Beata María Ana de Jesús (y su nombre en el corazón de mi barrio)


Copatrona de Madrid (madrileña de nacimiento como era), impulsora a su vez de la canonización de San Isidro; receptora de himnos (“Dios le dio todo su amor. Y ella, del Amor se enamoró”; “Fuiste gracia de Dios, regalo y merced”); candidata a santa (se sigue postulando su propia canonización desde 2011), pero de momento beata por impulso de los madrileños (beatos) y especialmente por el de aquel ayuntamiento de cuando ella, del siglo XVII, que llegó a colocar imágenes suyas incluso en la Puerta de Alcalá (una de las de aquel entonces, no la que conocemos nosotros, posterior y situada en otro lugar); amiga desde la niñez de Lope de Vega (hay quien dice que lo de De Madrid al Cielo es cosa de ellos ex aequo: de hecho ese es el lema elegido en 2024 para la celebración del IV centenario de su muerte); madre de los pobres la llamaron (y de los cautivos); el cuerpo incorrupto de María Ana Navarro de Guevara y Romero (beata, desde 1783, Mariana de Jesús o María Ana de Jesús, como se escribe hoy más habitualmente) se venera en la capilla de la iglesia del convento de las Madres Mercedarias de Don Juan de Alarcón (en el barrio de Malasaña), dentro de un arcón que se abre para la veneración popular (aunque sólo son visibles sus manos, lo demás queda tapado) año tras año cada 17 de abril, día de su festividad litúrgica, si bien la iglesia parroquial madrileña (edificada entre 1943 y 1952 según el proyecto del arquitecto Joaquín Nuñez Mera) que lleva su nombre se encuentra en la calle de Guillermo de Osma, muy cerca de la plaza llamada igualmente, en el barrio de La Chopera del distrito de la Arganzuela. De hecho, la razón de que yo escriba sobre la beata es que viví y vivo en la plaza de la Beata María Ana de Jesús.


Además del colegio diocesano concertado Beata María Ana de Jesús, aledaño a la iglesia homónima de Guillermo de Osma (mi primer centro de estudios, mi primer cole, ¡qué recuerdos!), existe otro edificio con su nombre en Madrid, concretamente en la calle Doctor Esquerdo (en el distrito de Retiro): el Hospital Beata María Ana (sin el de Jesús), un centro médico-quirúrgico de confesionalidad católica y sin ánimo de lucro fundado en 1888 para amparar (y educar, claro) a niñas huérfanas pobres, inicialmente situado en la calle de Atocha, luego en la de Méndez Álvaro, la de Cansares, la de Cabeza, hasta que en 1928 se asentó donde se encuentra hoy. El hospital pertenece a la Congregación de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, fundada en 1881 por Benito Menni, canonizado (ese sí) en 1999.

Gracias a un extraordinario artículo de la historiadora del arte Diana Olivares Martínez, titulado ‘Iconografía de la Beata Mariana de Jesús’ y publicado en enero de 2010 en la revista de la Universidad Complutense de Madrid Anales de Historia del Arte (páginas 239-255), que me da a conocer mucha información útil sobre la beata madrileña, sé que la principal biografía escrita sobre ella es la del padre mercedario Elías Gómez Domínguez, aparecida en 1965 y titulada La Madre Mariana (Aportaciones a la biografía de una madrileña).


María Ana Navarro de Guevara y Romero nació en Madrid el 17 de enero de 1565, cuando reinaba Felipe II. El hecho de que su padre (el navarro Luis Navarro Ladrón de Guevara, del que era su primogénita) fuera pelletero andante en Corte (manguitero regio) la acercó a los círculos palaciegos de la monarquía. María Ana Navarro nació y creció muy cerca del mismísimo alcázar de los Austrias. Su madre, Juana Romero (de la zamorana Villalpando), también perteneciente a la nobleza, falleció cuando ella tenía nueve años, después de dar a luz cinco hijos más. Cuando su padre y su madrastra (Jerónima Pinedo, que fue la madre de sus otros cinco hermanos) pretendieron casarla a sus 22 años, “decidió cortarse los cabellos, vestirse de negro y dedicar su vida a Dios, llevando desde entonces una vida piadosa dedicada a la oración en los distintos templos de Madrid. Desde 1606, reinando ya Felipe III, vivió con su criada Catalina de Cristo cerca de la ermita de Santa Bárbara, convento de reciente fundación, hasta finales de 1610”. Cuenta Olivares Martínez, que sigue a su vez a Gómez Domínguez, ya digo, que es entonces “cuando su confesor (el padre Juan Bautista González Alcántara, cuyo nombre religioso era el de Juan Bautista del Santísimo Sacramento, comendador del Convento de Santa Bárbara, reformador de la Orden Mercedaria y en 1603 fundador de la Orden Mercedaria Descalza, a quien ella conocía desde sus 30 años) le ofrece como vivienda un portal al lado de la propia ermita donde los obreros guardaban las herramientas. En este lugar, gracias a numerosas limosnas, levantarán una casita con un pequeño jardín donde era visitada por numerosos nobles, llegando a consolidarse allí un oratorio tras su muerte”.

