La brillante literatura de Jonathan Coe me lleva dichoso a 1958
Expo 58 es la décima novela del escritor británico Jonathan Coe. Publicada en 2013 (con el mismo título), fue traducida excelentemente a mi idioma dos años después por Mauricio Bach. Su lectura me ha resultado deliciosa, divertida, una experiencia sencillamente fascinante. Delicadamente fascinante. Puro Coe.
Viajo en el espacio hasta la ciudad belga de Bruselas y en el tiempo hasta
el año 1958, en plena Guerra Fría, justo al borde del nacimiento de lo que
ahora conocemos como Unión Europea. Viajo con Jonathan Coe a la Exposition
Universelle et Internationale de Bruxelles 1958. Viajo de su mano de
escritor memorable.
“¿Qué significaba ser
británico en 1958?”
La britanicidad, o como se diga. Un clásico de Coe. Escuchemos a uno de los personajes, británicos, de Expo 58:
“Los británicos
simplemente no creen en el progreso. De boquilla se vanaglorian de que sí, pero
a la hora de la verdad no quieren saber nada. Porque eso cuestiona todo el
sistema que les ha ido de maravilla durante siglos”.
Pero siempre hay mucho más en sus novelas, ya sabes. Aunque su brillante
manera humorística de identificar las peculiaridades de los británicos, de su
manera de vivir, de ser, se agradece porque al menos a mí me hace disfrutar de
esa forma suya de conseguir hilar una extraordinaria simpatía ante lo que de
literario tiene ese alma absolutamente británica/inglesa que es en definitiva
la del propio Jonathan Coe.
“La mañana era
absolutamente silenciosa, como sólo puede serlo una mañana de domingo inglesa.
Faltaban seis
minutos para que llegase el autobús. Martha estiró las piernas y dejó escapar
un callado suspiro de satisfacción. Adoraba esa quietud inglesa. Nunca tenía
suficiente”.
Asistimos a muchos nuevos mundos en esta novela, al que inaugura el rutilante
rocanrol, por ejemplo, que desencaja notablemente a alguno de los personajes de
Expo 58:
“A los pocos
segundos, se escuchó una ráfaga de música, rápida y torrencial, con una
percuciente batería marcando el ritmo por debajo de tres o cuatro sencillos
acordes y un vocalista masculino medio gritando, medio cantando a todo trapo
algo sobre un tren de vapor. El señor Wayne se tapó las orejas con las manos.
—Dios bendito.
—Vaya cacofonía.
—¿Qué demonios es esto?
—Creo que lo llaman rock’n’roll —dijo el señor Radford.
—A mí me suena más a skiffle —dijo Thomas”.
(Y, por cierto, era normal que a un inglés el rocanrol aquél le sonara a
finales de la década de 1950 a skiffle.)
Es una novela británica y a su manera muy europea. Muy de encuentro de
culturas demasiado cercanas que habían estado demasiado alejadas quizás:
“Lo peor que se puede decir de
los belgas es que son excéntricos.
—¿Excéntricos?
—Aquí el
surrealismo es la norma, querido amigo. Prácticamente lo inventaron ellos”.
Un poco novela de espías, un poco novela romántica…, Expo 58 es un
divertido entretenimiento lector salido de una de las mejores escrituras literarias
europeas, la de Jonathan Coe. Una pequeña obra de arte sencillamente perfecta. Hablando
de arte:
“¿Para qué
sirve un artista en cualquier caso? ¿Para qué sirve si no es capaz de… de
llevarnos de algún modo a una dimensión más elevada? Puede que sea estrecha de
miras, pero para mí un artista es alguien que aporta más belleza al mundo, no
alguien que se la quita. Esa música que suena como dos gatos peleándose en una
chatarrería, esas esculturas que parecen surgidas de que a alguien se le ha
caído accidentalmente un montón de arcilla en el suelo, esas pinturas con un
par de ojos en un lado de la cabeza y tres narices en el otro que dan dolor de
cabeza…”
Y, sí, Coe es de los que aporta más belleza al mundo. Porque, lo dice una de las protagonistas de la novela, el problema con la felicidad es que no sabemos ni cuándo ni cómo acaban las cosas que merecen ser saboreadas.
“—¿Por qué hablas siempre
sobre el futuro? ¿Qué pasa con el presente?”
¿Tú también crees cómo la madre del principal protagonista se empeña en
enseñarle, que “lo pasado, pasado está”?
“Había sido
bonito volver a ver ese lugar, ese vestigio de aquel momento irrepetible en sus
vidas: un momento en basculante equilibrio sobre el borde del futuro, porque
los conflictos del pasado habían quedado atrás y todo parecía entonces posible”.
De nuevo, gracias señor Coe por haberme esta vez trasladado a la frontera de los nuevos tiempos salidos de las guerras europeas, mundiales, de aquel siglo XX, por haberme mostrado las vidas ficticias de aquellas personas reales que una vez inventaste para mí.
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