Dentro de mi corazón de fútbol
Le falta fútbol a la vida que vives, sobra realidad.
Fútbol es fútbol, ya lo dijo Vujadin Boskov, ese ámbito
mágico donde correr es de cobardes, como sabía Rogelio, la
cosa más importante de las cosas sin importancia.
El fútbol es así, no lo he inventado yo, es una pradera
eléctrica donde todos miran al balón pero sólo Zidane lo ve: el deporte en el
que once contra once juegan para que al final siempre acabe ganando Alemania. Y
el Real Madrid (eso no lo sabrá nunca Lineker).
El fútbol es el ansia de Pirri, la elegancia fredastarina de
Gárate, los saltos al espacio exterior de Santillana, el botellazo a Juanito, las
camisetas de todos los colores de Schuster, las piernas de Cruyff, el pase
preciso de Burruchaga a Maradona, el fútbol es la decisión acerada de Simeone, ver
a los brasileños cuando no se hacen los europeos.
El fútbol es gritar y parar un penalti, tener las manos de
Casillas y los guantes de Casillas y las rodillas de Casillas y los goles que
no quiso Casillas, dejarse hipnotizar por el blanco lunar de las caderas de
Iniesta y los pies de Iniesta y el vacío que Iniesta deja en el alma del
defensa.
Fútbol es fútbol, estadio, muchedumbre, césped, sol y focos,
flashes, silbato, regates, chuts, paradas, saques de esquina y golpes francos. Fútbol
es los días del pasado en que tú eras el fútbol.
Barrio de Legazpi, barrio de La Chopera, mi
infancia son recuerdos de calles como de un pueblo, calles de barrio, éramos
niños y éramos colegio y éramos fútbol.
La verdadera incertidumbre de quien sabe que a uno siempre le
quedará del pasado el olor a fútbol de las mañanas de los sábados, cerca del
campo del Atleti.
Soñar con regates y con el olor del
fútbol, ese olor inconfundible que aún me acompaña cuando me recuerdo siendo un
niño, un niño prendido a un estadio lleno y a la gloria de los céspedes:
Sudor de las mañanas de los sábados,
en realidad, de las mañanas y de las
tardes,
sudor de los domingos,
de casi todos los días,
sudor inexistente de la infancia,
sudor de horas de fútbol,
de pasa, pasa,
de regates y patadas,
de balones decrépitos,
de porterías sin postes,
de zapatillas doloridas;
sudor de delanteros y defensas,
sudor de te toca de portero,
sudor de los catorce años,
de los siete,
sudor de elquemetaelúltimogana,
sudor de Quini y de Gárate,
pero sobre todo de Santillana,
de Camacho y de Juanito,
sudor de Pirri,
sudor sin importancia,
de esa ha sido alta,
sudor de las risas del Gordo,
sudor de la pierna rota de Mota,
sudor de los chuts de Alberto,
sudor de la torpeza de algunos,
sudor sin sangre y sin lágrimas,
bueno no siempre,
sudor, lágrimas y sangre,
sudor de risas y de goles,
de jugar en La Pradera,
cerca del campo del Atleti,
de cuando la sed se saciaba en las
fuentes.
Salvajes chavales criados para ser los
ciudadanos que hoy son,
algunos de ellos cuyos rostros ya se
han ido para siempre,
pero no importa porque yo los vuelvo a
inventar,
los derramo en mis cuentos y los saco
partido,
hago de ellos niños en el tiempo,
eternos jugadores de eternos partidos
de fútbol eterno
en mi barrio.
Regateas quizás a la misma muerte,
con
un balón en los pies eres casi un dios,
bailará la esfera con el beso de tu
empeine,
lo sabes desde que aprendiste la
palabra fútbol,
se vive como se juega,
se juega como se vive,
sin asperezas de reptiles,
con el espíritu afable de los simios.
Fintas al destino con tus caderas de
plata,
con esa melena al viento pareces
Cruyff
pero finges el mar septentrional de Santillana,
el furor elegante de Pirri y su
enhiesta actitud;
chutas con tanta pasión que cierras
los ojos
como si amaras poderosamente,
como si la portería fuera tu amante.
Levantas los brazos y pides el cuero,
lo quieres para engañar y ser huracán,
crees dominar el miedo de los sueños,
refulges en cada mañana de los parques
y,
a ti que Chuchi te regaló las botas de
sus goles cántabros,
lo que de verdad te gusta es regresar
una y otra vez allí,
al espacio infinito de La Pradera,
a contemplar cómo tus amigos y tú
erais ráfagas eternas.
(a Bayo, a Santi, a Toni, a Alberto, a
Jose, a Juampe, a Quique, a Antonio, a Juli, a Manolo, a Mota, a Ángel… a todos
los que robaron el fuego a los dioses para reírse, sólo para reírse)
La literatura de los poetas pequeños es menos fascinante que
el fútbol de los jugadores grandes y su disciplina frente a la grandeza.
No hay nada más triste que un partido de fútbol triste.
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