Yo le vi a Gárate meter su último gol

Yo le vi a Gárate meter su último gol. Fue el 26 de junio de 1976, en el Santiago Bernabéu, en la final de la primera (y última) Copa del Generalísimo entregada por el ya rey Juan Carlos I. El propio Gárate, como capitán que era de aquel Atlético de Madrid, fue quien recogió el trofeo de manos del entonces ya jefe del Estado, sucesor del dictador Francisco Franco siete meses antes. Estábamos en plena Transición. En sus inicios. A Gárate sólo le expulsaron una vez en su carrera deportiva (por protestar, tímidamente, eso sí) y únicamente vio cuatro tarjetas blancas (fueron de ese color entre 1971, antes no existían, y 1976).

Fui con mi padre a ver aquel partido. Una compañera suya, Sonsoles, nos había regalado dos entradas que a ella le sobraban y que también la habían regalado a ella para la ocasión. El Campeonato de España-Copa de Su Majestad el Rey es la más antigua competición nacional de fútbol, nacida en 1903 con ese nombre, si bien durante los años de la Segunda República (salvo los de la Guerra Civil, claro está) pasó a llamarse Campeonato de España Copa de Su Excelencia el Presidente de la República y, con la dictadura de Franco, cambió a Campeonato de España Copa de Su Excelencia el Generalísimo. Aquel partido del gol de Gárate en el minuto 26 fue la última final con ese nombre. Lo más habitual hoy es llamarla Copa del Rey.

 

recuerdo un papel doblado y enterrado en uno de mis bolsillos de niño, la mano de mi madre y la ropa de mi madre y la risa de mi madre

recuerdo el olor de los libros del colegio antes de los forros y antes de las clases de otoño, los pupitres y los plumieres y las palabrotas dichas para la carcajada no para el daño,

recuerdo a Zoco meter un gol en el último segundo y adorar a esos jugadores de blanco ya para siempre a Amancio y a Gento, a Pirri y a Juanito y a Santillana y a Camacho, y no recuerdo a Gallego y a Fusté y a Rifé ni a Martí Filoxía ni a Asensi, aunque sí a Gárate y a Luis,

recuerdo los pantalones cortos hasta en el frío de los fríos inviernos de escarchas diarias

 

No fue gran cosa aquel encuentro, no guardo apenas memoria de él (si acaso de llegar en el coche de Sonsoles a las lejanas cercanías del Bernabéu y aparcarlo en un parking del que nos costó salir), pero cuando leo ahora sobre lo que ocurrió aquel día en el campo del Real Madrid veo que fue un partido igualado e intenso (con la dureza que ya empezaba a ser habitual en aquellos tiempos, en los que los laterales no subían ni los delanteros bajaban, hasta apoderarse del fútbol durante más de dos décadas), en el que Gárate salió del campo en camilla tras una entrada dura de Pepe Heredia, aunque logró reincorporarse al terreno de juego ocho minutos después. Once años antes ya habían jugado en el mismo lugar el Atlético de Madrid y el Zaragoza otra final de Copa y habían quedado exactamente igual (1 a 0 para el equipo madrileño, con gol de Cardona). Acabo de volver a ver aquel golazo de Gárate del año 76, lanzándose prácticamente en plancha para rematar espléndidamente de cabeza un centro de Salcedo. Reina, el portero del equipo madrileño, fue quien sostuvo aquella diferencia por la mínima durante la segunda parte con alguna intervención feliz. Gárate, que no solía celebrar sus goles, por respeto, porque es de esos tipos que prefiere no molestar, celebró mínimamente aquel suyo de finales de junio.

Para llegar a aquella final, el Atleti había eliminado al Racing de Santander, al Sporting de Gijón, al Barcelona y a la Real Sociedad, a base de muchos empates y resultados muy ajustados siempre.

