantos escritores antes han tenido
para con los paisajes, las calles, los habitantes de una ciudad tan literaria.
“Ajena a las
monumentalidades, toda la reputación madrileña, toda su belleza, recaía en sus
habitantes, que en aquellos años ya votaban mal pero seguían acogiendo bien”.
El
costumbrismo poético de Alana S. Portero se muestra magnífico en frases como
esta: el polvo “es el aliento del tiempo depositándose sobre nuestras cosas
para que recordemos que sigue corriendo”.
“Entendí que
las hijas estamos siempre en deuda, que no podemos devolver lo que se nos da o
lo que nos quedamos porque no es natural hacerlo: nuestra misión es traspasar
eso que recibimos a otras, las que sean. Aprendí que la genealogía, al ser un
amor heredado, solo funciona en cascada”.
La autora de
La mala costumbre es capaz de retratarnos la muerte como algo “simple y
sin nada destacable”, con lo que “la materia cambia a un estado de mediocridad
cuando el alma cierra las calderas de la pasión, de la angustia, del amor o de
la ansiedad y abandona la carne”.
[…]
Este texto pertenece al artículo ‘Alana,
San Blas, ser mujer y una novela para siempre’, publicado el 1 de marzo
de 2024 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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