‘Somos cinco mil’: Víctor Jara hasta el fin

El último poema del músico chileno Víctor Jara quedó inconcluso. La última canción del músico chileno Víctor Jara quedó inconclusa.


Santiago, la ciudad capital de Chile, año 1973, día 11 del mes de septiembre: en la Universidad Técnica del Estado (UTE, actualmente Universidad de Santiago de Chile), estaba previsto que el presidente de la República, el socialista Salvador Allende, explicara su intención de incluir la posibilidad de un referéndum para llevar a cabo las reformas constitucionales que había impulsado en medio de una profundísima crisis política, social también. Entre el público se encontraba el director teatral de la UTE (y ya popularísimo cantante) Víctor Jara, quien debería cantar en dicho acto. Un acto que no tuvo lugar porque Allende falleció ese mismo día (él mismo se quitó la vida) durante el feroz asalto golpista militar al palacio presidencial. El general Augusto Pinochet se hacía con el poder para imponer una de esas terribles dictaduras (militares, por supuesto) que tanto han laminado la América del Sur.

Jara y unos cientos de personas permanecieron en el interior de las instalaciones de la UTE hasta que, a eso de las siete horas de la mañana del día siguiente, ya 12 de septiembre, comenzó el asalto militar de los edificios universitarios. Aquella misma tarde se trasladó como prisioneros de guerra a muchos de los refugiados en la UTE, Victor Jara entre ellos, al Estadio Chile, uno de los campos de concentración creados vertiginosamente por los militares golpistas en la capital chilena.

Siete días después su ya viuda, Joan Alison Turner (Joan Turner de Jara desde su matrimonio con él en 1960), pudo reconocer su destrozado cadáver en una de las morgues de aquellos terribles días. Había sido torturado y disparado hasta la muerte, que se produjo tres días antes: el 16 de septiembre. Víctor Lidio Jara Martínez no llegó a cumplir los 41 años, pero su eternidad como símbolo de lo mejor de los seres humanos acababa de comenzar.

Retrocedo a la tarde del miércoles día 12. Estadio Chile (no pensemos en un campo de fútbol, no lo es, pero sí alberga instalaciones deportivas ese edificio). Víctor Jara, una vez trasladado allí, es pronto reconocido y separado del resto. Y golpeado, vejado. Está aislado un día entero, bajo custodia, en un pasillo, aunque al parecer a la vista de otros detenidos (quienes contarán que ni se le escuchó quejarse ni mucho menos solicitar clemencia), pero el 13, por la tarde, coincidiendo con la llegada de muchos más presos, logra que le desatiendan sus custodios y se acerca a otros prisioneros con quienes pasa la noche, cuidado por ellos en la medida de las posibilidades que aquella situación oscuramente desdichada permitían.

Los prisioneros escriben a sus seres queridos el día 15 de septiembre al enterarse de que algunos de ellos podrán salir en libertad de inmediato. Víctor Jara le pide algo con lo que escribir a Boris Navia Pérez, un abogado también detenido en la UTE, donde trabajaba, a quien conoce y cuyo testimonio es a partir de ahora mi principal ayuda para cuanto quiero contarte. Navia es el autor de un texto que leyó el 28 de mayo de 2006 en el acto homenaje a Víctor Jara con motivo de la inauguración de una escultura del cantante en el frontis del edificio principal de lo que había sido la UTE (y que, como sabes, hoy es la Universidad de Santiago de Chile).

 

“Yo le alcanzo esta libreta, cuyas tapas aún conservo. Y Víctor comienza a escribir, pensamos en una carta a Joan su compañera. Y escribe, escribe, con el apremio del presentimiento. De improviso, dos soldados lo toman y lo arrastran violentamente hasta un sector alto del Estadio”.

 

Cuando sus compañeros de sufrimiento fueron trasladados la noche del día siguiente al Estadio Nacional (este sí de fútbol, el más reconocible de aquellos días de zozobra, ¿recuerdas la película Missing de Costa Gavras?) ven antes de salir del Estadio Chile un amontonamiento de cadáveres entre los que está el de Víctor Jara.

 

“Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi libreta, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, que escribió unas horas antes de morir y que él mismo tituló ‘Estadio Chile’, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas. Inmediatamente acordamos guardar este poema. Un zapatero abrió la suela de mi zapato y allí escondimos las dos hojas del poema”.

 


Navia se ocupó de que se transcribiera en otras dos hojas (en realidad, en dos cajetillas de cigarrillos de la marca chilena Hilton) el poema otras dos veces para que dos personas que iban a ser liberadas pronto, un estudiante y un médico, los sacaran de aquel campo de concentración sobrevenido. Pero… A uno de esos prisioneros, al estudiante, se le descubrió su copia del poema y acabó indicando que era Navia quien había organizado todo aquello. Es así que la copia original, la del puño y la letra de Víctor Jara, le es arrebatada a Navia, que es torturado, aunque sus torturadores ignoran que lo que han descubierto es un poema del autor de Te recuerdo Amanda.