Aquel equipo atlético estuvo compuesto por Reina, Marcelino, Panadero Díaz, Eusebio, Heredia, Capón, Leal, Salcedo, Becerra, Gárate y Ayala. En la segunda parte salieron Alberto y Aguilar. El entrenador era Luis Aragonés, quien había sido destacadísimo jugador del club madrileño (conocido simplemente como Luis) desde al año 1963 (cuando nací yo) hasta la temporada inmediatamente anterior, coincidiendo con Gárate durante nueve campañas. Luis había disputado 265 partidos y, sin ser delantero, llegó a lograr 172 goles. Ahí es nada.

Con aquel gol de Gárate (que presencié a mis trece años casi recién cumplidos), el Atlético de Madrid ganaba su quinta Copa (todas del Generalísimo), adjudicándose el trofeo en propiedad por ello. El Atleti ha vuelto a ganarlo, ya como Copa del Rey, otras cinco veces. Es el cuarto equipo con más copas, detrás de Barcelona (que tiene más del triple), Athletic de Bilbao (con 23 triunfos) y Real Madrid (con el doble que su rival capitalino). Probablemente esas otras cinco finales victoriosas, el grandioso jugador que fue José Eulogio Gárate Ormaechea las viera por la tele o fuera invitado al estadio a presenciar alguna de ellas.

 

Fútbol es fútbol, ya lo dijo Vujadin, ese ámbito mágico: el fútbol es el ansia de Pirri, la elegancia fredastarina de Gárate, los saltos al espacio exterior de Santillana, el botellazo a Juanito, las camisetas de todos los colores de Schuster, las piernas de Cruyff… Fútbol es los días del pasado en que tú eras el fútbol.

 


Gárate había nacido el 20 de septiembre de 1944 en la ciudad argentina de Sarandí, perteneciente a la provincia de Buenos Aires, y comenzó su carrera deportiva profesional en 1963 jugando dos temporadas en el guipuzcoano Éibar, de Tercera División, y la campaña 1965-1966 en el bilbaíno Indauchu, de Segunda. 

Fichado por el Atlético de Madrid, ya con la nacionalidad española a su favor, debutó en octubre de 1966. Lo que no pudo conseguir el Athletic de Bilbao (que, si no era por entonces el club de sus amores, cosa que ya nunca reconocerá explícitamente Gárate, por ahí le andaba, además, su jugador favorito era su central, Jesús Garay, y sus padres eran socios), sí lo consiguió el Atlético de Madrid: librarle de hacer la mili (cosa que él no quería hacer, a toda costa) para conseguir la nacionalidad española.

 

“Yo era de pueblo, del norte, y quería estar en el Athletic. Era el equipo de nuestro entorno, de la zona, el equipo de los vascos, y ellos querían ficharme. Piru Gaínza, el entrenador, me decía que me daba todo lo que quisiera: libertad para entrenar y estudiar, para compaginar el fútbol con mi vida. Pero el problema fue que para fichar por el Athletic me tenía que hacer español. Yo había elegido la nacionalidad argentina porque la mili me parecía una pérdida de tiempo. Yo no tenía ningún problema en hacerme español, pero no quería ir al servicio militar. Lo intentaron, contactaron con la Capitanía General de Burgos, pero les dijeron que no. Luego el Atlético fue más hábil y me consiguió la nacionalidad sin tener que hacer la mili”.

 

Así explicaba aquellos años el propio Gárate en una entrevista de Arnau Segura para la web Panenka publicada en octubre de 2021.

Que naciera en Argentina obedece al hecho de que su madre le concibió allí porque hasta allí se había trasladado con su marido para visitar a los abuelos paternos de éste con la intención de ver la posibilidad de prosperar huyendo de la situación lamentable que se vivía en España durante aquellos años de la autarquía y el hambre. El abuelo era un empresario eibarrés, Eulogio Garate Osoro, que había sido teniente de alcalde republicano en Éibar y tras exiliarse en Francia acabó trasladándose al exilio en Argentina huyendo con su mujer de la represión franquista iniciada ya durante la Guerra Civil española. A sus siete meses, no obstante, los padres del futuro futbolista regresaron a Éibar, donde él crecería.

 

“Mis padres se casaron en el 43 y les tocó la lotería, no porque naciese yo, sino la de verdad. Les tocó la Lotería de Navidad y mi abuelo materno les invitó a que pasaran unos días en Argentina. Nací allí en septiembre de 1944 y permanecimos hasta abril. Y en Argentina todo el que nace allí, adquiere automáticamente la nacionalidad”.

