A Maradona
[Diego, que dice Jorge
que sigues regateando ingleses
después de muerto.]
Las patadas que no te dieron, el barro que se esfumó de tus medias
antes de que el cuero se manchara;
tu melena argentina, bonaerense, celestial, morena y doliente…
Tu alma de macho entrenado para el daño y el olvido,
tu cuerpo excelentemente ungido de camisetas robadas a los dioses,
tú que se sabe que fuiste uno de ellos, pequeño, elástico, infame para
todos aquellos
y aquellas que nunca te oyeron bailarles a los instantes desde el lugar
verde
de las multitudes y sus recuerdos de un porvenir inagotable.
Habitaste un tiempo albiceleste, azulNápoles, de revolucionarios
apoltronados,
siempre derrotados en su victoria sobre los céspedes ensangrentados,
un tiempo de pantalones cortos demasiado cortos
en el que a las espinilleras los caballos salvajes las maltrataban
sobre los charcos de oscuros sueños como pesadillas arañando los cordones…
Maradona te llamábamos,
Maradona fuiste en este hoy de catapulta y virus:
Maradona, la pelota sigue en el alero.
No sabemos bajarla.
El fútbol continúa soñando con tu Resurrección
cada vez que cuarentaicuatro piernas tiemblan al escuchar un silbato
y los adictos nos despertamos a la vida de los encuentros
y su juego infinito.
En el entretanto, yo leo a tu amigo Valdano,
el que te vio de cerca regatear ingleses
una tarde de verano en el México de Elena Garro.
Tú saltabas, siempre saltabas justo antes de que la muerte
quisiera solamente tus piernas, y, al final, tu corazón insignificante.
[Aunque no le siente bien la poesía al fútbol,
esa redundancia.]
[Diego, que dice Jorge
que sigues regateando ingleses
después de muerto.]
Bueno, esto es demasiado. Muy bueno. Abrazo.
ResponderEliminarGracias, aunque solo fuera por todas las patadas que le dieron y que Messi se ha ahorrado.
Eliminar