 

“Yo sabía que cada minuto que soportara las flagelaciones en mi cuerpo, era el tiempo necesario para que el poema de Víctor atravesara las barreras del fascismo. Y con orgullo debo decir que los torturadores no lograron lo que querían. Y una de las copias atravesó las alambradas y voló a la libertad y aquí están los versos de Víctor, de su último poema”.

 

 

El poema (en realidad, con toda seguridad, la letra de una canción que él ya nunca cantó), más habitualmente conocido por su verso inicial, dice así:

 

Somos cinco mil aquí.

En esta pequeña parte de la ciudad.

Somos cinco mil.

 

¿Cuántos somos en total

en las ciudades y en todo el país?

 

Somos aquí diez mil manos

que siembran y hacen andar las fábricas.

 

¡Cuánta humanidad

con hambre, frío, pánico, dolor,

presión moral, terror y locura!

 

Seis de los nuestros se perdieron

en el espacio de las estrellas.

 

Un muerto, un golpeado como jamás creí

se podría golpear a un ser humano.

 

Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,

uno saltando al vacío,

otro golpeándose la cabeza contra el muro,

pero todos con la mirada fija de la muerte.

 

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!

 

Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.

La sangre para ellos son medallas.

La matanza es acto de heroísmo.

 

¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?

¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?

 

En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa.

Que lentamente querrá la muerte.

 

Pero de pronto me golpea la consciencia

y veo esta marea sin latido

y veo el pulso de las máquinas

y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.

 

¿Y Méjico, Cuba, y el mundo?

¡Que griten esta ignominia!

 

Somos diez mil manos que no producen.

¿Cuántos somos en toda la patria?

 

La sangre del Compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas.

 

Así golpeará nuestro puño nuevamente.

Canto, que mal me sales

cuando tengo que cantar espanto.

 

Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.

 

De verme entre tantos y tantos momentos del infinito

en que el silencio y el grito son las metas de este canto.

 

Lo que nunca vi, lo que he sentido y lo que siento

hará brotar el momento…

 

Los puntos suspensivos finales son una forma de indicar que el poema, su escritura, fue interrumpido por aquellas bestias humanas vestidas de soldados contra la gente.

 

Aquella copia salió del Estadio Nacional, sí. Y las copias de aquella copia se extendieron (es una forma de hablar). El poema salió de aquel país detenido en el tiempo. Una de las reproducciones de los versos de Víctor Jara fue a dar a las manos del periodista chileno Camilo Taufic, exiliado, que la publicó en Buenos Aires incluyéndola en su libro de 1974 Chile en la hoguera (crónica de la represión militar). Cuando la obra de Taufic llegó, clandestinamente al Chile aterrorizado Boris Navia se llenó de satisfacción: el poema estaba a salvo. Y era para el mundo.

A Europa quienes trajeron ‘Somos cinco mil’ fueron las esposas de los integrantes del grupo chileno Quilapayún (que tanto colaboraran con Jara), ellos mismos fuera del país cuando la barbarie de septiembre del año 73. Quilapayún entregaron una copia del poema a Joan Jara (nombre oficial de la viuda del cantante y director de teatro desde su regreso a Reino Unido nada más ocurrir todo aquel primer horror), quien en 1984 publicó An unfinished song: The life of Victor Jara.


Desde 2010, el último e inconcluso poema de Víctor Jara se puede leer sobre el mural de la entrada al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en la ciudad de Santiago, obra del artista chileno Jorge Tacla.


 

El Estadio Chile, inaugurado cuatro años antes de servir de centro de tortura y asesinato militar, recibió un nuevo nombre treinta años después de aquel horror vergonzoso, cuando la dictadura pinochetista llevaba años encerrada en los libros de Historia y en los corazones maltrechos de muchos chilenos: Estadio Víctor Jara.

 

Ya en 1974, ‘Somos cinco mil’ fue musicado e interpretado por el estadounidense Pete Seeger, y después lo han cantado distintos músicos, especialmente chilenos, de entre los que podemos destacar a los hermanos Ángel e Isabel Parra (e incluso a una banda punk española, El Último Ke Zierre, que lo versionó en 2007).

De entre todas esas interpretaciones, resulta conmovedora la versión desnuda de Isabel Parra que llamó Ay, canto qué mal me sales, cantando solamente los versos a partir del que coge ese título.

Pero quiero que pongas especial atención a la versión del grupo mexicano Mr. Pilz, que en 2018 incluían su enardecida Somos cinco mil en su elepé X la libertad, dando a los versos ya eternos de Víctor una nueva dimensión.


Y ahora, para acabar, ya en este hoy que frecuentamos, la inteligencia artificial, haciendo de las suyas:

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