 

Esas palabras se las dijo Gárate al periodista deportivo Santiago Segurola en una charla mantenida en mayo de 2017, poco antes de la despedida oficial del estadio Vicente Calderón, el estadio de Gárate.

La empresa eibarresa Garate, Anitua y Compañía (GAC) se había fundado en 1892 para la fabricación industrial de armas. Desde 2003 no existe. Eulogio Garate, el abuelo que ya conocemos del que sería goleador del Atleti, convenció a sus socios en 1927para fabricar bicicletas. Fue la primera empresa armera eibarresa que se reconvertía al mundo de la fabricación ciclista. Tres años después, la GAC solo hacía bicicletas, antes que las luego muy famosas Orbea y BH.

Cuando fichó por el Atleti, su nieto, José Eulogio, llegó a un equipo que era el que le disputaba de tú a tú las ligas al Real Madrid, con jugadores de la categoría de Mendonça (jugador angoleño que habitualmente es llamado, mal, Mendoza), Adelardo, Griffa, Calleja, Luis, Collar o Ufarte. De hecho, a la llegada de Gárate acababan de ganar la Liga.


El estadio Vicente Calderón, que es donde jugó el Atleti sus partidos como casero cuando Gárate estuvo en sus filas, se había inaugurado pocos días antes de que él debutara. 

A ese campo, uno (que lo visitó en varias ocasiones, no sólo para ver a Bowie, a Springsteen, a Prince y a U2, y a quien le gusta el fútbol elegante y sinuoso, el del empeine y de la escasez de gestos de fiera, el de las maneras de bailarín crujffistas, zidanescas, leivinhescas, del arte de Pirri, Gárate y Xavi, el de las buenas formas de Raúl, de Pujol y de Torres) le escribió este poema que ahora transcribo así:

 

Sé que en el humo de tus escombros duermen los goles de Gárate, no puedo mirar: escucho todavía en la plaza de la Beata la palabra mágica de los coliseos, el aliento incólume de la victoria derrotada, puedo tener tan cerca el vapor madrileño de tu río grandioso con sus copas, tan cerca, casi dentro de mi corazón de fútbol. Pero he de despedirte, estadio Vicente Calderón, Manzanares en el Manzanares, burlador de la emetreinta, aquel destino breve de cuando el niño que fue mi hermano faltó a clase sólo para ir a verte.

 

El Ingeniero del Gol, a veces el Ingeniero del Área. En ocasiones se le ponía uno de esos sobrenombres a Gárate, sobre todo el primero, sobrenombres, motes, que luego fueron tan habituales en el fútbol español, y que ya casi nadie usa con los jugadores de ahora. No en vano, el eibarrés nacido en Sarandí estudió Ingeniería Industrial (comenzó en Bilbao y acabó en Madrid, aunque jamás actuó profesionalmente como ingeniero, cosa que es) y parecía que tal juego de palabras facilón encajaba en su determinación técnica y limpia a la hora de actuar en su lugar preferido, el área rival.

La siguiente temporada a su último gol, la 1976-1977, fue la última de Gárate como jugador de fútbol. Sólo jugó un partido de Liga: en el minuto 76 sustituyó a Rubén Cano para jugar sus postreros catorce minutos con el Atlético de Madrid. Lo hizo en el Vicente Calderón, su equipo ganó al Barcelona 3-1. Era el 24 de octubre de 1976. Acababa de cumplir 32 años.


