La era del fútbol (vista por quienes no aman el fútbol)
Para ilustrar el nivel al que algunos intelectuales que han demostrado no amar el fútbol (y quizás no entenderlo) llegan en su feroz crítica a semejante fenómeno (habitualmente personalizada en los hinchas furibundos y en el culto desmesurado a algunos futbolistas en tanto que ídolos populares desideologizados) traigo a colación una obra señera de lo que hablo, La era del fútbol, uno de los muchos ensayos, aparecido éste en 1998, escritos por el pensador argentino Juan José Sebreli (“el fútbol no es solamente el fútbol”), destacado sociólogo, en la cual, para hacernos una idea de hasta dónde llega el análisis del más influyente deporte mundial hecho a cargo de la intelligentsia intelectual (él mismo es consciente de que la palabra intelectual también es empleada como un “estigmatizante calificativo” contra los que opinan como él) podemos leer lo siguiente:
“Como todos los fenómenos humanos, el
fútbol no puede ser encarado por una sola disciplina; si queremos captarlo en
su totalidad y no caer en el reduccionismo y el determinismo, se hace necesario
interrelacionar sociología, psicología, historia social, economía, ciencia
política, sexología y sus derivados, sociología de la vida cotidiana,
sociología y psicología de los pequeños grupos y de los grandes grupos o masas,
crítica cultural y aun sociología y psicología de las religiones”.
Toda la reflexión de Sebreli en torno al fútbol parte
de su reconocimiento de que (algo muy repetido en las páginas que vienes
leyendo) “el estadio de fútbol es un espejo de la sociedad”. Para el filósofo
argentino, quienes defienden las virtudes del fútbol no son sino populistas que
difunden una falacia: que los intelectuales que desprecian el fútbol lo hacen
porque lo que en verdad desprecian es la cultura popular. Intenta hacernos
creer que los intelectuales que reivindican el fútbol, y el deporte en general,
son muy habitualmente derechistas, entre los que incluye al propio Albert
Camus, o bien son populistas o postestalinistas, como Eduardo Galeano. No dejan
de ser sino acercamientos ingenuos y sentimentales llevados a cabo
también por “cierto populismo de cátedra”.
“El fútbol distaba mucho de ser una
pasión multitudinaria cuando en 1931 fue impuesto colectivamente por intereses
económicos y políticos, y en el momento en que los intelectuales populistas
comienzan a descubrirlo en los años sesenta, la asistencia del público a los
estadios estaba en franco desarrollo”.
No se ve capaz Sebreli de responder a lo que él llama futbolismo
cultural, porque sabe que será tachado de solemne y pedante (por los
posmodernos) o de sufrir insensibilidad popular (por los populistas). Y
señala a Borges como el paradigma del intelectual acosado por los defensores
irracionales de la cultura popular encabezada por el reinado del fútbol.
El fútbol, el deporte todo, no es más que “una
poderosa industria, un medio de conseguir fabulosas ganancias” (algo que ya
sabemos) que se aprovecha de la publicidad gratuita de los populistas del
futbolismo cultural. El fútbol que juegan los muchachos en sus barriadas, en
medio de “un cierto aire de paisaje romántico”, deja de ser eso, un juego,
cuando se transforma en “deporte represivo” al llegar al estadio de cemento,
“un lugar significativamente parecido a un campo de concentración”. Cuando el
juego se convierte en “industria deportiva” lo que aparece es “una división de
desigualdad y privilegio entre una minoría de deportistas profesionales y una
mayoría de espectadores pasivos”.
Parafraseando al pensador alemán Theodor Adorno (un aliado
en su análisis del fútbol como fenómenos de masas), podríamos añadir otra razón
de peso al argumentario demoledor del autor de La era del fútbol: ‘el
fútbol te quita tiempo de lucha en las barricadas”.
En fin, si Sebreli habla de la era del fútbol (como
titula su soflama erudita) es porque admite que, sin ningún género de dudas, el
fútbol ha sido capaz de abarcar “unánimemente” continentes, razas (sic),
sociedades, culturas y sistemas políticos como no han podido hacerlo ni el
cristianismo, ni el islam, ni el socialismo. Es algo más serio que una
diversión, concluye, y ello pese “a lo insignificante de su contenido”, de tal
manera que acaba por ser “una pasión multitudinaria” a la misma altura que los
grandes sistemas políticos y los grandes sistemas religiosos. Cree Sebreli que
es lo más importante que les ocurre, “y lo más importante de sus vidas vacías”
(ay, la alienación), a millones de seres humanos. Es curioso, es lo que trato
de decir constantemente, pero sin el matiz que tantos introducimos, aquello de
que el fútbol es lo más importante de las cosas sin importancia.
El totalitarismo, y acabo ya con Sebreli (es un decir), ha logrado que se cumpla uno de sus objetivos en el ámbito del dominio abrumador que el fútbol ejerce incluso sobre las vidas de quien no quieren saber nada de él (esto lo mantiene mucha gente: ¿cómo puedo yo, que amo el fútbol, evitar esa avalancha incesante y ellos no?): “una sociedad sin oposición, sin disidencia, sin crítica y donde ni siquiera es permitido el silencio, todo el mundo debe dejarse arrastrar por el torbellino de la pasión futbolística o será arrollado por él”. ¿Y, entonces, te pregunto Juan José Sebreli, este libro tuyo del que vengo hablando, este La era del fútbol, no acabó publicándose, no he tenido yo libre (y fácil) acceso a él, no forma parte de tu voluminosa obra de pensador sobre la necesaria dignidad a la que no podemos llegar por culpa… del fútbol?
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