De cómo Antonio Machado nos preparó para la Primera Guerra Cultural Mundial
Juan de Mairena: sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo —aquel libro de Antonio Machado aparecido, a sus 61 años de edad, ya publicada prácticamente toda su obra poética (y teatral), en el verano de 1936 (¿cuándo ya se había producido el golpe militar de Estado fracasado que dio origen a la Guerra Civil española, o antes?: en el libro se tacha a la Segunda República de “agonizante”), que recopilaba los cincuenta artículos publicados por el poeta sevillano bajo el heterónimo Juan de Mairena en dos periódicos madrileños, Diario de Madrid, desde el 4 de noviembre de 1934 hasta septiembre de 1935 (cuando dicho periódico dejó de salir a la calle), y El Sol, hasta junio de 1936, con el añadido del último capítulo, dedicado a la copla popular— recoge las invectivas del profesor Juan de Mairena (imaginario, aunque, como se suele decir en y de algunas películas y series, basado en hechos reales) ante sus alumnos, con quienes establece diálogos de carácter didáctico (y a los que a menudo aconseja) en los cuales los fundamentos de la cultura aparecen y se desmenuzan una y otra vez (el pensamiento filosófico, el arte, incluida la literatura por supuesto, la sociedad misma y la imprescindible política…). Aunque el volumen de 1936 no pudo aún recogerlos, los artículos firmados por Juan de Mairena (escritos siempre por Antonio Machado) siguieron publicándose durante la guerra, en los años 37 y 38, en la revista cultural mensual Hora de España.
“Por
debajo de lo que se piensa está lo que se cree, como si dijéramos en una
capa más honda de nuestro espíritu”.
Cuando, en 1973, la editorial argentina Losada reeditó aquellas sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo incluyó un texto aclaratorio del propio Machado que decía:
“Vivimos en un
mundo esencialmente apócrifo, en un cosmos o poema de nuestro pensar,
ordenado o construido todo él sobre supuestos indemostrables (...) Lo apócrifo
de nuestro mundo se prueba por la existencia de la lógica (...) Y el hecho
—digámoslo de pasada— de que nuestro mundo esté todo él cimentado sobre un
supuesto que pudiera ser falso, es algo terrible, o consolador. Según se mire”.
A continuación, recojo algunos de los
pasajes de aquella obra que más me han llamado la atención.
Comienzo por la idea y la necesidad
de verdad.
“Lo
corriente en el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto le reporta
alguna utilidad. Por eso hay tantos hombres capaces de
comulgar con ruedas de molino. Os hago esta advertencia pensando en algunos de
vosotros que habrán de consagrarse a la política. No olvidéis, sin embargo,
que lo corriente en el hombre es lo que tiene de común con otras alimañas, pero
que lo específicamente humano es creer en la muerte. No penséis que vuestro
deber de retóricos es engañar al hombre con sus propios deseos; porque el
hombre ama la verdad hasta tal punto que acepta, anticipadamente, la más amarga
de todas”.
“Contra
los escépticos se esgrime un argumento aplastante: ‘Quien afirma que la
verdad no existe, pretende que eso sea la verdad, incurriendo en palmaria
contradicción’. Sin embargo, este argumento irrefutable no ha convencido,
seguramente, a ningún escéptico. Porque la gracia del escéptico consiste en que
los argumentos no le convencen. Tampoco pretende él convencer a nadie”.
Sobre el saber.
“Cuando
el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Esta es la
ilusión y el consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! ¡Oh,
eso es lo que no sabe nadie!”
Respecto de dios (Mairena,
en alguna ocasión, hablando a sus alumnos de Spinoza y su defensa de la
existencia de Dios, concluye: “Los grandes filósofos son los bufones de la
divinidad”).
“Un
Dios existente −decía mi maestro− sería algo terrible ¡Que Dios nos libre de
él!”
