1996, Fred Vargas da a luz a Jean-Baptiste Adamsberg

La escritora francesa Fred Vargas escribió una novela en la que uno de sus personajes era un falso historiador, un fraude profesional. Un personaje que no era historiador aunque publicaba libros de Historia con su nombre, bajo su exclusiva autoría, cuando en realidad lo único que hacía era documentarlos para que los escribiera otra persona… que aunque Vargas no lo diga, yo sí, lo digo ahora, se trataba de alguien que sin ser digamos académicamente historiadora era la auténtica historiadora que debería aparecer como autora de esos libros de Historia. Porque era quien ejercía la auténtica literatura que es cada libro de Historia, quien los escribía. Semejante asunto esclarecedor de mi oficio ocurre en una novela policiaca que es la primera de la serie protagonizada por el comisario francés Jean-Baptiste Adamsberg.

Vargas obtuvo un gigantesco reconocimiento internacional cuando se le concedió este año 2018 el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Ella no se llama en realidad así, Fred Vargas, pero eso no importa. La novela en la que debutaba el extraordinariamente fantástico policía Adamsberg (una fantasía suprema, sí) se titula El hombre de los círculos azules, apareció originariamente el año 1996 y por primera vez se editó en español ocho años más tarde. Yo la acabo de leer. Es la primera novela de Vargas que leo. Y me ha parecido una novela excelente, original en el buen sentido de la palabra, extrañamente irreal, comprensiblemente verdadera. No sé si me explico.

De alguna manera, El hombre de los círculos azules es una novela policiaca, negra, no cabe duda, “sobre el modo que el ser humano elige hacer que empiece y cese la realidad de las cosas”. Como todas las novelas deberían ser. Esa es su esencia, nunca tan evidente como en las que son como este relato de una investigación policial mediante el cual conocemos un conjunto de personajes tan irrealmente vivos como vivencial es la ficción en la que nos dejamos mecer desde el primer diálogo.

Pareciera una novela donde se quisiera explicar lo que mueve al mundo, pero de una manera en absoluto ambiciosa, más bien meramente tentativa, una novela que quisiera llegar al lugar en el que está el conocimiento, al lugar en el cual se encuentra “la frágil eternidad”. Eso, sí, como si tal cosa, sin ampulosidad alguna, con la pura categoría de la gran literatura al alcance de todos.

Conocemos pues en esta su primera obra a Adamsberg, el protagonista de la serie, quien es, a juicio de uno de sus inspectores, el enciclopédico Adrien Danglard, alguien que “está atento a todo y eso hace que no preste atención a nada”. Adamsberg es un investigador que prácticamente se jacta de no llegar a ninguna conclusión cada vez que reflexiona y posee “un modo eficacísimo de no relajarse jamás”. De sí mismo, el comisario dice:

“Una lógica estúpida es el demonio de los espíritus débiles. Soy tan poco lógico”.

La excéntrica (¿quien no es excéntrico en esta novela llena de excéntricos que tiene el mérito de no ser una novela que se convierte en un embrollo idiota?) científica Mathilde Forestier, amiga de Adamsberg, reflexiona sobre la literatura, sobre la escritura más bien, y enciende una pequeña llama en el interior del texto de Vargas que me hizo pensar sobre ese oficio del escritor, tan sinuoso. Es esta:

          “¿Escribir para qué? Para contar la vida. Escribir es fracasar”.

Esta crítica comienza con un spoiler de esos. Aviso. Tarde, pero aviso.

Fin.

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