Soviéticos, Stalin ha muerto. Y no nos hemos reído

He tenido un problema al ver La muerte de Stalin, de 2017, dirigida por el británico Armando Iannucci. Creí que era una comedia. Es una sátira, eso sí. Pero no tiene ninguna gracia. No sé si me explico. 

No cuaja su intención de ser algo más que una burla hiriente y se queda en algo que ya sabemos todos los que no tenemos ningún buen sabor de aquella ignominia histórica fabulosa que a tantos engañó durante tanto tiempo, la Unión Soviética. Eso que ya sabemos es que la Unión Soviética fue una farsa tremebunda sobre la bondad social. 

En la película La muerte de Stalin hay mucho ingenio. Mucho ingenio nada ingenioso. Es una sátira descacharrada sobre el poder. Sobre el poder comunista de un imperio. Y cuando en una obra de arte algo no funciona no podemos hablar de obra de arte en el sentido elogioso. No me reí ni una sola vez viendo esta adaptación del cómic homónimo dibujado por Thierry Robin y escrito por Fabien Nury. Pero eso sí, he visto comedias peores.

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