La superioridad moral de algunos filósofos

Cuando los filósofos opinan sobre la realidad como si les fuera la vida en ello, como si nuestra vida dependiera de su omnisciencia, pueden llegar a un punto de no retorno en el que la palabra filosofía quede desparramada como un cadáver infecto sobre la sangre de los inocentes.

El filósofo español José Luis Pardo me ha convencido de algo que ya sabía. De algo que ya sabía yo. Para ello, en su excelente artículo La filosofía y el ridículo’ del 3 de agosto de 2019 para El País, ha tomado “como punto de partida la publicación, el pasado 30 de mayo, de un artículo de apoyo a[l asesino etarra] Josu Ternera en el diario francés Libération, firmado por Alain Badiou, Étienne Balibar, Jean-Luc Nancy, Toni Negri, Jacques Rancière y Thomas Lacoste”. Filósofos todos ellos.

Filósofos…

Me pregunto con Pardo, te pregunto a ti que me lees: ¿tienen derecho los filósofos “a expresar este tipo de opiniones desde la autoridad que le confieren los conocimientos propios de su disciplina porque saben algo más que los abogados, los filólogos o los numismáticos”?

Pardo nos habla de la existencia de “un prejuicio social muy extendido acerca de la filosofía”, un prejuicio que “arraiga en el pasado histórico de la filosofía”, un pasado “en el cual hubo dos momentos en los que se tomó a sí misma por algo así como una superciencia: uno, en los siglos XVI-XVII, cuando se creyó capaz de utilizar el método matemático para resolver cuestiones como la existencia de Dios o la inmortalidad del alma; y otro, en los siglos XIX-XX, cuando se confundió con la historiografía científica y con las que ahora llamamos ciencias sociales o humanas y pretendió disponer de un saber acerca de los fines últimos de la historia de la humanidad”.

No. La filosofía no dice nada sobre la naturaleza que supere el saber de la física matemática o de la biología, ni tampoco dice nada sobre la sociedad que sea más profundo de lo que dicen al respecto las ciencias sociales. Estoy con Pardo, ¡cómo no iba a estarlo!

“Aunque siempre hay resistencias irreductibles (del mismo modo que quedan personas que practican la magia negra o creen en la astrología)”.

Otro filósofo, el profesor Oriol Quintana, en su libro Filosofía para una vida peor…, escribió esto sobre la filosofía que creo que viene muy bien al hilo:

“La filosofía que vale la pena es la que se lleva a cabo como una actividad de aprendizaje, no para defender una idea. […] Lo cierto es que la filosofía bien hecha siempre es un consuelo para el alma y una ayuda para vivir. Sobre todo, si se tienen los pies firmemente plantados en el suelo”.

No obstante, y continúo con el texto de Pardo, la idea de que “la filosofía tiene algo que decir acerca de la sociedad que es más profundo y verdadero que lo que dicen las ciencias sociales” sigue de alguna manera vigente. Mucho. En ella, “el reducto de los resistentes es más numeroso y tenaz”. ¿Por qué sigue habiendo quienes creen que cuanto consideran los filósofos sobre el Bien, la Verdad y la Belleza, así en mayúsculas, es de mayor calado que cuanto afirman las ciencias sociales, por ejemplo, la Historia?

“La distinción entre filosofía y ciencia es uno de los motivos de la merma de relevancia social de la filosofía y del ninguneo que esta padece a menudo tanto en el ámbito cultural como en el académico, fuente de un cierto complejo de inferioridad que quienes nos dedicamos a la filosofía llevamos incorporado a nuestro ethos profesional”.

De tal manera que, cuando se les afea a los filósofos que sus “presuntos conocimientos acerca del Bien, la Verdad y la Belleza están muy lejos de los que sobre estas materias dispensan las leyes, las ciencias y las artes, algunos filósofos se defienden” aduciendo que “vivimos en un mundo que se ha alejado de los verdaderos fundamentos de la vida humana, que se conforma con explicaciones superficiales y desprecia el verdadero rigor intelectual y moral, y frente a ese mundo (que sólo se guía por criterios de rentabilidad inmediata) la filosofía —y no la química, la antropología o la musicología— representa el denostado pabellón de la razón pura, atenta únicamente a los intereses genuinos de la humanidad”.

Es así que dichos filósofos tratan “su inferioridad como un estigma que la sociedad les impone justamente debido a su superioridad moral e intelectual y al carácter políticamente revolucionario de sus conocimientos”. De tal manera que esos filósofos pueden criticarlo todo “(tienen el monopolio del espíritu crítico), pero nadie puede criticarles a ellos sin colocarse inmediatamente en el bando de los malvados”.

¿Y cuál es el corolario de todo ello, si seguimos el razonable razonamiento de José Luis Pardo? Muy sencillo, la conclusión es que esos filósofos que se encaraman sobre su superioridad moral intachable…

“incluso cuando dicen barbaridades, los fundamentos y motivaciones de su palabra parecen estar más allá de toda sospecha”.

Porque lo que ha de quedar claro es que aquellas afirmaciones de los cinco filósofos franceses a favor de un asesino “no las hacen los aludidos en cuanto filósofos, sino sencillamente en cuanto ciudadanos, como podría hacerlas un titulado superior en química o un barrendero”. Y, para eso, podrían haberse ahorrado, por el bien de la filosofía, ya tan maltrecha, añadir junto a sus nombres su condición de filósofos.

Eso por no hablar de cuando me dio por escribir esto:

Da qué pensar esto de la filosofía, sin duda (metódica o mítica); es un sin Dios, desde siempre, pero creo yo que con ella pasa como con la poesía, que dejarles a los filósofos la filosofía es reducirla a un meme enorme y pedante, eso sí, muy digno y memorable, un meme sin las memeces que los demás mortales somos capaces de hacer cuando meditamos sobre aquello que nadie nos ha explicado porque ya lo sabíamos; dicho esto, los filósofos deberían escribir, sí, la Historia del pensamiento, esa maravilla sin la cual tú no podrías leer y entender esto ni yo escribirlo.

O esto otro:

¿Qué hacemos con la gente
que no nos entiende?

¿Qué con quienes no son como queremos
ni lo fueron cuando no les hacíamos caso?

¿Qué hacer con aquellos que piensan mal,
con aquellos que no están a nuestra altura
considerable de seres incólumes, sensatos?

¿Qué con las personas
que aprendieron las cosas al revés?

¿Qué podemos hacer
cuando todo el mundo está equivocado?

¿Qué si tener razón no sirve de nada?

¿Cuándo se acabarán las preguntas?

Cuando desaparezca la filosofía
y su ritual de pensamiento,
responden los que todo lo saben.

Y así siempre, Sísifo incansable.

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