Todo había comenzado a desmoronarse antes de la final de Copa que yo vi en el Bernabéu con mi padre. El 1 de febrero de aquel año 76, cuando el Elche visitaba al Atleti y perdía por 3 goles a 0 en partido liguero, uno de sus jugadores, Indio, al poco de comenzar cortó con un taco de sus botas parte de una de las rodillas de Gárate. Que recibió tres puntos de sutura y pudo seguir jugando, listo para meter el primer gol, de cabeza, del estilo de aquel suyo en la final de unos meses después, en plancha, girando la cabeza. Las molestias por aquella herida no cesaron… Hasta que se descubrió que en su rodilla aquella entrada dura del jugador ilicitano le había dejado un hongo capaz de provocar la enfermedad llamada micetoma. Su organismo rechazó el tratamiento que recibió. El dolor era inmenso. A punto estuvieron de amputarle la pierna. Finalmente, los médicos consiguieron que desapareciera el hongo, pero el cuerpo del jugador no resistió todo aquello. 


El Atleti ganó aquella Liga 76-77, pero ya sin Gárate, que hubo de retirarse de la práctica del fútbol, aunque se le permitió recoger aquel trofeo el 1 de junio de 1977, entregado antes del inicio del partido que se organizó para homenajearle y que disputaron, tras su saque de honor, su equipo y una selección de jugadores del Athletic de Bilbao y la Real Sociedad. Aquel Vicente Calderón colmado…

Cuentan que a decirle adiós y a darle las gracias fue gente de toda España, no solamente seguidores del Atleti. No era para menos. Gárate, que había metido aquel último suyo que yo vi junto a mi padre con aquel hongo en su rodilla esperando para acabar con su brillante, elegante, singular carrera estelar de hombre normal encadenado a la excelencia. Gárate, que ahora tiene dos prótesis de resultas de aquel calvario: una en la rodilla y otra en el tobillo.

 

De críos, en mi barrio reinaba Gárate y reinaba Luis (nadie le añadía su apellido), reinaban Pirri y Amancio. Pero lo más importante era jugar al fútbol, correr como pollos sin cabeza o como Velázquez (el 10, no el pintor) tras una pelota que a veces era un balón y esperar a crecer para que nadie te pudiera decir noteecholapelotaporqueeresdefensa. Había canciones para la victoria y había canciones para la derrota, había canciones con la misma letra para reírnos de los del Atleti y que ellos se rieran de los que éramos del Madriz. Ya me he delatado.

 


Había jugado 325 partidos con la camiseta del Atleti, metido 134 goles, ganado tres Ligas y dos Copas del Generalísimo, incluso una Copa Intercontinental (en 1974, que jugó en lugar del Bayern de Múnich, que no quiso disputar la final tras ganar al equipo rojiblanco la final de la Copa de Europa en un partido que nunca olvidaré). Fue el máximo goleador de la Liga española en tres ocasiones consecutivas, con 14, 16 y 17 goles, entre 1969 y 1971 (empatando a tantos con Amancio, Luis y nuevamente con Amancio, y Rexach, respectivamente). Jugó 18 veces con la Selección española y obtuvo cinco goles con ella.


Su primera temporada en el Atleti fue sencillamente espectacular, bien que breve: el entrenador, el portugués Otto Gloria, sólo le alineó de titular (en aquellos días no había suplentes) para sustituir a Luis, lesionado, con el campeonato ya empezado: antes de lesionarse él mismo en abril del 67, había obtenido aquellos 14 goles en tan sólo 15 partidos: ninguno de penalti o de falta directa.

 

sudor de las mañanas de los sábados

en realidad, de las mañanas y de las tardes

sudor de los domingos

de casi todos los días

sudor inexistente de la infancia

sudor de horas de fútbol

de pasa, pasa

de regates y patadas

de balones decrépitos

de porterías sin postes

de zapatillas doloridas

sudor de delanteros y defensas

sudor de te toca de portero

sudor de los catorce años

de los siete

sudor de elquemetaelúltimogana

sudor de Quini y de Gárate

pero sobre todo de Santillana

de Camacho y de Juanito

sudor de Pirri

sudor sin importancia

de esa ha sido alta

sudor de las risas del Gordo

sudor de la pierna rota de Mota

sudor de los chuts de Alberto

sudor de la torpeza de algunos

sudor sin sangre y sin lágrimas



Sí, yo fui a ver el último gol de Gárate, con mi padre y, en mi cuento ‘Me rilo’, sale él, por cierto (¡Vivan Juan Bau y Gárate! Los mejores. Me rilo).

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.