Cuando habla de política
por vez primera Juan de Mairena en el libro pareciera que Machado nos hablara
desde el hoy más hoy posible. Mira:
“En
España −no lo olvidemos− la acción política de tendencia progresiva suele ser
débil, porque carece de originalidad; es puro mimetismo que no pasa de simple
excitante de la reacción. Se diría que sólo el resorte reaccionario
funciona en nuestra máquina social con alguna precisión y energía. Los
políticos que pretenden gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la
reacción de fondo que sigue en España a todo avance de superficie. Nuestros
políticos llamados de izquierda, un tanto frívolos −digámoslo de pasada−, rara
vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el
retroceso de las culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento
que el tiro”.
Y aún más. Más adelante, podemos leer
que “al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que
posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a
la propia máscara”. Y que “no hay lío político que no sea un trueque, una
confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia, en que nadie sabe su papel.”
Me parece extremadamente brillante la
reflexión que podemos leer en esta obra sobre el conservadurismo:
“¿Conservadores?
Muy bien −decía Mairena−. Siempre que no lo entendamos a la manera de aquel
sarnoso que se emperraba en conservar, no la salud, sino la sarna.
Porque éste es el
problema de conservadurismo −¿qué es lo que conviene conservar?−, que sólo se
plantean los más inteligentes. ¡Esos buenos conservadores a quienes siempre
lapidan sus correligionarios, y sin los cuales todas las revoluciones pasarían
sin dejar rastro!
Sobre la historia (dicen
por cierto Antonio Machado y su heterónimo que el siglo XIX “ha zambullido en
el tiempo la Historia, que fue para los clásicos la narración de lo mítico e
intemporal en el hombre”):
“Si
la historia es, como el tiempo, irreversible, no hay manera de restaurar lo
pasado”.
También sobre la crítica.
“Si
alguna vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos.
Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto,
sino voluntad del bien, en vuestro caso, deseo ardiente de ver realizado el
milagro de la belleza. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede
ser fecunda. La crítica malévola que ejercen avinagrados y melancólicos es
frecuente en España, y nunca descubre nada bueno. La verdad es que no lo busca
ni lo desea.
Esto no quiere
decir que la crítica malévola no coincida más de una vez con el fracaso de una
intención artística. ¡Cuántas veces hemos visto una comedia mala sañudamente
lapidada por una crítica mucho peor que la comedia!”
Sobre poesía (“ya en
otra ocasión definíamos la poesía como diálogo del hombre con el tiempo”),
faltaría más, hay en el libro algo también que leer, verbi gratia:
“Existe
una paloma lírica que suele eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo
eterno y que, como la kantiana, ignora la ley de su propio vuelo”.
Les dice Juan de Mairena a sus
alumnos que “no hay mejor definición de la poesía que ésta: "poesía es
algo de lo que hacen los poetas". Qué sea este algo no debéis
preguntarlo al poeta. Porque no será nunca el poeta quien os conteste”. Que, en
definitiva, ni los profesores de Literatura ni los filósofos saben decir qué
es.
Es un libro difícil éste, que quede
constancia. Lo debía de ser en aquel entonces suyo y lo es aún ahora. Un libro
menos para todos los públicos que los poemas de Antonio Machado, desde luego.
Si es que los versos de Antonio Machado eran, muchos seguro, todos no sé, para
cualquier lector.
“La
concepción del alma humana como entelequia o como mónada cerrada y
autosuficiente, ese fruto maduro y tardío de la sofística griega, y la fe
solipsista que la acompaña, se encontrarán un día en pugna con la terrible
revelación del Cristo: "El alma del hombre no es una entelequia, porque su
fin, su telos, no está en sí misma. Su origen, tampoco. Como mónada filial y
fraterna se nos muestra en intuición compleja el yo cristiano, incapaz de
bastarse a sí mismo, de encerrarse en sí mismo, rico de alteridad absoluta;
como revelación muy honda de la incurable "otredad de lo uno", o,
según expresión de mi maestro, "de la esencial heterogeneidad del
ser". Pero dejemos esto para tratado más largamente en otra ocasión”.
Y los proverbios de Juan de
Mairena…:
“Los
hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas son los que no han ido
nunca a ninguna parte. Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!”