El 4 de abril de 1613, a los 48 años, superados los problemas de salud que la habían impedido profesar hasta entonces, “tomó el hábito de terciaria de la Orden Mercedaria, por lo que pasó a vestir de blanco, algo provocado por una visión en la que la Virgen de la Merced le mostró su vocación de ingresar en la Orden”. Aquel día adoptó el nombre de Mariana de Jesús (transcrito habitualmente hoy en día como María Ana de Jesús, pues María Ana es el nombre que aparece en acta de bautismo, si bien en casa, de cría, quizás por nacer el día de San Mariano, la llamaran Marianita).

María Ana de Jesús, que con la colaboración de fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento escribió desde finales del año 1614 una autobiografía que ha llegado hasta nosotros, “dedicó su vida a la oración y desarrolló una gran espiritualidad a través de los ayunos, enfermedades, penitencias y mortificaciones. Además, tuvo varios éxtasis y se le reconocieron varios milagros, como la lluvia que logró para calmar la sequía de Madrid”. Despertó entre la población madrileña una enorme devoción, especialmente debido a “su actuación socorriendo a pobres y actuando de consejera en problemas familiares y cortesanos, aparte de repartir limosnas a los necesitados”. Parece ser que por aquel entonces dio en ser llamada la santa de Madrid.

En los últimos años de vida de María Ana de Jesús, la mismísima reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, quiso hablar con ella y la hizo venir al alcázar regio, dando comienzo a una breve pero se dice que auténtica amistad.


Falleció el 17 de abril de 1624 en el Convento de Santa Bárbara (que ya no existe pero que tanto contribuyó a su construcción), donde fue enterrada, aunque su cuerpo se trasladó a donde ya sabemos en 1838 (eran los tiempos de las desamortizaciones eclesiásticas, se entiende). Por cierto, cuando el convento de las Madres Mercedarias de Don Juan de Alarcón fue ocupado en 1936, durante la Guerra Civil española, por los milicianos madrileños que respondían al golpe de Estado militar, las propias madres mercedarias lo trasladaron al monasterio de la Encarnación. Al acabar la guerra, en el último mes del aquel año 39, con la victoria de quienes la habían provocado, el cuerpo incorrupto de la beata fue devuelto al convento donde sigue hoy, en una ceremonia de aquellas que se gastaba el franquismo, portada a hombros por los Caballeros de la Merced a lo largo de la Gran Vía y otras calles principalísimas. Ojo, a hombros de quienes pueden ser y son (podían ser y eran) miembros del Real, Ilustre y Primitivo Capítulo Noble de Caballeros de la Orden de la Merced.

Desde 1950, los quiteños sí tienen una santa Mariana de Jesús, Nacida Mariana Paredes y Flores, la primera santa ecuatoriana vivió digamos prácticamente después de nuestra beata madrileña: entre octubre de 1618  y mayo de 1645.


Regresemos a aquella primavera de 1624. El rey Felipe IV permitió que el cadáver de la madrileña María Ana de Jesús fuera expuesto durante tres días en público. El artista de origen florentino Vicente Carducho, pintor de cámara que había sido del padre del rey y lo era también de éste, fue encargado de realizar tres vaciados o mascarillas mortuorias de su efigie, de tal manera que éstas serían habitualmente usadas como base para sus representaciones, sobre todo a partir de 1783, cuando fue beatificada: uno de los bustos escultóricos hechos a partir de aquellas mascarillas puede verse en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Y una de las propias mascarillas está en el convento madrileño donde sabemos que yace su cuerpo incorrupto.

Tres años después de su muerte, el 31 de agosto de 1627, se exhumó su cadáver ante la estupefacción de quienes vieron que el cuerpo estaba incorrupto.

Leo en varios sitios que María Ana de Jesús recibió como títulos de reconocimiento, a cargo desus biógrafos, los de Azucena (de Madrid), Corona (de Madrid), Tesoro de la Ciudad (de Madrid) y Estrella (de Madrid).

          Azucena, Corona, Tesoro de la Ciudad y Estrella de Madrid.

En la iglesia de la Beata María Ana de Jesús, voy terminando, cantaban misa algunos de mis amigos (casi todos menos yo) en la misa de 1 de cada domingo, en ella hice yo la Primera Comunión, en ella asistí a docenas de servicios religiosos y en ella el párroco Don Eusebio (el dios de todos lo tenga, que lo tiene, en su seno infinito) nos cedió un local para nuestras cosas poco católicas y muy necesarias e inolvidables. En esa iglesia se encerraron una vez mi padre y sus compañeros de trabajo cuando aquellas huelgas del tardísimofranquismo, acogidos por ese héroedelaclaseobrera que era Don Eusebio. En esa iglesia que tiene una escultura de María Ana de Jesús, con su rostro bastante idealizado, tallada —según asevera la mayor experta en la beata, la madre mercedaria María de los Ángeles Curros— a mediados del  siglo XVIII por el prolífico escultor neoclásico Juan Pascual de Mena para la iglesia conventual madrileña de las Mercedarias Descalzas de la Purísima Concepción (más conocida como de las Góngoras) y trasladada a la de mi barrio cuando fue abierta al público católico para el culto a mediados del siglo XX.

Beata María Ana de Jesús, tu nombre, en el corazón del que fue mi barrio desde 1963 hasta 1967, también entre 1970 y 1996, desde 2010 hasta 2016. Mi barrio uanmortaim a partir del año 2017. Mi barrio hoy, mi barrio siempre.

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