Julio.1976. España

Cuando el Consejo del Reino recibió del rey Juan Carlos la petición de una terna para suceder a Carlos Arias Navarro, sus miembros votaron el 3 de julio de 1976 por tres ex ministros franquistas: Federico Silva Muñoz (que obtuvo 15 votos), Gregorio López Bravo (con 13 apoyos) y Adolfo Suárez, que logró 12 votos.

El presidente del Consejo del Reino, Torcuato Fernández-Miranda, al ser preguntado al respecto, pronunció otra más de sus frases históricas: “Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido”.

Nombrado presidente del Gobierno por el rey Juan Carlos aquella misma jornada, Adolfo Suárez, que formaría su primer gabinete cuatro días más tarde, era un hombre joven, con un pasado franquista, sí, lo que hacía de él para los partidarios de la ruptura una rémora, pero era también un político conocedor de los entresijos de la Administración pública, con fama de dialogante y sin posicionamientos ideológicos explícitos, con un encanto cautivador capaz de concitar simpatías y atraer voluntades sin hacer uso de maximalismos, que le convertían en representante del reformismo gradual y decidido. Era Suárez el rostro de la reforma conducente a la democracia, y acabó por mostrarse un eficaz gestor de la conducción de los aparatos del Estado, y de su control, a los que arrimó –sin forzar nunca la ruptura– hacia los fines decididos de representatividad política sin restricciones.

Pero, dicho esto, aquel mes de julio del año 76, recién nombrado presidente del ejecutivo, Adolfo Suárez carecía casi por completo de la confianza y el crédito de la mayoría de cuantos tenían algo que decir en aquellos tiempos sobre la política que necesitaba el país. La elección de Juan Carlos de Borbón no cabe duda que provocó asombro.

El programa político de Suárez cuando se convirtió en presidente del Gobierno buscaba transformar o, mejor, hacer que se autotransformara el Estado. Para lograr lo cual nada mejor que una ley de reforma política que se llamó así: Ley para la Reforma Política. Y todo ello con el objeto de conseguir que se celebraran las que serían las primeras elecciones democráticas de un nuevo ciclo histórico.


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