La Historia cuando Ángel Ganivet

Ay, aquella generación del 98. Ay, aquella España dispuesta a… ¿Dispuesta a qué? ¿Qué hace España? ¿Qué ha hecho? ¿Qué es España?


Escribí un libro titulado como la última de las preguntas anteriores. Un libro que casi nadie leyó. A él me remito, pero aquí he venido a hablar de lo que pensaba de la disciplina de los historiadores uno de aquellos ¿intelectuales? que pertenecieron a la afamada generación del 98, Ángel Ganivet. Que se le considere precursor antes que miembro de semejante club sin sede social ni estatutos (ni casi nada) es lo de menos. Yo voy a lo mío.

El diplomático español, autor de algunas novelas y ensayos e incluso de una obra de teatro, Ángel Ganivet murió precisamente en 1898, a sus 32 años, poco después de la pérdida de la casi totalidad de las colonias que le quedaban a España, como restos melancólicos de aquel Imperio español.

En uno de sus ensayos, Idearium español —escrito en 1896 en la ciudad finlandesa donde era el cónsul español, Helsinki, y publicado un año más tarde por la imprenta granadina Viuda e hijos de Paulino Ventura Sabatel—, quiso centrar el conjunto de sus ideas respecto de su país en “la restauración de la vida espiritual de España”. Debemos entender que cuando Ganivet habla de restauración espiritual, no lo hace “como quien desea redondear un párrafo, valiéndose de frases bellas o sonoras”, sino que lo que hace es hablar “con la buena fe de un maestro de escuela”.

Decía, más bien concluía, Ganivet:

 

“Una restauración de la vida entera de España no puede tener otro punto de arranque que la concentración de todas nuestras energías dentro de nuestro territorio. Hay que cerrar con cerrojos, llaves y candados todas las puertas por donde el espíritu español se escapó de España para derramarse por los cuatro puntos del horizonte, y por donde hoy espera que ha de venir la salvación”.

 


Pues bien, lo que me interesa de esa obra capital del pensamiento mareante respecto de la idea de España es lo que Ganivet consideraba sobe la disciplina de la que nos valemos los historiadores para explicarle el pasado a la sociedad civil.

Estamos a finales del siglo XIX. No lo olvidemos. Para Ganivet, “el criterio excesivamente positivista en que se inspiran hoy los estudios históricos, obliga a los historiadores a colocar todos los hechos sobre un mismo plano y a cifrar todo su orgullo en la exactitud y en la imparcialidad”. Considera que “en vez de cuadros históricos, se nos da solamente reducciones de archivo, hábilmente hechas, y se consigue la imparcialidad por el facilísimo sistema de no decir nunca lo que esos hechos significan”. Y es que para él, “sin embargo, lo esencial en la Historia es el ligamen de los hechos, con el espíritu del país donde han tenido lugar: solo a este precio se puede escribir una historia verdadera, lógica y útil”.

Es decir, no se puede explicar el pasado sin ligarlo con el espíritu de un país. Vaya.

Se pregunta el autor de Idearium español: “¿a qué puede conducir una serie de hechos exactos y apoyados en pruebas fehacientes, si se da a todos estos hechos igual valor, si se los presenta con el mismo relieve y no se marca cuáles son concordantes con el carácter de la nación, cuáles son opuestos, cuáles son favorables y cuáles contrarios a la evolución natural de cada territorio, considerado con sus habitantes, como una personalidad histórica?”

O sea que, para conocer el pasado, hay que conocer previamente el carácter de la nación de la que se estudia ese pasado.

Claro que nada como el corolario del pensamiento histórico de Ganivet —faro de (algunos) intelectuales españoles durante décadas (como Miguel de Unamuno, que escribió en 1912 de Ganivet que era un “hombre de pasión, de pasión más que de idea, aquel gran sentidor, sentidor más que pensador en esta tierra en que es pasión y sentimiento y entusiasmo más que ideas y doctrinas lo que falta, o Pedro Laín Entralgo)— para dejarnos sin habla:

 

“No hay medio de jugar con la historia; los hechos no se repiten a capricho, ni se puede volver atrás para rectificar lo que ya salió imperfecto en su origen”.

 

Resulta que los hechos ya empiezan mal desde el principio. Acabáramos.

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.