Y el humorismo casi surrealista:
¿Cuántos reversos
tiene un anverso? Seguramente uno. ¿Y viceversa? Uno también. ¿Cuáles serán,
entonces, los siete anversos que corresponden a "Los siete reversos"
a que alude Mairena en su libro recientemente publicado? Tal fué el secreto que
su maestro se llevó a la fosa. (De El Faro de Chipiona.)
Y el humor, el auténtico humor
machadianomaiernesco:
“Sobre
la Pedagogía decía Juan de Mairena en sus momentos de mal humor: Un
pedagogo hubo; se llamaba Herodes.”
“La
vida no es −fuera de los laboratorios− una idea, sino un objeto de
conciencia inmediata, una turbia evidencia. Lo que explica el optimismo del
irlandés del cuento, quien, lanzado al espacio desde la altura de un quinto
piso, se iba diciendo, en su fácil y acelerado descenso hacia las losas de la
calle, por el camino más breve: Hasta ahora voy bien”.
Juan de Mairena, ¡qué personaje! Un
personaje capaz de reescribir así el libro bíblico del ‘Génesis’:
“Dios
no se tomó el trabajo de hacer nada, porque nada tenía que hacer antes de su creación
definitiva. Lo que pasó, sencillamente, fue que Dios vio el Caos, lo encontró
bien y dijo: "Te llamaremos Mundo." Esto fue todo”.
Tampoco olvidemos la carcundia con que se nos obsequia en libros de aquellos tiempos, aunque venga de almas progresistas como la de Antonio Machado y su maestro Mairena. No te pierdas esto sobre el feminismo (sufragismo de aquélla):
“Donde la mujer
suele estar, como en España −decía Juan de Mairena−, en su puesto, es decir, en
su casa, cerca del fogón y consagrada al cuidado de sus hijos, es ella la que
casi siempre domina, hasta imprimir el sello de su voluntad a la sociedad
entera. El verdadero problema es allí el de la emancipación de los varones,
sometidos a un régimen maternal demasiado rígido. La mujer perfectamente abacia
en la vida pública, es voz cantante y voto decisivo en todo lo demás. Si unos
cuantos viragos del sufragismo, que no faltan en ningún país, consiguiesen en
España de la frivolidad masculina la concesión del voto a la mujer, las mujeres
propiamente dichas votarían contra el voto; quiero decir que enterrarían en las
urnas el régimen político que, imprudentemente, les concedió un derecho a que
ellas no aspiraban. Esto sería lo inmediato”.
Mairena/Machado, aquel ser humano
para quien el mayor valor de los seres humanos es serlo, defensor del “orgullo
modesto” para (y de) cada persona, aquel para el cual nunca debemos perder el contacto
con el suelo, aquel maestro de quien solamente se podría aprender “lo que tal
vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos”.
En aquellos años 30 del siglo pasado,
Machado/Mairena sabía lo que se les venía a él y a sus congéneres encima. Algo
comparable (poco) con esta Primera Guerra Cultural Mundial en la que estamos
inmersos ahora. Por eso es menester tener presente esto suyo sobre la
necesidad de cargarse de razón cuando se retrocede a la barbarie:
“Para los tiempos que vienen hay que estar seguros de algo. Porque han de ser tiempos de lucha, y habréis de tomar partido. ¡Ah! ¿Sabéis vosotros lo que esto significa? Por de pronto, renunciar a las razones que pudieran tener vuestros adversarios, lo que os obliga a estar doblemente seguros de las vuestras. Y eso es mucho más difícil de lo que parece. La razón humana no es hija, como algunos creen, de las disputas entre los hombres, sino del diálogo amoroso en que se busca la comunión por el intelecto en verdades, absolutas o relativas, pero que, en el peor caso, son independientes del humor individual. Tomar partido es no sólo renunciar a las razones de vuestros adversarios, sino también a las vuestras; abolir el diálogo, renunciar, en suma, a la razón humana. Si lo miráis despacio, comprenderéis el arduo problema de vuestro porvenir: habéis de retroceder a la barbarie, cargados de razón. Es el trágico y gedeónico destino de nuestra especie”.
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