No hay escuelas en los cementerios, por Juan Carlos Mestre


No hay escuelas en los cementerios, ni pájaros de Zarover que murmuren entre los salmos. nadie necesita ser amigo de una cruz para convertirse en otra cruz. En el corral sacrifican al cordero y sobre las mortajas despuntan las estrellas con los dientes rotos. Toda persona es un igual entre la especie humana y ninguna salvedad enmudecerá su espíritu ante la degollación de los inocentes.

Los enebros se ganan el pan con los durmientes del monte Hermón, y cuánto fue la promesa, cuánto fue el pretérito y cuánto pudo ser el futuro bajo la bendición de las aguas, son ahora las cenizas que hacen llorar al fuego durante el quebranto de las palabras ante la mandación del nombre, durante la época de la abjuración y la aptitud sin bien, durante lo indecible del exilio y el menoscabo de lo justo en las anticipaciones de la espiga: de tu sueño dentro de su sueño, no queda de la verdad ningún otro testimonio, y no se hizo ante la verdad ningún otro juramento.

La reverberación ha hecho estallar los tímpanos del mensajero, y ni en la cabeza del mismo dios caben los inmolados en busca de rostro. Escucha cuanto te digo, a nadie le está permitido olvidar su olvido, a nadie la facultad de abolir su imago en el espejo de los cristales rotos en el coral sacrifican al cordero y delante de tu puerta yacen los despojos, bajo todos los cielos, ante todos los mares, sobre todo lo que es realidad en la tierra.

Rememora a tus padres, reconoce en ellos la semejanza y la dualidad de los suyos, acuérdate de la viuda y acuérdate del huérfano, recuerda el sol y recuerda la nieve, y las nubes que encima de los campos arrastraron sus rodillas como carros de heno, acuérdate de quienes al pie de la letra son los suplicantes, y del ácimo pan del destierro y de las armas arrojadas al ardimiento para fundir el arado.

No hay mieses en el camposanto, tampoco fruto ni beneficio, no hay colmenas para la conciencia en la jurisdicción de los muertos, pequeña es la tierra para los desvalidos, inmensa la frontera que los desperdiga en su anhelo entre los desiertos del ser y el oprobio del muro: óyelo bien, no es la red que remienda el galileo en su barquichuela de cedro del Líbano, es la imprecación del verdulero a quien le importan un bledo las uvas de la gracia. Es la ausencia de las figuraciones sagradas sobre las colinas de Samaria, y la fatalidad de los lutos y los dicterios del silencio ante los masacrados en Palestina, no el cordel de la roldana en el requerimiento de lo compasible, sino el sediento de misericordia ante la impiedad del agua.

Óyelo bien, son las esquirlas de la negación y las refutaciones de los idiolectos de muerte y las sentencias sin proceso por inmanencia de culpa, son los tanques frente a lo único verdadero, la vida, el valor absoluto; es la ruina moral de los actos de fuerza, la disimetría del conflicto, la violencia irrestricta contra la modesta condición de las víctimas. llámalo como quieras, pero entiéndelo de una vez para siempre, no hay escuela en los cementerios, escrito está, escrito estuvo y escrito sigue en las tablas: no matarás, no matarás, no matarás.

 

[Arte y texto de Juan Carlos Mestre]

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.