Fernando Savater. Casus belli; por Justo Serna
“Todos los hombres son intelectuales”, decía Antonio Gramsci (1891-1937). Lo sostuvo como filósofo y lo dijo como líder del Partido Comunista de Italia.
Gramsci no quiso pensarse como un conductor de
masas, como un guía mesiánico o providencial. Entre otras razones, su físico
enteco y lisiado no le daba. Pero también porque su objetivo iba más allá de la
cárcel del cuerpo.
Aspiraba entre otras cosas a pensar autónomamente y
a hacer pensar con libre determinación. Aspiraba a que las reflexiones del bajo
pueblo, de las clases subalternas, de quienes se sentían excluidos material e
intelectualmente… se desplegaran.
Que cada uno sea capaz de servirse de sus propios
recursos: la reflexión racional, el libre discernimiento; pero también del
lenguaje emocional y las herencias culturales de los mayores, de los
antepasados, de la comunidad a la que pertenecen. Insistía: “todos los hombres son intelectuales”.
Sí, admitía, pero no a todos los seres humanos sin
menoscabo racional y emocional les corresponde acometer dicha tarea.
Las funciones que desempeñar y por las que ser
reconocidos dependen de la posición y de la guerra de movimientos que se libra
entre los contendientes de la sociedad de clases.
Todos podemos pensar, ejercer el cogito cartesiano. Pero no a todos se nos presta
atención. La historia bien que nos advierte del reparto desigual de las
funciones.
Unos trabajan, otros viven multiplicando sus
beneficios a partir de la propiedad bajo la forma del capital y de la renta y
otros, en fin, son reconocidos y remunerados desarrollando sus intelecciones y
sus creaciones para ilustrar a sus destinatarios: piensan por nosotros, por
decirlo así.
¿Pero qué es pensar en
público o para el público en una sociedad de méritos y desigualdades? ¿Qué tarea
es esa, la de pensar en público
o para el público en un mundo de medios de comunicación que aceleran o
simplifican los mensajes?
Pues, en primer lugar, la tarea de pensar es el
ejercicio del análisis, de la reflexión, de la autorreflexión. En segundo
lugar, significa difundir el resultado de esas meditaciones que a todos o a
muchos interesan, especialmente las referidas al poder y la sociedad. Pensar y
divulgar, analizar y difundir.
¿Y quién ha venido desempeñando dicha función? El filósofo, el artista, el literato, el científico,
etcétera, oficios de distintas cualidades y finalidades que,
sin embargo, se hermanan y se confunden en una misma figura: la del intelectual,
aquel que condensa algunas de sus habilidades.
Pero, sobre todo, aquel que, por dirigirse a un
público adepto u hostil, siempre expectante, ejerce sobre sus destinatarios un
liderazgo intelectual y moral, como un maestro pensador al que atender
hasta cuando nos repelen sus juicios o sus evaluaciones. Los intelectuales lo
son no sólo por pensar, sino sobre todo por difundir esas reflexiones.
¿A quiénes?
A unos públicos ávidos de enseñanzas, necesitados de unos maestros
dotados de perspicacia y de autoridad, figuras públicas que a veces aciertan
con lucidez y honradez, y que a veces decepcionan cometiendo graves
irresponsabilidades u optando por aquello que contradice lo que, con gran
pompa, sostiene. En sus aciertos y en sus desatinos son influyentes, razón
por la cual adquieren o multiplican una celebridad justificada o ya lograda.
Esos maestros tienen opiniones o creen tenerlas
sobre los graves y grandes asuntos políticos, sociales, etcétera, que a todos atañen. Precisamente, por ello, esos
intelectuales las proclaman, valiéndose de los media.
¿Con qué fin?
Pues para
ilustración o
rechazo, para enseñanza o repudio, de quienes los siguen con anuencia, con reluctancia o con
expectación.
En la España del último
medio siglo, el intelectual más célebre y también
más controvertido
ha sido Fernando Savater.
Filósofo de formación, alcanza bien pronto celebridad como colaborador
de prensa, como publicista y como polemista presente en los medios de
comunicación.
En concreto, en Triunfo (1971-1982) y, especialmente, en El País (1976-2024).
En la actualidad ejerce su magisterio mediático en The
Objective, un digital de significado sesgo conservador.
Fue un
maestro de audacias
reflexivas y originalidades insólitas para varias generaciones. Fue de
izquierdas, pero ya no lo es. Fue progresista, pero renunció a seguir siéndolo.
Bien mirado, es el suyo un
itinerario llamativo. De anarquista (moderado) acaba con los años
defendiendo posiciones muy conservadoras. Eso sí: pasando previamente por el
socialismo o la socialdemocracia y el liberalismo.
De
postular el derribo del
Estado como institución o Leviatán monstruoso que sofoca o persigue a los
individuos, llegará a
sostener
ese mismo Estado con
mayúscula vertiginosa. Sabrá con el tiempo defender con energía
las libertades y una
Constitución que no había votado. Sabrá adoptar el Estado de Derecho como
amparo universal de ciudadanos libres e iguales, cosa que le valdrá la
persecución
de los terroristas vascos, los etarras.
Savater, el Savater público que se gana
tempranamente el respaldo o la atención creciente de lectores y espectadores,
es desde el principio de retórica expresiva, cautivadora.y clara. Ya dijo don
José Ortega y Gasset: la claridad es la cortesía del filósofo,
Para colaborar en prensa y para que la audiencia te
preste atención debes persuadir y hasta seducir, haciendo ver tus posiciones,
distintas de lo previsible.
Y, todo ello, con el señuelo de ironías polémicas y
con el humor: con sornas bien repartidas y hasta agresivas; y con autoparodias
y autodeprecaciones que se vean o se lean como el contrapunto.
De genio pronto, de rápida inspiración, de chanza socarrona, Fernando Savater cultivará desde joven un estilo hondo y bromista,
desacomplejado y antiacadémico.
Con el tiempo, esa expresión se agriará paralelamente al
fracaso de sus apuestas políticas (Unión, Progreso y Democracia, entre otros partidos).
Esa derrota o esa deriva afectará a sus ideas y concepciones, condicionando el estilo, cada vez más bronco y ultrajante dirigido
a quienes juzga sus
adversarios, que suele tenerlos por zotes.
La sorna se convierte en ofensa recurrente, la de
quien ya no aspira a lo políticamente correcto, la de quien quiere remover
las conciencias aletargadas del progresismo del que procede y que, con
aspaviento, abandona tras décadas de peregrinaje político.
En ese desplazamiento no está solo.
Algunos compañeros de generación, algunos intelectuales de postín y algunas políticas en sazón o con mando en plaza son ahora sus principales
valedores.
Desde Félix de Azúa hasta Cayetana Álvarez
de Toledo, pasando por Rosa Díez, Isabel Díaz Ayuso o la grey
de sus adeptos conservadores y ultraconservadores.
Savater los inspira y, a la vez, en estas personas,
en este grupo, se inspira, un grupo igualmente exprogresista y de
verbo vehemente y hasta ofensivo.
La principal meta que se proponen es abatir el
nacionalismo periférico. Y, a la vez, derribar cualquier manifestación de poder o de concepciones de izquierdas que
impidan el paso. De eso hace su casus belli en
la guerra cultural que él mismo libra.
El intelectual que sorprendió a muchos públicos
por sus simpatías con el nacionalismo vasco, que denunció
la osadía del clericalismo, del derechismo, es ahora otro.
Es ahora quien con mayor énfasis
y virulencia ataca el feminismo, la izquierda, el ecologismo, lo woke. Y lo hace con el verbo
acerado y finalmente agraviado del combatiente.
¿Qué le ha pasado?
Aparte de la amenaza etarra, Savater cambia de rumbo
con la muerte de su amigo Javier Pradera (1934-2011), gran intelectual y
editorialista de El País.
Por supuesto no es éste el único factor, pero su
deriva se acelera. Desaparecido Pradera, con quien llega a fundar una revista
de pensamiento e intervención, su deriva ya da síntomas erráticos.
Y el antiguo anarquista se convierte en un
exponente esforzado e irritado del antiprogresismo… conforme sus ideas y
organizaciones políticas se precipitan en la irrelevancia electoral y
parlamentaria.
Él se confundirá con la Constitución que, repito, no
votó. Y confundirá el nacionalismo con un remotísimo patriotismo
constitucional.
Podemos parafrasearlo.
¿Cómo es posible que no se me atienda si lo que
postulo y defiendo es sensato, razonable?
“Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos
tontos”, dijo famosamente Rafael Alberti en 1929 en homenaje a los cómicos del
cine. Podríamos parafrasearlo, en este caso al poeta, pero para decir
lo contrario: que una parte de España era tonta y lo que ha visto la ha hecho más tonta. Por ejemplo, quienes votan a la izquierda que Savater ahora repudia.
No aspiro a diagnosticar el caso. Pero admitamos que
es raro poder escapar del envanecimiento que provoca la capacidad de convocatoria del intelectual. Saberse conocido y apreciado o constatar que hay
tantos (que no tontos) que aguardan con fruición su voz o sus dictámenes agranda el alma o la trastorna.
Con retórica dolida o expresión sarcástica, con formulaciones sensatas o con exclamaciones disparatadas, el
intelectual se hace leer, se hace oír o se
hace aplaudir. A la postre se juzga oráculo, engañado por un engreimiento fantasioso.
¿A eso se reduce ‘el caso Savater’?
No: hay más y no más esperanzador.
Este
artículo es fruto de una disidencia. Y es fruto de una larga
anuencia. Durante décadas he sido lector habitual de Fernando Savater, del
Fernando Savater publicista, intelectual. Durante décadas he leído sus
reflexiones para convenir o disentir de su posición. Fruto de este examen
minucioso es el libro titulado Fernando Savater. La deriva de un
intelectual, publicado en 2024 por ediciones Sílex. Aquello a lo que
aspiro en este volumen es a examinar circunstanciada y contextualmente la
producción del filósofo donostiarra: estudiarla, según yo mismo la fui leyendo
desde sus tempranos libros de los años setenta del siglo XX hasta su despedida
de El País. El resultado es un volumen crítico, pero respetuoso, de
una trayectoria, de una producción y, en definitiva, de una consumación. En
el camino hemos perdido al autor que reconocíamos… No convenimos ni disentimos.
Sencillamente no nos agrada. ¿Por qué razón? Entre otras, porque contradice y,
propiamente, contraría lo que el propio Ferrando Savater ha defendido durante
largo tiempo, durante su etapa más fértil.
El
resultado es un examen pericial en el que yo mismo espero ser respetuoso con el
donostiarra, pero a la vez severo con el filósofo progresista que dejó de
serlo…para incurrir en una melancolía sarcástica de difícil arreglo.
[Ilustración de la cubierta del libro a cargo de Eduardo Leal Uguina]
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